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Terrorismo en Cataluña: de lo que casi nadie quiere hablar

Santiago Trancón
Santiago Trancón

Hay sucesos que, analizados, son mucho más útiles para diagnosticar a una sociedad y una nación, que cientos de estudios sociológicos y políticos. En un momento se revela todo lo que, oculto o negado, ya no puede contenerse y acaba saliendo a borbotones. Desde la tarde trágica del 17 de agosto, en que el terror se extendió por las Ramblas de Barcelona, no ha cesado de brotar, como una erupción de lava, una acumulación de miserias que anuncian catástrofes mayores. Lo peor de todo es que ni periodistas, ni políticos, ni ningún poder del Estado quieren ni hablar de ello. Los ciudadanos, sin embargo, y quizás por primera vez, empiezan a darse cuenta de toda la podredumbre oculta y ocultada, del peligro real que empieza a cernirse sobre su vida, su seguridad, su presente y su futuro. El suelo ha dejado de ser firme, y no sólo a causa de la amenaza terrorista (que ya es realidad), sino, y sobre todo, por la incapacidad del Estado para hacerle frente de un modo más eficaz.

Desconcierto político, desinformación y manipulación independentista

Son tantas las deficiencias que los atentados de Cataluña han revelado, tantas las grietas y desbarajustes puestos de manifiesto en solo tres días de informaciones confusas, de declaraciones contradictorias, de desconcierto político; tanta la falta de respeto a los ciudadanos, a su miedo y a su dolor; tanto el afán por utilizar políticamente, y de manera repugnante, a las víctimas del horror por parte de la Generalidad y sus voceros, a los que el Gobierno dio todos los poderes (operativos e informativos) en un acto de suicidio inconcebible; tanta la ineficacia mostrada por la nueva cúpula independentista de los Mozos de Escuadra, despreciando y ninguneando la labor de la Policía Nacional y la Guardia Civil, que han acabado, no coordinándose, sino subordinándose de hecho a las órdenes de quienes se han declarado, sin tapujos, golpistas partidarios de saltarse las leyes del Estado.

Tan vomitivo es todo esto, que a pesar de la mordaza informativa, del trabajo servil de los medios, de la descarada manipulación y censura de todo, incluidas las imágenes; que a pesar de que el Estado sólo se ha ocupado de controlar la reacción pública, de anestesiarla con mensajes melífluos de paz, libertad y convivencia, creando falsas imágenes de unidad, como esa del Rey al lado de una pandilla de miserables; digo que, a pesar de toda esta hipócrita y patética escenificación, muchos ciudadanos empiezan a despertar del coma inducido y no quieren continuar con la farsa, conscientemente alarmados, porque lo ocurrido no es más que el preámbulo de lo que desgraciadamente vendrá.

Hay verdades que me queman en la boca y que, por salud física y mental, no puedo dejar de decir, seguro de que a muchos ciudadanos les pasa lo mismo. Vayan algunas, aun a riesgo de ser tachado de todo con el cínico argumento de que no es el momento, por respeto a las víctimas, de sacar a la luz eso que todo el mundo ve pero nadie quiere nombrar.

¿Pudo evitarse el atropello de las Ramblas?

Es una pregunta necesaria. Pregunto por este ataque terrorista, no por otro posible. La respuesta es que sí. Bastaría haber hecho caso a las recomendaciones del Ministerio del Interior y las alertas de los servicios de inteligencia de Europa y de la CIA, que incluso señalaron las Ramblas como un objetivo terrorista destacado, para haber impedido, insisto, este atentado. Habrían realizado otro, replicarán muchos, repitiendo esa consigna oficial de que “la seguridad cero no existe”. Claro que no existe, pero no por eso dejamos de planificar y realizar todo tipo de prevenciones, incluidos los bolardos y maceteros, además del trabajo diario de todas las Fuerzas del Estado. No podemos evitar todos los atentados, pero sí podemos evitar algunos atentados, y de hecho así ocurre casi cada día.

La respuesta afirmativa a esta pregunta nos lleva, por tanto, a hacernos otra, igualmente reveladora: ¿Por qué no se tomaron las medidas preventivas que la lógica más elemental pedía? La respuesta a esta y a las preguntas que siguen la dará por sí solo el lector en cuanto recapitule los hechos que voy simplemente a describir.

La brutal explosión de Alcanar

Esta brutal explosión, ocurrida un día antes, pudo haber alertado a todas las Fuerzas de Seguridad del Estado (incluidos los Mozos), lo que sin duda hubiera dificultado mucho la masacre de Barcelona y Cambrils. No fue así porque los Mozos, en un alarde de pericia y eficacia, la convirtieron en un “incidente” causado por una bombona de butano. A la Guardia Civil, que se presentó de inmediato, los Mozos no le permitieron ni inspeccionar las ruinas, ¡magnífico ejemplo de coordinación y colaboración!

Sigamos: ¿Por qué no se le permitió actuar a la Guardia Civil? ¿Cómo es posible que la acumulación de más de 100 bombonas no despertara ninguna sospecha? El asfixiante olor a explosivos, no a butano, ¿tampoco despertó dudas? ¿Por qué no se interrogó al habitante de la casa que sobrevivió, para encontrar una mejor explicación? ¿Cuántos vivían en la casa? ¿No eran todos musulmanes? ¿No estaba la casa “okupada”? ¿De quién es esta casa? ¿Su dueño no había denunciado la ocupación? ¿Cómo se pudo preparar una infraestructura tan terrorífica, con robo de camiones enteros de bombonas, compra de gran cantidad de materiales para fabricar explosivos, movimientos y viajes al extranjero? Cualquiera de estas preguntas elementales hubiera puesto a cualquiera sobre la pista terrorista, pero no a los Mozos.

Pero distingamos bien: salvo una minoría declaradamente independentista, la mayoría de los Mozos cumplen con su obligación y de nada de lo ocurrido tienen la culpa. Hay que responsabilizar a sus mandos y a los políticos de quien dependen, o sea, a la Generalidad, que los usa de escaparate para ocultar su incapacidad, obligando a la opinión pública a posicionarse a su favor de modo incondicional, exaltando su trabajo de manera tan artificial e inflada que mal favor les hacen, porque si los Mozos se lo creen, no se enteran de que están siendo descaradamente manipulados, y si no son conscientes de las limitaciones y deficiencias mostradas, nunca podrán exigir mejorarlas y corregirlas.

 Una cadena de ineficacia y fallos inconcebibles

 No voy a describir lo que cualquiera, con un mínimo de sentido común, pues hacer. Bastará con otras cuantas preguntas: ¿Por qué se dio durante dos días el nombre y cara del conductor de la furgoneta mortal, y luego se cambió por otro sin explicación alguna del error? ¿Es tan difícil cotejar unas huellas? ¿Por qué se aseguró que el equivocado conductor había huido y participado esa misma noche en el atropello o acuchillamiento (todavía no se sabe) de Cambrils? Si las Ramblas estaban supervigiladas, como han asegurado los Mozos para justificar la ausencia de bolardos, ¿cómo pudo el asesino recorrer medio kilómetro sembrando el suelo de cadáveres sin toparse con un solo agente, bajarse de la furgoneta y huir a pie hasta la Diagonal? Y, por lo que nos dicen ahora, ¿acuchillar luego al conductor de un coche, saltarse un control, atropellar a un agente y escapar sin recibir ni un solo tiro, y luego permanecer cuatro días huido hasta aparecer en el Penedés, donde es descubierto por casualidad por un vecino, no por la labor de ningún seguimiento ni cerco policial, y gracias a que Los Mozos por fin, después de habérselo pedido un día antes la Guardia Civil, hicieran pública la foto del terrorista?

La cadena de preguntas podía continuar. Son demasiados los fallos de información, coordinación, actuación, prevención, explicación. Tiempo habrá para estudiarlo, pero centrémonos en los fundamental: tenemos un sistema político y de defensa insostenible. No podemos coordinarnos con Europa presentando cinco cuerpos de policía internos que no son capaces de unificarse y tener un solo mando. Si el resultado va a ser que los Mozos se relacionen directamente con la Europol, vamos de mal en peor. Que las competencias antiterroristas no estén unificadas y claramente jerarquizadas, es de una irresponsabilidad rayana en lo criminal, porque de ello depende nuestra seguridad. Ceder ante esa exigencia de la Generalidad de que Los Mozos se integren en el sistema antiterrorista europeo como una policía nacional más, es otro de los errores imperdonables del que habrá que culpar a Rajoy. Un paso más hacia la independencia de hecho. Nadie exige, sin embargo, lo que es más obvio, que los Mozos compartan su información con la Policía y la Guardia Civil, algo que no hacen ni nadie les exige.

Que el Estado haya sido eclipsado por un gobierno y una policía autonómica, como si el ataque hubiera sido un asunto de Cataluña y no nacional, o sea, que afecta a toda España; que esta dejación haya permitido usar el horror como plataforma mundial de propaganda independentista, es de una gravedad cuyas consecuencias son incalculables. Que no se haya podido elevar al nivel 5 la alerta antiterrorista (eficacísimo y necesario en estos casos, como bien lo saben en Europa) porque lo ha vetado la Generalidad, que no quiere ver al Ejército en su territorio; que haya invisibilizado la presencia de la Guardia Civil y la Policía Nacional y los excluya de cualquier reconocimiento, es incalificable. Que se haya invisibilizado también a las víctimas y a sus familiares; que no hayamos recibido información alguna sobre el horror y el dolor real, despojando de rostro, de imágenes, de nombre (“dos víctimas catalanas y dos de nacionalidad española”), de todo lo que hace que podamos de verdad empatizar con ellas; que se nos haya ocultado la muerte, el sufrimiento, la dimensión humana de la tragedia, y todo por conveniencias políticas, con el despreciable argumento de querer evitar reacciones de islamofobia o de rechazo a los emigrantes, o para no alarmar, como si adormecer a la sociedad no fuera la más deleznable maniobra totalitaria y antidemocrática, despojando a los ciudadanos de su derecho a una información veraz, directa y no edulcorada, de los hechos, tratándolos de incapaces, de inmaduros, con un nauseabundo sentimiento de superioridad paternalista.

Es inútil seguir. Vivimos en una sociedad en la que los hechos no existen, sino la interpretación, la imagen y el relato que de ellos se hace, y quien tiene el poder de controlar la imagen y el relato, tiene todo el poder y, por tanto, si el Estado renuncia a ese poder, renuncia a cualquier control sobre la realidad misma de los hechos. Nunca ha sido más importante defender que el Estado está para salvar la verdad de los hechos, a los que debe atenerse toda su actuación. Si renuncia a ello hemos de hablar de claudicación, prevaricación, sedición, traición, miseria moral y política.

Acabo, por si alguno necesita más argumentos para sacar sus conclusiones: ¿Alguien le ha dicho que los terroristas eran catalanes, “nous catalans” o catalanes marroquíes, como así les han dicho que se llamen y así a sí mismos se llaman; que hablaban catalán porque habían sido “inmersionados en la escuela catalana” y que, perfectamente integrados en el sistema ideológico del independentismo a través de tutoras encargadas de su integración, no encontraban mucha contradicción entre islamismo radical  e independentismo? Al fin y al cabo, no tenían por qué ser más sutiles que los de la CUP o de Podemos, tan okupas e islamófilos como independentistas.

Santiago Trancón Pérez