Inicio Opinión Te sodomizará un burro, por Mauricio Bernal

Te sodomizará un burro, por Mauricio Bernal

Lo que no se puede afirmar de ningún modo es que los egipcios no fueran originales a la hora de formular maldiciones. De lo más convencional –el difunto volverá de la muerte y no con las mejores intenciones, por ejemplo–, a lo más heterodoxo: un asno sodomizará a quien profane esta tumba, a su esposa y a su hijo. Ser sodomizado por un burro en el antiguo Egipto era un asunto serio, que trascendía la incomodidad de la mera penetración bestial, toda vez que el animal era asociado al dios Seth, del que se decía que tenía un semen venenoso. Tal era el alcance de la maldición. Se leen esas cosas y se valora más el arrojo de los arqueólogos.

El egiptólogo Javier Martínez Babón dice que «hay un potencial enorme» en este tipo de creencias

‘Inscripciones amenazantes y maldiciones’ es el nombre del curso que a partir de la próxima semana impartirá en el Museu Egipci Javier Martínez Babón, egiptólogo y epigrafista de la Misión Arqueológica del Templo de Millones de Años de Tutmosis III que dirige la sevillana Myriam Seco. La curiosidad que ha desarrollado Martínez Babón por el tema de las maldiciones –y de las inscripciones amenazantes en general– nació allí, en este templo de la dinastía XVIII construido sobre los terrenos de una vieja necrópolis, donde hace tres años el equipo de arqueólogos halló una serie de objetos mágicos destinados a la protección del difunto; entre ellos, unos cuchillos de marfil grabados con figuras de divinidades protectoras. «Pensé: hay un potencial enorme para trabajar en este tipo de creencias», dice.

Un poder sobrenatural

La profanación de tumbas era una práctica habitual en el antiguo Egipto. Extremadamente supersticiosos, los egipcios creían que el pillaje de un ajuar funerario podía tener funestas consecuencias en el más allá. En tiempos de paz se destinaban unidades policiales para la vigilancia de las necrópolis, pero cuando se desataba una crisis política «se profanaban necrópolis enteras». Las inscripciones amenazantes eran una forma de seguro: tanto las maldiciones, que apelaban a la terrible venganza de un poder sobrenatural, como las disposiciones legales, los edictos, que apelaban a la no menos temible justicia humana.

En tiempos de crisis politíca se profanaban necrópolis enteras en el antiguo Egipto

El asno que sodomiza es una de las cuatro modalidades de justicia sobrenatural según los egipcios; en las otras tres, el muerto se levanta para quebrar el cuello del profanador, una triada de dioses se cobra venganza sobre el ladrón, su esposa y su hijo y un animal o un grupo de animales devoran al sacrílego –por lo general un león, un cocodrilo, un hipopótamo, una serpiente o un escorpión: los animales más temidos por los egipcios–. Judicialmente hablando, la amenaza habitual era ser quemado vivo; igual que con el burro venenoso, se trataba de algo más que de la mera incomodidad de ser devorado en vida por las llamas. «Aquí hay que tener en cuenta que en la tradición religiosa egipcia era necesario que el cuerpo estuviera conservado para que hubiera un más allá –dice Martínez Babón–. Por eso momificaran a los difuntos». Tanta amenaza no disuadió especialmente a los saqueadores, y se entiende: la mayor parte de los egipcios no sabían leer.

Momias vengadoras

Como es bien sabido, todo esto que está arqueológicamente demostrado ha desatado durante decenios la imaginación de Occidente y dado pie a toda clase de ficciones, la más famosa de ellas la supuesta maldición de la tumba de Tutankamon. El curso de Martínez Babón se detiene sobre ello. «Aquello fue una gran invención periodística», dice. El egiptólogo y epigrafista de la Misión Arqueológica del Templo de Millones de Años… es un exhaustivo rastreador de cine y literatura sobre Egipto, que sabe por ejemplo que hubo muchas momias cinematográficas antes de la de Boris Karloff («se conocen fragmentos de una película de 1911 llamada ‘La momia'»), y que fue la escritora inglesa Jane Webb la que dio comienzo a la inagotable zaga de momias que vuelven a la vida en busca de venganza con su libro ‘La momia’ de 1827. «Es curioso, pero fueron dos escritoras inglesas las responsables de dos de los grandes mitos de la literatura de monstruos: Webb con ‘La momia’ y Mary Shelley con ‘Frankenstein'».  Igual también sale en el curso.