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La política: instrucciones para el abuso

Hace algún tiempo, un brillante escritor francés, George Perec, escribió «La vida: instrucciones de uso», una magnífica novela si puede considerarse así. En realidad, pertenece al género de los catálogos, del mismo tipo que las Historias de Cronopios y Famas, o Rayuela de Cortázar, o las novelas embutidas en cuentos infinitos, catálogos de lo inmortal de Borges. La política, al igual que estas historias, desarrolla modelos, personajes diversos y políticos, en los que conviven pensamientos, contenidos, programas, amistades y vivencias donde se entreveran aventuras y vicisitudes, desarrolladas bajo la forma de comisiones, plenos y votaciones. Los personajes aparentan combatir contra obstáculos e inconvenientes y más que para resolver los problemas, están para crearlos con el beneficio de salir reforzados como líderes, historias infinitas, en fin.

La política es una suerte de elección, y como en la vida cada elección representa además de otros costes, un coste de oportunidad, tanto mayor cuanto mayor es la equivocación. A los políticos debería tratárseles como adultos, de tal modo que sus indolencias y culpas no tuvieran el eximente del infantilismo. Pero no. Es la ideología la que marca el sendero, los senderos que se bifurcan, sin encontrar jamás el cruce originario. Los idearios son bibliotecas de Babel, en papeles infinitos, iguales, pero aparentemente distintos. Los programas son como pizarras de arena, imposibles de apresar con las manos; se escurren entre los dedos cuando conforman castillos que se quedan en la palma de la mano. Ideologías, idearios y programas que son impermeables a la evidencia. Dicen que el amor es ciego, lo verdaderamente ciego es el ejercicio de la política, porque siempre se ignora la experiencia histórica y la evidencia presente.

Existe cierto parecido entre la literatura de ciencia ficción y la política cuando elimina de su horizonte la realidad mostrenca. A veces los aleluyas irrumpen en el sueño de la razón, y se percibe el eco de los corifeos militantes cantando a su líder. El jefe siempre tiene razón. ¡Luces, cámara, acción! Aparece en el horizonte. De las artes clásicas, la pintura revela en su abstracción o en su hiperrealismo la diferencia entre la escena y el trazo fino del pincel, la escultura la conformación de la idea subyacente tras el tosco material. Como en los torsos de Miguel Angel, el cincel precede al pulido de la idea que duerme en el material. Y existe un séptimo arte, convertido en un instrumento de la gloria y del fracaso. La política puede ser el arte octavo, como un compendio de todos, un arte total, donde pueden convivir la gloria y la degradación que se enmascaran mutuamente.

Y sí, la política podría ser el arte de decidir de acuerdo a la razón en la que pudieran confluir todos los modelos revestidos de palabras, la oratoria y la interpretación, las reglas y las costumbres, el estado y las leyes, las horas y los días. Es un arte complejo difícil de ejercer y desempeñar, pero pudiera ser un arte. Lástima que a la mayoría le pase desapercibido, lástima que a pocos les resulte percibido. El problema es que conviven el artista y el vendedor de poses, el idealista y el oportunista, el que vive del fin, y el que vive de los medios. Ocurre, algunas veces, que unos pocos, sólo unos pocos dejan huella y los rescata la historia. Otros son como agujeros negros fugaces que dejan tras su paso un mapa de angustia y desolación, cuando no de crimen, a veces irreconocibles tras las máscaras. El presente continuo acaba enterrándolos, no sin dolor. ¿Qué político conoce que realmente sea un artista destacado en la política española?. Trate de hacer un esfuerzo; si no se le ocurre ninguno, tal vez debiera inventárselo. La verdad es que no lo encuentra. España tras quinientos años de decadencia, ha logrado tener políticos que prescinden al tiempo de la política y de la realidad.

El órgano oficial del aparato del PSOE, elpais.com, indicó el otro día que los candidatos socialistas eran los peor preparados de la historia de este partido. La brillante generación, la mejor preparada de la historia, está representada por Podemos, un bluff académico, un partido instrumentado con el amparo de la mafia complutense, en un departamento universitario doctrinario donde los haya. Son cantamañanas que hacen de la realidad un discurso chabacano, barriobajero, teatrero, zarrapastroso, una retórica de aparentar ser para ser la posición que resulta de una casual arribada a la política. Susana Díaz un miembro del aparato, como Pedro Sánchez, un simulador profesional doctor en economía por una universidad privada de provincias.

Y en el hemiciclo un conjunto trágico de inveterados analfabetos incapaces de entender una metáfora o un chiste, menos una ironía, menos aún un análisis. Algunos llevan chupando del bote cuatro o más legislaturas, y los nuevos aspiran a peor de lo mismo. Transitan del Congreso, al Senado, del Senado al parlamento autónomo, y viceversa. Los políticos son esa misma casta a la que se han incorporado delincuentes alternativos. Como decían los clásicos, los mismos perros con distintos collares. Vemos como colocan a sus parientes, hasta el tercer grado directo y colateral, y a los amigos de cama y mesa con la misma impudicia del emperador romano Sila. El mérito se ignora, la corrupción resulta impredecible. Al modo de Carl Schmitt han hecho verdad los peores males de la democracia. Simulan ética cual popes en el discurso que solicitan a otros hacer lo contrario de lo que practican. Como si la corrupción fuera una condición personal, y no un conjunto de oportunidades para delinquir y quedar impunes. Solicitan confianza, lealtad y fidelidad al jefe. Como Trump cuando cesó a James Comey que le prometió honradez todas las veces que el presidente le pidió lealtad. La verdad es un bien, la dignidad lo último que se vende, el alma sólo es de Dios. Los políticos indignos desconocen el valor de la verdad, el valor de la dignidad, y la identidad humana.

La política está sometida a las leyes de la oferta y la demanda y el mercado permite que los políticos se compren y vendan, y sigan instrucciones de lobis para ejercer el abuso. Ahí tenemos las prácticas delictivas del gobierno argentino, de las razias asesinas bolivarianas, las miserables corruptelas brasileñas, y las más próximas madrileñas, valencianas, andaluzas, y catalanas. Póngase nombre a los hipócritas y a los cínicos. Parece que existe un manual para la política y el ejercicio de la corrupción, existe un manual de instrucciones para el abuso. La política debería estar vedada para los indignos, para los que obtienen la posición que no tenían. Cuando la dignidad no existe, la verdad desaparece y la realidad se ignora. El arte de la política desaparece. La brocha gorda desplaza al pincel, el escoplo al cincel, el rotulador a la estilográfica y la gente a las personas. La política se convierte en un lugar común para el ejercicio de la corrupción y el abuso, nunca para el arte de la gobernanza, que no puede quedar a merced de una ideología mistificadora.

Por Juan Pérez de Mungía