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Los huevos de los taxistas

Iglesias es partidario de la revolución pero no sé si la quiere de uno o de dos huevos. Cuando defiendes las barricadas, el grito y el puño en alto, el escrache y la violencia, cuando alguien prepara el caldo para luego llevarse el compango, no sabes si se va a llevar cocido el huevo. El afirma que no era el objetivo, pero cualquiera de los millones de taxistas que odian a Podemos pudo ser el de los huevos que él hubiera preferido para su moción de censura poco hecha.

Y así dos huevos de gallinas en libertad fueron a parar, uno para el liberado sindical y otro para el liberado Iglesias, que fue a por demagogia y se llevó un huevo kinder de sorpresa.

Echarle huevos al fútbol, al taxi, a la vida, esa es la cosa. No tirárselos a nadie. La gente de bien, la que sigue empeñada en creer en las instituciones aunque a veces no funcionen, no es partidaria de tirarle nada a nadie, de escrachear, de piquetear, de violentar, de hostigar, ni siquiera en autobús. Pero él sí. Y cuando escupes hacia arriba lo fácil es que llueva en seguida.

En una economia abierta los monopolios se resquebrajan. El gremio del taxi no es el de los estibadores pero aun de propiedad privada realizan un servicio público. No puede ser que los turistas de medio mundo lleguen a Barcelona o a Madrid y tengan que patearse la ciudad con la maleta.

Igual que con los controladores aéreos o los estibadores, el Gobierno tiene que tener con los taxis alternativa. Echarle huevos es competir exigiendo a la competencia que compita en condiciones de igualdad. En muchos sitios de Europa llevan corbata. En EEUU negocian todos los años y si es preciso se pasan el año negociando. Pero no podemos poner en un cesto el turismo, la gallina de los huevos de oro, y luego perderlos por los agujeros que nosotros mismos hacemos en la cesta.

Uber ya existía. Todo el mundo sabe de taxistas o alquileres con conductor con un coche impecable, donde da gusto entrar y cuesta menos salir, donde no tienes que encoger las rodillas, con un conductor educado, discreto y prudente, una conducción sin frenazos ni tirones, donde descansas durante el recorrido. En ellos no te imponen nada, ni una mala cara, ni un olor indeseado, ni la radio al alta la lleva. En la grandes ciudades cuando te toca uno malhumorado, que no conoce el ambientador, el viaje, el rodeo o la carrera, puede ser un horror.

Uber hoy existe por todo el mundo, está en el móvil y tiene la nada desdeñable posibilidad de calificar al conductor e incluso al pasajero. Por eso no es Iglesias el que va a salvar a los taxistas. Ni los huevos lanzados por algunos pocos entre los miles y miles que no quieren ver a los de Podemos ni en pintura. No serán sus huevos sino sus arrestos los que salvarán a los taxistas. Su propio empeño, su afán de superación es el que les hará competir y resistir. Y el que resiste, como decía Cela, gana.

Por Víctor Entrialgo de Castro