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Radicales sin suburbio

Pablo Gómez-Juárez
Pablo Gómez-Juárez

A finales de los años 70 y durante toda la década de los 80, el barrio más genuinamente obrero de Barcelona fue el de San Ildefonso, en Cornellá de Llobregat. Entonces se le conocía como Ciudad Satélite y estaba compuesto por altos bloques de viviendas baratas, habitadas todas ellas por trabajadores de escasa cualificación y sus respectivas familias. Muchos de sus vecinos provenían de otras partes de España, especialmente de Andalucía, pero otros eran catalanes de toda la vida con peor fortuna que la tradicional burguesía del Ensanche. El voto nacionalista allí era inexistente.

La zona se fue degradando paulatinamente hasta convertirse en un área prácticamente marginal debido a los elevados índices de paro y al implacable daño que la droga, en particular la heroína, comenzó a causar entre los más jóvenes. Allí nació uno de los grupos más importantes de la historia del punk-rock patrio: La Banda Trapera del Río. Cantaban todas sus canciones en castellano, menos “Ciutat podrida” –en catalán–, que se convirtió en uno de sus temas más conocidos junto con “Curriqui de barrio”  y “Venid a las cloacas”.

Sus letras hablaban de la marginalidad social y de las penosas circunstancias vitales que ellos mismos experimentaban como residentes de aquella zona barcelonesa. Aludían al pánico nocturno en las calles, a las violaciones, a la ingrata vida del obrero y al desdén que la alta sociedad catalana mostraba hacia él: “obrero, te llaman siempre perro y derrochador”. Incluso llegaban a interpretar el pago de impuestos como una humillación para la gente de aquel barrio, al que definían como una enorme “cloaca” donde lo único que se había hecho era poner una boca de metro a la que se accedía “con barro hasta el pantalón” porque alrededor de ella ni siquiera había zonas asfaltadas.

Ahora piensen en Arran, esa organización juvenil antisistema que se ha dedicado a perpetrar todo tipo de gamberradas durante los últimos días. Piensen en el chalé con piscina de la familia de su portavoz, Mar Ampurdanès, en la acomodada zona de Caldes de Montbui, donde pasa su tiempo libre tocando la guitarra, bañándose y escuchando música, mientras se deleita con alguna bebida de importación combinada con algún refresco gaseoso –nunca de marca blanca–.

Y yo me pregunto: ¿a qué obreros representa Arran?

Manifestación de Arran

La Banda Trapera del Río estaba compuesta por jóvenes cuyos padres pertenecían al lumpenproletariado barcelonés, y sus letras contenían un clarísimo mensaje de denuncia socio-política. Pero los jóvenes de Arran, como Mar Ampurdanès, no son otra cosa que niñitos de papá con mucho tiempo libre y ganas de ligar y hacer amigos estableciendo actividades grupales de entretenimiento “subversivo”.

A la izquierda se le presupone un compromiso ineludible con la clase trabajadora y con las personas más desfavorecidas de la sociedad. Pues bien, ¿a qué tipo de trabajadores representan estos adolescentes? ¿A todos aquellos que prestan sus servicios en el sector del turismo y de la hostelería al que Arran dedica todo su empeño para que resulte perjudicado?

¿Qué valores de izquierda tienen? ¿El supremacismo catalanista? ¿El ultraindependentismo? ¿Un ultrafeminismo que les insta a utilizar el género femenino como norma exclusiva –y excluyente– para referirse a todas las cosas?

Resulta del todo inverosímil pensar que estos “jóvenes títeres” puedan estar defendiendo a la clase obrera con acciones tales como la colocación de bengalas frente a unos yates en el puerto de Palma de Mallorca, la ocupación de un piso de “Airbnb” en Valencia, la realización de pintadas en un autobús turístico al que paralizaron, o el pinchado de las ruedas de unas bicicletas de alquiler por “estar ocupando ilegalmente un espacio público” (sic).

Sus hermanos mayores, la CUP, ya han demostrado por activa y por pasiva lo izquierdosos que son. Llevan mucho tiempo apoyando a la derecha nacionalista catalana (PDeCat) y olvidándose de un pequeño detalle: que la propia CUP se autodenomina de extrema izquierda anarquista.

Ya sé que alguien puede decirme que apoyan al PDeCAt solamente por la causa de la independencia, pero piensen que esa causa no es internacionalista, ni piensa en el bien común del conjunto de los trabajadores. Caigan en la cuenta también de que se trata de una causa egoísta, con un trasfondo de persecución de privilegios económicos. Una causa que es apoyada sólo por una parte y que no respeta a más de la mitad de la población catalana. En definitiva, la antítesis de lo que sería una izquierda honesta y consecuente.

Pablo Gómez-Juárez.
Periodista, escritor y miembro de dCIDE