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Indigencia intelectual

Antonio Roig
Antonio Roig

Siempre me han atraído los aforismos, un estilo literario ciertamente difícil y que requiere grandes dosis de habilidad, creatividad e ingenio. Uno de mis favoritos, que repetiría con frecuencia si fuese más amante de la trascendencia, es éste del poeta griego Odysseas Elytis: “Escribo, para que la muerte no tenga la última palabra”.  La moda actual de los tweets difícilmente resistiría la comparación (la frase de Elytis, por cierto, sólo tiene 40 caracteres; aún le hubieran sobrado 100). Hace un par de días, Jorge Marirrodriga decía en El País que Twitter, que parecía haber nacido para democratizar la opinión política en Internet, ha devenido “una especie de bar del Far West donde uno sabe que siempre va a haber pelea”. Para muchos, el problema de los 140 caracteres no es que sean pocos para expresar su pensamiento, sino que son más bien demasiados.

Ocurre con esto como con los debates, que se han convertido en espectáculo gracias a los opinadores profesionales multiscientes de las tertulias y a esos circos televisivos, donde prima el vocerío y la derrota a primera sangre por encima de la sabiduría y la serena reflexión. Últimamente, el conocimiento no mola, salvo que sea el de aquel que está en posesión de un secreto y que se muere por desvelarlo en Sálvame o similar. Dejar anonadado al oponente por la solidez de tu razonamiento ha sido sustituido por  dejarle boquiabierto al no haberle sido posible pronunciar palabra, dado el carácter torrencial –por más que anodino– de tu discurso o a tu voz atronadora, cuya vehemencia ha apagado todas las demás.

Viene todo esto a cuento de las lamentables “tomas de postura” que se han visto en algunas corporaciones municipales españolas a propósito de la conmemoración del vigésimo aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco. Opinadores, militantes y partidos que forman parte de la constelación que se dice de izquierda, han considerado que rendir tributo a una figura cuyo asesinato conmovió como ninguno hasta esa fecha a la población española y aunó sus voluntades contra el terrorismo etarra, era inadecuado. Nada que ver con el pensamiento de izquierda, se trata en realidad de partidos de enconamiento, que, a falta de capacidad para seducir al electorado con ideas novedosas o proyectos alternativos, basan su existencia y sus afanes de poder en la confrontación. Por eso les produce alergia la Transición y todo lo que implique consenso, como la repulsa al crimen de Miguel Ángel Blanco. Como Enconator, un super-anti-héroe que inventó Forges, se pasean por los cielos de la ciudad dejando caer su semilla de odio sobre las casas con la esperanza de recoger los frutos a la mañana siguiente. Sus programas electorales se resumen en un solo punto: no al PP.

Pero lo peor, es su indigencia intelectual. Según ellos, el homenaje a Miguel Ángel Blanco no lo promueve la sociedad, ni la reacción a su asesinato es memorable porque sacudiera la conciencia de los españoles y les llevara a gritar “¡Basta!” al unísono. No, lo promueve el PP para “rentabilizar” el crimen. De modo que se han lanzado (desgraciadamente con algunos éxitos) a hacer propuestas para diluir la conmemoración, ya sea extendiéndola a la totalidad de las víctimas del terrorismo (totalidad que, con los partidos simpatizantes de los etarras colocados en posiciones de poder, tiene límites más que difusos), ya sea contraproponiendo homenajes a las víctimas republicanas de la Guerra Civil o del franquismo. La acusación cabe en un tweet (“El PP quiere sacar tajada de la muerte de MAB”), y hasta tiene visos de verosimilitud, y, si le añadimos la mención a la República (“¿Y por qué no homenajeamos a los represaliados por defender la República”), adquiere un aire noble y moralmente elevado (que deriva sobre todo de la mitificación y la ignorancia). ¡Incluso sobran más de 40 caracteres!

Pero, ¡de qué poco os sirvieron las clases de lógica que recibisteis en el bachillerato! Vamos a ver, quien reconoce que es posible aprovecharse de la figura de Miguel Ángel Blanco, sacarle rédito, es porque admite que tiene un  valor, no es posible aprovecharse de lo que no vale nada. Por lo tanto, quienes se oponen al homenaje, al hacerlo por las razones elegidas, admiten que sí hay algo que recordar, que sí hay algo que celebrar. Y en segundo lugar, quienes se remontan a la República para contraprogramar, ¿acaso no podría pensarse que se están valiendo del republicanismo, que lo están rentabilizando en su propio beneficio? Y así sucesivamente. Deberían estar más atentos, porque “indignación” e “indigencia” comparten nueve de las letras que las componen.

Más nos hubiera valido a todos aprovechar la conmemoración de este triste asesinato, que encarnó como pocos la sinrazón del terrorismo, para conjurarnos en que nada semejante debe volver a ocurrir, y para hacer limpieza de todos los rescoldos de odio que puedan alentarnos los unos contra los otros. Porque, desgraciadamente, el encono está lejos de haber desaparecido y sigue habiendo descerebrados que lo agitan y lo estimulan (ignorando sus consecuencias o, tal vez, previendo sacar partido de ellas). Y no, no me estoy refiriendo solamente al terrorismo.

Por Antonio Roig Ribé