Inicio Opinión Fase crítica, del Supremo a la Crida, por José Antonio Zarzalejos

Fase crítica, del Supremo a la Crida, por José Antonio Zarzalejos

Lean estas palabras con cierta atención: «El resultado es que, desgraciadamente, hoy podemos afirmar que debido a determinadas propagandas tendenciosas y al espíritu engañador que también late en ellas, volvemos a encontrarnos en una situación que me hace recordar a otras actitudes deplorables del pasado. Siempre recordaré que el 6 de octubre de 1934, a las 5 de la tarde, acompañado del diputado Juan Casanelles, fui a la Generalitat a visitar al presidente Lluís Companys para manifestarle nuestra disconformidad con la política que una vez más se realizaba, rogándole que evitara todo lo que indicaba iba a suceder aquella misma noche, es decir: la ruptura por la violencia de las relaciones con el Gobierno. No se nos escuchó, la demagogia y la exaltación de un nacionalismo exacerbado pesó más que la opinión de aquellos que preveíamos, como así ocurrió, un profundo fracaso […] La demagogia había hecho su obra y el desastre se produjo […] Es desolador  que hoy la megalomanía y la ambición personal de algunos, consiguiendo la desunión de Catalunya y el enfrentamiento con España, nos hayan conducido al estado lamentable en el que nos encontramos […] ¿Cómo es posible que Catalunya haya caído nuevamente para hundirse poco a poco en una situación dolorosa como la que está empezando a producirse?».

Las líneas precedentes fueron escritas por Josep Tarradellas el 16 de abril de 1981 en una carta dirigida a Horacio Sáenz Guerrero y se redactaron pocos meses después de la toma de posesión de Jordi Pujol como presidente de la Generalitat. El ya anciano expresidente en el exilio –repuesto en 1977, antes de la Constitución- tuvo lo que él denomino «un presentimiento» que, 37 años después se ha cumplido, con los matices y diferencias que se quieran, produciéndose la fase crítica de ese «hundimiento» al que se refería el político republicano justo este mes de enero de 2019 en el que van a materializarse las consecuencias indeseables de los hechos de octubre de 2017. Porque en estas semanas iniciales del año, el proceso soberanista entra en su desenlace crítico, es decir, terminal y agónico, en una etapa final en la que volver atrás no es ya posible y el mal está causado por los comportamientos y actitudes que en 1981 detectaba y denunciaba Tarradellas.

El juicio por el 1-O

A partir del próximo día 14, una vez las defensas presenten sus escritos y la petición de pruebas (que comportarán convulsiones políticas), la Sala Segunda del Tribunal Supremo dará a conocer la fecha de inicio del juicio oral y ordenará el traslado de los doce presos preventivos acusados por rebelión, sedición y malversación a cárceles cercanas a Madrid para asistir a las sesiones de una vista oral que durará meses en sesiones de mañana y tarde cuatro días por semana. Casi mil medios de comunicación estarán acreditados en el proceso penal más importante de la democracia en España y que el tribunal de enjuiciamiento pretende se desarrolle con luz y taquígrafos con tanta extensión en la práctica de pruebas como las partes en la causa deseen. No habrá más límites que los estrictamente procesales aunque interpretados con la mayor amplitud para que las garantías de los acusados sean plenas y la sentencia que se dicte, si es condenatoria, no sea impugnada con éxito ante el tribunal de Estrasburgo.

Los partidos independentistas   mantienen con un hilo de vida a Sánchez por conveniencia y por evitar a la derecha

Con este juicio, el Estado responde de nuevo a una asonada que se tipifique como cada cual quiera dispone de perfiles delictivos. La sentencia que se dicte licenciará en la práctica a una generación de políticos catalanes como ya lo ha hecho, por otros medios, con otros españoles: la de Rajoy y sus gobiernos burocráticos (2011-2018) que cayeron no sólo ni principalmente por los episodios de corrupción sino por la única moción de censura exitosa en nuestra democracia gracias los votos de los independentistas en el Congreso que vieron la oportunidad de castigar las políticas del PP respecto de Catalunya. Ahora, esos grupos, el republicano y el exconvergente, mantienen con un hilo de vida al Ejecutivo de Pedro Sánchez, no tanto por coincidencia con un proyecto común cuanto por una doble conveniencia: el presidente del Gobierno depende de ellos para mantenerse en la Moncloa hasta 2020 y siempre preferirán a un PSOE que aplica unos baremos de baja hostilidad verbal y decisora en Catalunya que una alternativa de centroderecha que propugna medidas contundentes y casi estructurales como es la suspensión a la británica de la autonomía de Catalunya.

El artefacto de Waterloo

Mientras, el secesionismo catalán ha entrado en barrena, por división interna, no exenta de personalismos exasperantes, por parálisis de sus instituciones –intencionadamente inducida por Quim Torra por orden de Waterloo– y por la operación de reventar por tercera vez, tras la voladura controlada de CiU y luego de CDC, el espectro de fuerzas políticas con la irrupción de La Crida per la República como movimiento nacional de evocaciones autocráticas en el que se pretende que se diluya el actual PDECat. El intento de Puigdemont-Torra-Sánchez provoca anticuerpos en amplios sectores catalanes porque recuerda a los sistemas regimentales y tiene una vocación reduccionista en línea con las derechas populistas europeas que, al nacionalismo, añaden lo que se ha dado en llamar «totalismo».

En todo caso, el artefacto construido en Waterloo es la culminación de una política de destrucción de la autonomía catalana reconocible en sus instituciones ahora inutilizadas y en un modelo plural de partidos políticos. En estas circunstancias, tanto en Madrid por el juicio ante el Supremo, como en Catalunya, por el mismo proceso y por el órdago del legitimismo separatista irredento, el tiempo político está detenido salvo en Andalucía en donde se juega una partida decisiva.