Inicio Opinión Réquiem por la estación de França, por Mauricio Bernal

Réquiem por la estación de França, por Mauricio Bernal

Se le puede atribuir la condición de conocida a la maqueta de la estación de França exhibida en el interior de la estación de França, justo al pie de los andenes, y tal vez sea hora de afirmar que es una maqueta tan nostálgica como casi todo lo que hace especial al viejo edificio ferroviario: las taquillas enmarcadas en madera, los relojes de un tiempo pretérito que presiden tanto el vestíbulo como la zona de trenes; o, por supuesto, detalles como el aviso de «sortida ciutat» fijado en letras doradas sobre una de las paredes laterales. La maqueta, en la que han reparado inevitablemente todos los que han viajado desde o hasta la estación, es nostálgica a su modo, pues retrata el tiempo en que França era el lugar donde llegaban todos.

«Hace 40 años todos llegaban aquí», le dice una maestra a un grupo de escolares

França en sus tiempos ajetreados. A pequeña escala, pero con mucho detalle, es la estación en un instante de efervescencia. Gente llegando y saliendo, gente corriendo, gente en medio de un abrazo. Gente al lado de un tren mirando a la ventanilla donde se adivina que a su vez los mira un familiar o un conocido a punto de partir. Gente agitando las manos para saludarse de lejos, dejando sus maletas en la consigna, conversando en los bancos. Pero sobre todo gente, mucha gente. Mucha más de la que el curioso que se ha parado a detallar la maqueta se encuentra cuando levanta los ojos. La miniaturizada estación ya no existe. En la França de hoy las cosas son a otro ritmo. Hay menos gente, menos trenes, menos actividad.

Lo efervescente y lo mustio

Tiene actualidad hacer una visita de pleitesía a la estación ubicada en la avenida del marqués de l’Argentera, y mirar la maqueta efervescente y compararla con la realidad mustia, toda vez que el ayuntamiento acaba de desempolvar la idea de abrir la Ciutadella al mar, lo cual tendría consecuencias sobre la entrañable França. Quién sabe, hasta podría significar su fin: no como edificio, pero sí como estación. Aparte de los contados viajeros que suben o bajan de los contados trenes, a veces es posible encontrar a un grupo de escolares capitaneados por una enjundiosa maestra que nada más pisar el edificio dice: «Hace 40 años todos llegaban aquí», y que luego, señalando la calle, agrega: «Esta era la parte más movida de toda Barcelona», para terminar con un detalle de nostalgia: «Mi madre llegó aquí cuando vino de Andalucía».

Llegar a BCN por França no tiene nada que ver con llegar por la grisura de Sants

No es un detalle baladí. Antes la gente la primera visión que tenía de Barcelona era la de esas marquesinas metálicas que veían progresar en curva mientras el tren reducía la velocidad antes de pararse del todo. Al bajar, después de los abrazos, podían contemplar la estructura en todo su esplendor, y al pasar por el vestíbulo detenerse a considerar la belleza de las tres cúpulas que a su manera bendecían a los viajeros. No les ocurrió solo a los inmigrantes andaluces y del resto de España que llegaron a mediados del pasado siglo a la ciudad; teniendo en cuenta que unos pocos trenes de larga distancia siguen terminando su recorrido en França, hay personas que aún tienen la suerte de asomarse por primera vez a Barcelona desde el paisaje de su estación antigua. No tiene nada que ver con la gris funcionalidad de Sants.

Una estación literaria

Una cosa es llegar a París y otra cosa llegar a París en un tren que desemboca en la Gare d’Austerlitz. Es cuestión de estética. Carmen Laforet le dedicó literatura a la estación de França, acaso porque estaciones como las de França son literarias: «Era la primera vez que viajaba sola, pero no estaba asustada; por el contrario, me parecía una aventura agradable y excitante aquella profunda libertad en la noche. La sangre, después del viaje largo y cansado, me empezaba a circular en las piernas entumecidas y con una sonrisa de asombro miraba la gran Estación de Francia». Así reza un pasaje de ‘Nada’. No es la única vez que ha sido homenajeada la vieja estación en literatura, y quizá sea esa una señal de perdurabilidad: quedarán cuando la estación no funcione –más tarde, más temprano, quién sabe– el edificio, los homenajes literarios y la canción de Sopa de Cabra. Que, como la maqueta –»a l’estació de França hi ha de tot», dice el primer verso– habla de un remoto pasado.