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El macho alfa se retrata ante Rivera

Venía ya mermado de Mariano Rajoy, más por deméritos propios, que por virtudes del gallego. Y se encontró con Rivera. En mala hora.

Se le veía en el escaño incómodo con una sonrisa forzada en un intento de encajar el retrato despiadado que le estaba dejando reducido a sus vergüenzas. Ahí, rojo de ira contenida y sonrisa forzada parecía un guiñol de sí mismo. Albert Rivera le acababa de noquear con tres pinceladas trazadas con guante blanco: su incapacidad para construir algo, la ignorancia del trabajo parlamentario en curso, o su nula predisposición para defender la nación de todos. Y un reproche hiriente: el señor Iglesias solo sabe destruir, criticar a los demás, pero es incapaz de dar una sola medida para acabar con el paro.

Desnudo ante España entera, Pablo dejó al perdonavidas en el escaño y mandó al atril al macho alfa. Y comenzó un patético strictis mental, más propio de un macarra adolescente que de una persona adulta. Con qué brío arremetió en un interminable encadenamiento de argumentos ad hominem contra el guaperas que acabada de robarle la atención del harem. Herido en su amor propio, se olvidó del contenido para ridiculizar a la persona. El más ostentoso, la supuesta escasez de lecturas de Rivera. Él, precisamente él, estudiante de contracubiertas, que nos dejó en su infinita pedantería un tomo glorioso de Immanuel Kant, que el propio Kant jamás escribió: “Ética de la razón pura”… ¡Qué manera más cutre de mancillar la labor de los profesores!

La moción de censura sí ha servido para algo, nos ha mostrado al personaje inmaduro y agresivo que se esconde tras esa pose de niño repelente. La irreverencia está bien para mostrar el abuso, pero con ella no se construye nada. Al contrario, tras ella vienen todos los déspotas. Bueno es que toda España se vaya dando cuenta.

Estas líneas tejidas de argumentos ad hominem contra él pueden servirle de guía para que sienta en carne propia cómo, descalificar a la persona cuando somos incapaces de rebatir sus argumentos es intelectualmente miserable.

Por Antonio Robles