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La incertidumbre inteligente

Andrés Parra

La memoria de la política es la caja negra de la que no hay que escucharlo todo. Quizá por esa razón no se aviene bien con las convicciones escrupulosas ni con cerebros estructurados en rigores matemáticos. La política es un relato fragmentado a propio intento en el que, por más vueltas que le den esas conciencias a ultranza, las piezas nunca terminan por encajar en un todo coherente. Se trata del puzle imposible de la política, no porque las piezas se hayan revuelto demasiado ni sean demasiadas, sino porque se han recortado dejando al descubierto ángulos y sesgos que se habrán de hallar expuestos a las infinitas perspectivas del ajuste de las teselas subjetivas de cada cual.

No es un puzle el relato político, es un azulejo bizantino de vidrio coloreado en 3D. En él deberán ensartarse las teselas mayores y de esbozo, obra de los artífices políticos, y las de fondo y detalle de cada de cada relator y receptor.

Resulta, al final, el relato político, una imagen inestable que goza del privilegio de la incertidumbre

Ningún otro discurso se acomoda mejor a la incertidumbre que el político y, también, en uno de los menos aplicada y peor comprendida. Principio de la incertidumbre que procede del ámbito de la ciencia y que desde el escenario público y el habla corriente es  peor entendido. Para los peores relatores políticos y públicos escrupulosos de conciencia, la incertidumbre es algo malo, una idea que implica falta de rigor y de predictibilidad. Sin embargo, en palabras de Lawrence Krauss, catedrático de física y director de la Fundación Orígenes de la Universidad de Arizona, “las políticas públicas realizadas en ausencia de una verdadera comprensión de las incertidumbres cuantitativas, o incluso sin un auténtico entendimiento de lo difícil que resulta reunir un conjunto de estimaciones fiables de dicha incertidumbre, suelen ser por lo general malas políticas públicas”.

Los políticos populistas, esa hipertrofia de los discursos a los orígenes de todos los males y al horizonte de todas las soluciones son muy malos timoneles del navío que navega en el proceloso y embravecido mar de las incertidumbres. Suelen ser exitosos circunstanciales de la emoción desatada en la tripulación por el atávico terror a la tempestad pero encallan pronto en las rompientes insospechadas de la incertidumbre o en los bajíos desolados del mar de la calma con destino a ninguna parte. Theresa May y Donald Trump, dos populistas encallados frente a frente del Escila y el Caribdis intermediados por la estrecha y honda manga del mar incierto.

Los populistas surgen de una necesidad, pero esa necesidad se gestiona mal porque no controlan el foco de su atención

No tienen, en palabras del psicólogo Walter Mischel,  una “asignación estratégica de la atención”. Incapaces de apartar sus pensamientos de las exquisiteces de oportunidad que les brinda el poder que tienen delante en vez de seguir la estrategia de los “grandes diferidores”, aquellos que dirigen su mirada a las riquísimas nubes.

A esas nubes que pasan dirige la mirada Mariano Rajoy, ese gran diferidor, no sabemos aún si circunstancial, azaroso o estratégico, y quizá nunca lo sepamos si de estratégico se tratase. Un timonel que navega en el mar de la incertidumbre de los sargazos, porque en España las incertidumbres son sargazos, contra vientos nacionalistas y mareas populistas. Vientos, en que por la forma de Puigdemont y los suyos –siempre hay un “suyos” en el nacionalismo- han presentado la fecha y pregunta del referéndum soplan aires de flatulencia estulta. El mar posible de los sargazos donde imperan las algas y son frecuentes la ausencia de viento y corrientes marinas se ha traspuesto hoy por el nacionalismo, al mar imposible agitado de vientos y corrientes del incierto mar de los sargazos en el que se encuentra varada la nave de España, como una bestia de madera orgánica que cruje por la insoportable tensión nacionalista. La tripulación a punto de motín y las algas de superficie se enredan en las hélices. Pacificadores y renovadores constitucionales pretenden cambiar en medio del fragor el ferulado del navío para arribar a los mares posibles del futuro, sin vientos tempestuosos ni calmas chicas.

En este Proceso acuciante de vientos nacionalistas surgen los primeros relatores, unos venidos del pasado y otros que parecen llegados del futuro, para recortar ángulos y sesgos. De regreso al futuro llega el expresidente Aznar para insertar en el mosaico bizantino de nuestra política al grumete Albert Rivera, de paso ungirle con su pasado. Unción que parece halagar al ungido. Llega del pasado continuo Pedro Sánchez, el hombre nostálgico del trust multinacional, enemigo de las incertidumbres y postulante de las verdades de “la izquierda es izquierda en el no es no”. Llegado con la dosis de populismo comedida a una incierta conveniencia de reparto del poder con Podemos “la izquierda, izquierda”, navegando en el mar de la certidumbre del brumoso nacionalismo progresista federal.

Todo esto está muy bien pero nosotros, observadores penitentes de la realidad impertinente que cada día se nos cuela por todos los medios, no podemos perder la perspectiva de que la incertidumbre es un elemento incluido en los modelos de estrategia, tendente más a lo cuantitativo que a lo cualitativo y que, por tanto, no obsta en la referencia del embate nacionalista la aplicación del artículo 155, por ejemplo, contra los sediciosos. Sólo que, si se aplica, cambiaría el foco de atención. Y este es el margen práctico en el momento político que transitamos. Habrá que saberlo jugar muy bien.

Rajoy difiere la mirada a las jugosas nubes y no se lanza con el 155 sobre el pastel de la fecha y pregunta sin firma del referéndum, porque espera una mayor gratificación del día D. Ese día D no viene solo. Y porque no viene solo no bastará entonces con aplicar el que Inés Arrimadas espera que “nunca”, ni en el día D, “artículo 155 llegue a aplicarse en Cataluña”

Puede que sea Rajoy un buen jugador de incertidumbres, pero con incertidumbres equivocadas

De aplicarse a los golpistas el día D, se aplicará a esa parte, pero no a la Santa Compaña de nacionalistas vascos, gallegos emergentes, reflejos valencianos, social/federalistas del PSC, podemitas y diversos otros difusores de nuestra sociedad líquida. Así que yo en la ficción, recurriría a otros atractores políticos y culturales de las incertidumbres de nuevos relatos de la realidad fragmentada que, en una época marcada por los medios de comunicación de masas y la red de Internet, se revelan propensos a surgir cada vez más a menudo y a mostrarse de facto notablemente relevantes en el marco de nuestra comprensión del mundo. Parafraseo a Dan Sperber, catedrático de filosofía en su artículo “Atractores culturales”.

No se han revelado hasta ahora los orfebres políticos del mosaico bizantino en 3 D, los relatores de la realidad política fragmentada, ni el timonel, ni el grumete que comandan la nave varada y azotada por vientos en el imposible mar de los sargazos, como consumados estrategas exitosos de la incertidumbre inclusiva en sus modelos políticos. No parecen por su nivel intelectual y político hombres capaces. Sólo, si acaso, Rajoy. Y si el acaso fracasa, el imposible mar de los sargazos será un infernal Cabo de Hornos el día D. El Cabo de Hornos, azotado de fuertes vientos, intenso oleaje y mastodónticos icebergs, entre América y la Antártida. Para eludirlo es necesario echar más ciencia a la política y más política y dinero a la ciencia. Abrir esa nueva ruta hacia un nuevo continente de la política y la sociedad me parece ineludible en España.

Por Andrés Parra