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Las lágrimas de Aguirre

Pues claro que, excepto los señores Alavedra y Prenafeta, por la cuenta que les traía, todos los acusados de corrupción, o de contactos negligentes con los corruptos, lo niegan. Indignados unos, dolidos otros. O lacrimógenos, como en el caso de la ex presidenta de la Comunidad madrileña, ex presidenta del Senado, ex ministra de Cultura, ex presidenta del PP madrileño, ex icono de la oposición -interna- a Rajoy y actual -aún- jefa de la oposición municipal del PP, Esperanza Aguirre. Aseguró Aguirre este jueves, ante los periodistas y tras pasar por el banquillo de los testigos del ‘caso Gürtel’, que siempre tuvo por persona de honradez ejemplar a Ignacio González, a quien ella colocó en la presidencia de la Comunidad madrileña y a quien trató, infructuosamente porque Rajoy se negó en redondo, de situar en la, ejem, rentable presidencia de Caja Madrid. Siento decirlo, pero las palabras de Aguirre no se corresponden, hasta donde el periodista sabe, escuchó y vio, con la realidad. Ni con la verdad, claro.

Porque fueron muchas las veces que, incluso gentes del PP, advirtieron a Aguirre sobre la débil línea divisoria entre el bien y el mal por la que circulaba constantemente, poniéndose al mundo y a los ciudadanos por montera, Ignacio González. «¿Vosotros creéis que Ignacio es lo que dicen de él que es?». La frase, textual, es de la ex lideresa y la pudo escuchar quien esto suscribe -y rubrica- cuando un correligionario de ella le advirtió sobre lo que hacía y no hacía su ‘número dos’, ya entonces, más de quince años ha, complicado en una misteriosa trama de espionajes y escuchas, como si de la peor trama catalana pujolista se tratase.

No me atrevería a sugerir que la simpática y accesible ‘Espe’ se haya lucrado personalmente de los años de basura del PP en Madrid. Sí digo, con toda claridad, que favoreció al amigo y perjudicó al enemigo. Y, al indiferente, ya se sabe: la legislación vigente. Es decir, negligencia ‘in vigilando’ que hace muchos años la debería haber convertido en acreedora a la retirada definitiva de toda actividad política, cuando menos. Y en sus excesos, la ‘lideresa’ incluyo sus favoritismos a los comunicadores menos críticos con ella. Se lo lancé al rostro un día y me respondió: «pudiendo hacer algo por los amigos, ¿cómo esperas que lo haga por los enemigos?».

Toda una frase que define una concepción de la política. Patrimonial. Tiene que abandonar ya mismo la vida pública, con o sin lágrimas, y bien que siento decirlo, porque, en lo personal siento simpatía por ella; y no hago leña del árbol caído porque esto mismo llevo algunos años diciéndolo.

La ejemplaridad, el raciocinio, la moderación, tienen que regresar a la vida política española. No puede ser que a quien ha denunciado toda esta trama nauseabunda del Canal de Isabel II, es decir, la presidenta de la CAM Cristina Cifuentes, sus propios aliados de Ciudadanos le pidan explicaciones, en lugar de dedicarle un aplauso, aunque sea tímido y poco sonoro: ha sorteado no pocas presiones de algunos de los suyos para que mantenga la boca cerrada. Y menos puede ser que la critiquen ‘por lo bajini’ algunos correligionarios, encantados con las trabas que el fiscal anticorrupción intentó poner a los registros ordenados por el juez. Esperamos también las explicaciones del teórico acusador público.

Ni puede ser que, desde el PSOE desnortado, equiparen el ‘caso Ignacio González’ con la comparecencia, como testigo, de Rajoy a declarar en el ‘caso Gürtel’. Explicación y comparecencia imprescindibles, porque Rajoy estuvo allí en los tiempos del plomo (y de la plata), aunque nadie pueda acusarle de prácticas corruptas en lo personal. Pero un testigo es un testigo. Al menos. Y, por cierto, mejor hubiesen hecho en el PP en haber aceptado desde el primer momento, aunque fuese poniendo caras de circunstancias, el llamamiento judicial a Rajoy, que esperemos que no busque escapatorias de plasma, porque sería peor.

Estoy deseando que comience esa comisión parlamentaria que, en teoría, debería investigar las corruptelas del PP. Corruptelas afortunadamente, creo, pasadas, pero no suficientemente sancionadas; ni política ni, acaso, penalmente. Y bien que podrían, de paso, extenderse las facultades de esa comisión a las presuntas o reales corrupciones en otras fuerzas políticas.

Y menos lágrimas, señora Aguirre. Somos nosotros, los ciudadanos, sobre los que se ha montado el chiringuito de tantos aprovechados, quienes deberíamos llorar. Una vez que se nos pase la indignación, claro.