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Por el camino de Swann

Ahora se llama felicidad a la diversión, decía Erich Fromm hace
cincuenta años.

En los pueblos de España donde durante el año apenas
pasa nada, las fiestas duran ocho dias y las verbenas de pueblo con
orquesta son sustituidas por macroconciertos que llevan en el
programa un montón de grupos con nombre inglés y letras
indescifrables, que tienen fans de edades muy diversas que se conocen
las letras casi antes de que se escriban.

Prueba de que nuestro país es especial es que anunciado un
referendum ilegal, un macroconcierto separatista, un desafio al Estado
que hace saltar por los aires la Constitución, el pais entero se
marcha de vacaciones por el camino de Swann, a la búsqueda del tiempo
perdido y a la sombra de las muchachas en flor.

Y hace bien, si no forma parte del Gobierno o coge pilas para la que
se avecina. Nadie habla hoy en Barcelona y en Cataluña del referéndum
sino de los alquileres ilegales salvo la panda organizadora y los
radicales con su violencia contra el sector turístico, sin el cual
ésta gente quizás estaría colaborando en las fiestas de su pueblo.

Citar palabras bonitas como independencia, libertad o felicidad es
estar, como Swann, entre mujeres bellas. Pero una cosa es la belleza
que atrae y otra la belleza que enamora. Pese a la cansina sonsonia de
los herederos del pujolismo, la independencia no es la felicidad ni
la libertad.

La libertad es la ausencia de necesidad, pero los ciudadanos europeos

de bien nos obligamos voluntariamente con el Estado y la Unión europea, para que garantice nuestra seguridad y nuestras libertades y por otro, con nuestros afectos, porque los estimamos servidumbre voluntaria, elección de nuestra libertad, compromiso o creencia.

Pero al hombre siempre le falta algo. Es un ser anhelante, carente. Se
afana en conseguir cosas pero, cuando cree alcanzarlas, como
reminiscencia de la lucha por la supervivencia, surge o se inventa una
nueva necesidad.

Y como la vida ya es en sí misma una experiencia de pérdida, no hay
razón para que algunos se inventen una necesidad y traten de inocular
interesadamente a los demás un sentimiento de nostalgia política y el
anhelo inaplazable de recuperar una cosa que nunca existió, algo que
tiene hastiada a la mayoría.

La pregunta, cuando termine el descanso será si el art 155 de la
Constitución es una facultad o un deber y, al tiempo, quien nos
resarce del tiempo perdido que la gente ha ido a recobrar a la costa o
al interior de la España entera que padece este cansino desafío.

Víctor Entrialgo