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El resurgir del sentimiento nacional

Estábamos tan ocupados en combatir el nacionalismo, que nos olvidamos de defender el sentimiento nacional. El nacionalismo convierte la nación en mito para justificar el supremacismo y la xenofobia; vive de construir un enemigo al que odiar; se alimenta de exaltar lo propio y denigrar lo ajeno. En el caso del nacionalismo catalán, vive del odio a España, del rencor a todo lo español. Así, desde sus orígenes. Para encubrir su racismo (todo nacionalismo es necesariamente racista), el nacionalcatalanismo de hoy se ha dedicado a identificar a España con el fascismo y el franquismo. Para odiar al otro primero hay que degradarlo; convertirlo en facha es el camino más corto y más fácil. Este recurso les ha funcionado a los nacionalistas. Tanto, que hasta la izquierda ha caído en su trampa y les ha ayudado a “legitimarlo”.

Pero rechazar el nacionalismo no implica negar la legitimidad del sentimiento nacional. Hasta hoy, acuciados por la necesidad de romper el cerco ideológico nacionalista, no habíamos tenido tiempo para hacer la distinción entre un sentimiento natural, sano y legítimo, como es el sentirse español, que se fundamenta en reconocer lo propio, en apreciarlo y valorarlo en sí mismo, y no en el rechazo de nadie, y otro sentimiento negativo, basado en el rencor y el odio, en el desprecio y la exclusión de los otros, a los que se considera diferentes (para no llamarles inferiores). Podemos hablar de sentimiento nacional frente a sentimiento nacionalista.

Es algo más que una distinción morfológica. Alrededor de cada adjetivo se conforman campos semánticos diferentes. Nacional alude a conceptos como nación política, derechos de ciudadanía, democracia, igualdad, diversidad, libertad, Estado de derecho. El otro, nacionalista, encierra conceptos como nación étnica y lingüística, derechos históricos, uniformidad, supremacismo, Estado totalitario.

Uno, el sentimiento nacional de pertenencia, crea vínculos emocionales positivos entre los ciudadanos, construye una imagen de sí mismos y un relato histórico y simbólico que destaca la convivencia y la cooperación como factores de progreso y bienestar. Al mismo tiempo que crea unidad interna, es abierto hacia el exterior, no excluyente. El otro, el sentimiento nacionalista de posesión, alienta emociones negativas contra los que considera ocupantes y opresores, internos y externos; construye un relato histórico y mítico basado en imaginarias esencias (étnicas, culturales) ligadas o emanadas de la tierra; fundamenta su unidad en la uniformidad lingüística y cultural y es, por naturaleza, expansivo, “colonizador”.

Contra lo esperado, hemos asistido estos días al resurgir de un sentimiento nacional español cuya mayor novedad es el haberse desprendido del sentimiento nacionalista para expresar democráticamente sus deseos de unidad, igualdad, respeto a la ley y a los símbolos comunes, rechazo de los privilegios territoriales, del chantaje, la amenaza y la imposición de los nacionalistas. El “problema catalán” ha pasado así de ser un asunto de Cataluña para convertirse en el principal problema político de España, del que una mayoría de españoles ya no se siente ajeno.

Ha sorprendido a muchos esta reacción, única esperanza ante la crisis del Estado y del Gobierno, del desmoronamiento de la democracia en Cataluña y de la incapacidad de los partidos para encarar con claridad y determinación el mayor desafío antidemocrático llevado a cabo nunca por una minoría nacionalista en España. Es preciso apoyar, extender y afianzar este sentimiento nacional para convertirlo en una fuerza decisiva en esta hora de incertidumbre y desasosiego. La ceguera de los actuales responsables públicos, tanto en Cataluña como en el resto de España, les hará incapaces de ver qué sentimientos alientan esta movilización popular, pues, del mismo modo que nos han querido arrebatar el término nación y nacional, también hemos de recuperar la palabra pueblo y popular, despojándolas de cualquier retórica nacionalista, supremacista o folclórica.

Sí, ha sido una parte significativa del pueblo español la que ha hecho resurgir este sentimiento nacional que los cobardes y mezquinos políticos actuales intentarán utilizar, manipular, desvirtuar y aplacar para ponerlo al servicio de sus intereses. No entenderán que ese hartazgo del que hablan se extiende también a esa monserga engañosa que utiliza palabras tan aparentemente inocuas y positivas como diálogo y negociación, para ocultar la claudicación, la consolidación del privilegio, la legalización de la exclusión y la desigualdad, la concesión de mayores ventajas económicas, el blindaje de competencias propias del Estado, etc.; ese pusilánime discurso pactista que Rajoy ya ha empezado a poner en circulación como nuevo modo de anestesiar y amodorrar al pueblo español.

Entramos en una fase decisiva, sí, en la que los engaños y amenazas pueden ser todavía mayores que los que hoy nos acosan. Lo peor sería que cayéramos en la trampa del apaciguamiento y el miedo a imponer la fuerza de la ley contra quienes quieren acabar con nuestra nación y nuestros legítimos sentimientos nacionales.

Santiago Trancón es impulsor del Centro Izquierda de España (dCIDE)