Inicio Opinión Por ahora, mejor no menealla, por Enric Hernàndez

Por ahora, mejor no menealla, por Enric Hernàndez

Cierren los ojos y, aunque les cueste, imaginen la siguiente escena. Los socios del Govern entierran el hacha de guerra y, sin renunciar a sus ideales ni a exigir la libertad de los presos, entablan un diálogo honesto con los grupos de la oposición. De las cesiones y transacciones de todos emerge por amplio consenso una iniciativa audaz: el Parlament insta una reforma constitucional que, entre otros hitos, establece bajo qué requisitos y en qué plazos Catalunya podría votar su futuro estatus político, dentro o fuera de España. Nada excéntrico ni revolucionario; las cámaras autonómicas están legitimadas para promover cambios de la Carta Magna.

La propuesta catalana llegaría, allá por el 2020, a un Congreso más polarizado que nunca: la derecha partida en tres –y el caballo de Pavía relinchando en la bancada de Vox–, el PSOE acoquinado por la oleada patriotera, las izquierdas peleadas, el independentismo a lo suyo y la gobernabilidad, en el aire. Escenario poco propicio para esperar que los partidos obren con sentido de Estado, últimamente tan escaso en política como el del ridículo.

Hace 40 años todos, franquistas y antifranquistas, reaccionarios y comunistas, buscaron el mínimo común denominador en pro del bien común. Los herederos del régimen aceptaron a regañadientes una Constitución abierta y de corte federal que hoy los nostálgicos exigen diluir o derogar. Acataron la monarquía los comunistas que ahora denuncian al Rey emérito como miembro de una “organización criminal”. Y abdicó de la secesión el catalanismo conservador que, paseado bajo palio durante décadas por derechas e izquierdas españolas, ahora abraza la autodeterminación con furor digno de mayor congruencia.

EQUILIBRIO DE FUERZAS

La generosidad y renuncias que propiciaron el ahora estigmatizado ‘pacto del 78’ se antojan improbables 40 años después. Con el vigente equilibrio de fuerzas y el que se avizora, o el cambio de la Constitución no concitaría el consenso exigido, o tendería hacia la involución. La solución al conflicto catalán quizá reclame a la larga una reforma constitucional, pero, por ahora, mejor no menealla.