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En Marcha hacia atrás

Enmanuel es tan ambiguo como su nombre, hombre o mujer a la moderna usanza. Existen no más de 611 macrones en el mundo, un sujeto singular, una virgulilla horizontal sobre la letra de la Marsellesa. Como aparentar progreso y mostrar la dignidad aristocrática de la decadencia. La monarquía imperial de Isabel II ha administrado la decadencia británica y ha visto perder la corona en tantos territorios desde la abdicación del heredero de simpatías filonazis, su tío Eduardo VIII. Ahora la primer ministro May tiene que gestionar el hundimiento. Macron debe ser el valladar de quien quiere el suicidio de los franceses. Muchos en Francia aspiran a matar al pianista pero ha tocado las teclas del poder a golpe de cenas y relaciones públicas con frases ingeniosas de aprendiz de filósofo.

Le Pen es, al igual que Macron, un apellido nada frecuente, 617 penes en el mundo. Suena feo pero lo que suena feo es esa rara costumbre francesa por las cosas inverosímiles, por las rarezas, por lo exclusivo y refinado, por lo único. Francia es un negocio, que se lo digan a Jérôme Kerviel, hoy en la cárcel. Francia es una Sociedad General, representa al mundo, al igual que su constitución del general Napoleón fue un corta y pega del resto de constituciones burguesas, en definitiva, Francia representa lo occidental y, pese a los alemanes, Francia es Europa. Una Europa ambivalente, dividida entre el colaboracionismo de Vichy y la insurgencia del maquis. Los Melenchones podemitas que buscan el harakiri.

En Francia no se juega el destino de Europa aunque lo parezca, sino el destino de un conflicto europeo. Pertenece a ese conjunto de estados bajo administración napoleónica donde el poder se hereda entre enarcas. Una sucesión de enarcas que se reclutan entre sí. Francia representa ese mundo pantagruélico que devora a sus ciudadanos con una administración faraónica, enfrentada a estados con una administración anoréxica. Son los impuestos, idiota, diría un asesor americano. Los impuestos confiscatorios tocan a su fin y eso pasa por la moneda dual que propone Le Pen o la moneda única que defiende Macron, o menos ayudas sociales para las clases desestructuradas de la ex colonias musulmanas, o la integración fratricida que lleva a la destrucción nacionalista de Le Pen. Francia no tiene candidatos del siglo XXI, tiene un problema tan global como su cultura. Un 11% de musulmanes tienen en sus filas un ejército de soldados anónimos dispuestos a matar, hartos de vivir en guetos, hartos de que no se les respeten sus costumbres medievales, y un 89% de pusilánimes dispuestos a gritar ¡Vive la France! sin ninguna disposición a defenderla si supone el sacrificio de croissants y cafés. La Francia de Vichy, la Francia del mariscal Petain se asoma en el rostro de Le Pen, la Francia colaboracionista de Melenchon y de Hamon, de Fillon que espera su oportunidad, como la otra Francia espera su revancha.

La historia de Francia es la historia de las amantes del presidente, ahí tenemos a Anne Pingeot junto a Danielle, la esposa de Miterrand, juntas en el funeral, con los hijos e hijastros. Sarkozy y su amante Carla Bruni frente a la primera mujer Cécilia que hubiera querido pasar toda su existencia con un mismo marido como fiel española de origen, Hollande con sus líos de faldas y a lo loco, primero con la oficial Ségolène Royal para después probar con Valérie. Y entrando y saliendo del Eliseo de incógnito, posteriormente despechada con la aparición de una tercera, Julie. Y los negocios privados de Giscard d’Estaing y Chirac, el gusto por los diamantes y los relatos eróticos, y el gusto por la malversación de fondos públicos y las prebendas del cargo. Ningún presidente francés desde la refundación gaullista de la V República ha contado con un partido independiente que controlara su acción pública. Como Macron, todos han contado con un traje partidario a medida hecho al estilo napoleónico contra toda forma de democracia representativa. Ahora tiene que mostrarse como esta intelligentsia es capaz de administrar la decadencia y la ruina sin quedar al descubierto. Solo el viejo catedrático de griego clásico Pompidou desmiente esa historia de infidelidad con el ciudadano y con la esposa, como muestra el epitafio en su tumba: «Las personas felices no tienen historia, me gustaría que los historiadores no tengan mucho que decir acerca de mi mandato». Desde entonces, la entrepierna ha gobernado en Francia y ahora en una vuelta de tuerca, Macron casado con una mujer que podría ser su madre y por contra, Le Pen, una madre divorciada y emparejada tres veces, el último, con el artífice de sus discursos, Aliot, un abogado igualmente divorciado.

Francia se desvanece entre sábanas y su economía se encuentra herida de muerte, no queda apenas nada del imperio, ni de la ley, ni de su influencia en el mundo, sin embargo, Europa tiembla cuando Francia estornuda. Choisir Le France!… ¿y Europa qué?. Le Pen conoce las debilidades europeas y por eso le da a Europa donde más le duele, en su buenismo social, Europa para los europeos y Francia para los franceses. No hay dilema.

Quizás gane uno de los dos, quizás ninguno, la edad es tozuda y el mandato constitucional es nada, nada para dos candidatos que se verán las caras a la vuelta de la esquina, uno para ganar lo que el otro perdió y otro para perder lo que el otro ganó. En Marcha atrás el vehículo solo se detiene cuando el oído capta el golpe y se acciona el freno; a veces el freno no sirve para evitar que la marcha atrás precipite la historia al barranco de la historia.

Por Juan Pérez de Mungía