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¿Plurinacionalidad o Plurilingüismo?

Antonio Roig
Antonio Roig

En un reciente e interesante artículo, Joaquím Coll, afirma que la declaración de plurinacionalidad, que Pedro Sánchez propone incluir en la Constitución, no va a servir para aplacar al soberanismo (por nombrarlo por lo suave) y que, muy al contrario, encenderá una nueva guerra por cuanto será preciso especificar cuántas y cuáles son las naciones que componen la amalgama española. Considera que “en lugar de entretenerse en la metafísica de las naciones” “la única vía para apaciguar la querella territorial es abordar al máximo nivel la realidad de las lenguas”. Como consecuencia, promueve reformar la Constitución para incorporar a la misma el catálogo de las diferentes lenguas habladas en España y la consideración de todas ellas como “cuestión de estado”, es decir, en régimen de cooficialidad. Eso agilizaría el reconocimiento de las “otras” lenguas de España en la UE y obligaría a los territorios con más de una lengua a respetar especularmente el plurilingüismo.

Suscribo la idea de la capitalidad del problema de las lenguas (para el que ya se han elevado al Parlamento por lo menos dos propuestas de Ley). En lo relativo al futuro que espera al “bálsamo sanador” de la plurinacionalidad de Pedro Sánchez, poco hay que añadir. Oriol Junqueras, cabe suponer que la primera fiera a quien se quería amansar, tardó dos segundos en expresar su escepticismo. El propio Pedro Sánchez abre paréntesis un día sí y otro también para limar las aceradas espinas de una idea que no contenta ni a propios ni a extraños. Pero, ¿qué nos hace suponer que una declaración constitucional de plurilingüismo tendría efectos más positivos sobre la “querella territorial” que una declaración de plurinacionalidad (a menos que sirviera para blindar el terreno conquistado por las lenguas regionales a fuerza de orillar preceptos legales e ignorar sentencias judiciales)?

Se da el caso de que esta tesis se viene repitiendo desde hace tiempo por personalidades más o menos formalmente ligadas al PSC. Además del propio Joaquím Coll, la han formulado Mercè Vilarrubias o Juan Claudio de Ramón. Rafael Arenas, una de las almas promotoras de SCC, aplaudía el artículo que comentamos desde su página de Facebook y, después de especificar que uno de cada cinco españoles tiene como lengua materna una distinta del español, afirmaba: “No es cierto, como pretenden los nacionalistas, que el estado español no haya hecho nada por las lenguas que no son el castellano. Existe una clara apuesta por todas las lenguas españolas en muchos ámbitos; pero hay margen de actuación para una intensificación de la actuación en esa materia” (la cursiva es mía). Se trata de personas por las que siento una gran estima y que me inspiran admiración y un profundo respeto intelectual y personal. No puedo sino reconocer el valor moral de su actitud (en algunos de ellos reciente, eso sí) de mostrar públicamente su disconformidad con el pensamiento socialmente dominante en esta Cataluña que se finge monolítica, arrostrando el coste profesional y personal que ello les puede suponer. Me sorprende, sin embargo, la insistencia en esa idea como una especie de mantra, cuando hace aguas por muchas costuras, a mi modesto entender.

Muchas de esas debilidades han sido expuestas en otras ocasiones. En primer lugar, abrir el “melón” de las lenguas en la Constitución es tan arriesgado como abrir el de las naciones. Se está pensando en el catalán, el gallego y el vasco pero, ¿cómo frenar las polémicas sobre el valenciano o el extremeño, el panocho, el asturiano o el andalú (ahora que se está creando ya su correspondiente Academia)? Se piensa en una hipotética retrocesión de competencias al Estado por mor de esa nueva constitucionalidad plurilingüe, pero, ¿ven Vds. a la Generalidad de Cataluña o al gobierno vasco dispuestos a ceder un solo centímetro en el terreno conquistado en materia lingüística o dispuestos a compartirlo con el Estado a cambio de un reconocimiento formal en la Constitución? ¿Por leve que fuera, no sería de inmediato considerado como un ataque, un motivo más para rasgarse las vestiduras y llorar de nuevo plañideramente por la invasión del estado opresor? En estas condiciones, ¿puede pensarse en una cooficialidad de las “cuatro lenguas de España” que no suponga una vía para que el nacionalismo conquiste nuevos terrenos simbólicos o competenciales?

Sin duda, es cierto que hay margen de actuación en el terreno del reconocimiento de las lenguas por el Estado, pero esa no es la causa de la “disputa territorial” (aunque pueda –o pudo, alguna vez– argüirse como pretexto). Si ponemos en un platillo de la balanza la conculcación de los derechos de los ciudadanos que supone la inmersión obligatoria, por ejemplo, y en el otro una cierta tibieza de los gobiernos del Estado por hacer suya la defensa de las otras lenguas españolas (no olvidemos que en Cataluña, la administración del estado es bilingüe, pero la autonómica no), comprenderemos que el problema no está bien enfocado. Es como si la mayoría blanca en  los EEUU de la primera mitad del siglo XX, arguyera que no se pueden suspender las leyes discriminatorias contra la población de color porque los negros se niegan a ponerse la mano en el corazón cuando suena el himno nacional.

Sólo se me ocurre una justificación para la insistencia en la tesis del reconocimiento de la pluralidad lingüística española como condición de solución del problema territorial: sería una forma de atraer a aquellos catalanes que continúan secuestrados del nacionalismo y que han interiorizado el bulo de que la España del franquismo sobrevive en nuestros días y sigue fabulando medios para sojuzgar a los catalanes por su lengua. Si es así, me temo que es una batalla perdida. Quienes, a estas alturas, no han querido o no han sabido ver la inmensa patraña del nacionalismo para seguir medrando por tiempo indefinido, no van a caer del caballo por una mera cuestión simbólica.

Es una lástima que quienes estamos de acuerdo en la gravedad de la vulneración de derechos lingüísticos, que se extiende cada vez más por la geografía autonómica española, dediquemos tiempo a discutir sobre dónde poner la mano cuando suena el himno, siendo así que lo fundamental sigue sin visos de solución.

Por Antonio Roig Ribé