Inicio Opinión El runrún de Cifuentes, por Olga Grau

El runrún de Cifuentes, por Olga Grau

La oleada de indignación que generaron las tarjetas black de Caja Madrid fue inversamente proporcional a la cuantía que gastaron los directivos a costa de la caja de ahorros. ¿Por qué casi dolieron más esos 12 millones de euros que los 76.950 millones de euros que costó el rescate bancario español y del que, por cierto, el Banco de España da por pérdidos 60.613 millones? La explicación tiene mucho que ver con la psicología humana. Nos conmueven mucho más las cosas tangibles, las que podemos entender, las historias personales a las que les podemos poner rostro. Y nos indignamos siguiendo los mismos parámetros.

Que todo un exvicepresidente del Gobierno y exdirector del Fondo Monetario Internacional (FMI) como Rodrigo Rato con un tren de vida elevado tirara de tarjeta opaca para pagar alcohol en clubs nocturnos, un bolso de Louis Vouitton de 680 euros o la cuota mensual a Digital+ de 29, 5 euros resulta tan miserable como revelador. Revelador porque ayuda a entender por qué las cajas españolas terminaron quebradas estando en manos de personajes de moral tan laxa y miserable porque con el sueldo que tenían los consejeros y directivos no necesitaban pagar la cuota del televisor a costa de la caja de ahorros.

La pregunta que se hicieron entonces muchos ciudadanos fue: ¿De verdad era necesario pagar la lencería de la amante con la visa de la empresa?. Son los mismos que ahora se cuestionan sobre qué necesidad tenía Cristina Cifuentes de mentir sobre su máster. Sin ser un caso de corrupción de la misma dimensión que la trama Gurtel, el caso de Cifuentes se ha convertido en algo que ha indignado de nuevo a esas clases medias y populares que se pagan de su bolsillo su cuota a Movistar+ y que hacen un esfuerzo económico para que sus hijos puedan estudiar un máster.

La explicación más plausible sobre el comportamiento de Rato o de Cifuentes es que probablemente estén convencidos de que no estaban haciendo nada malo. La sensación de merecer un trato preferencial en base a un cargo junto con la sensación de impunidad les permite acostarse cada noche sin ese runrún de la culpa y dormir a pierna suelta. Convencidos de que todo lo que se toman gracias al poder de sus cargos se lo merecen.