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Theresa May en la encrucijada

Una parte de la población del Reino Unido, decidió, en un inconsciente referéndum, salirse de forma unilateral de la UE. Cameron, demostró entonces ser un osado aprendiz de la cosa pública cuando no un torpe ignorante de cómo es una buena fracción de sus compatriotas, aquellos que todavía presumen de ser ingleses por encima de todo y ningunean a los de afuera. Ahora bien, los primeros perjudicados del Brexit van a ser los británicos más jóvenes y los de mediana edad, los mismos que con frescura europea votaron con cabeza y calcularon inteligentemente las consecuencias más bien negativas de la ruptura.

Después de Cameron, Theresa May vuelve a las andadas de su predecesor y convoca ambiciosamente unas elecciones cuyos resultados han trastornado bastante al país, lo que para nosotros supone perder el tiempo y, básicamente, no ser ingenuos pues los retrasos en las fechas son fuente de inestabilidad.

Bruselas debe ya exigir, incluso imponer, a Londres un calendario inaplazable, teniendo en cuenta que los ingleses son muy dados a dar con buenas palabras una larga cambiada a quien sea, excepto a ellos mismos. Obviamente, la UE si no hay acuerdo que garantice los intereses de los europeos, ya que no hay que olvidar que el divorcio ha sido forzado por los de la isla, no debe permitir al Reino Unido el acceso al mercado único, debe ser un sine qua non.

May ha quedado debilitada, personal y políticamente, por la audaz apuesta que hizo y que se ha saldado con 33 compañeros que han perdido el escaño que, por cierto, poca gracia les ha debido hacer. Pero parece ser que ella no piensa dimitir, tampoco hay ganas para una nueva batalla por el liderazgo dado el melón que hay que catar.

La primera ministra está obligada ahora a consensuar negociando con los distintos frentes que tiene abiertos en su propia nación; por un lado, tiene que sentarse con el incómodo partido norirlandés porque necesita sus diez escaños; por otro, tiene que vérselas con los conservadores escoceses que de entrada, le van a exigir poner por delante la economía y que el Reino Unido no salga del mercado único. Gibraltar es el menor de los problemas, pues queda al margen y nunca ha estado en la cabeza de la mandataria inglesa.

Así pues, Londres, más que ser o no generosa en las negociaciones y en los posibles acuerdos, si de verdad no quiere que el Brexit le hiera con gravedad, tiene, en primer lugar, que pagar a la UE una considerable cantidad de millones de euros, y, a renglón seguido, poner encima de la mesa propuestas justas, proporcionadas y realizables donde prime la economía y los derechos de sus conciudadanos en suelo europeo en paridad con los de los Veintisiete en tierras británicas. Y si para eso, la premier británica tiene que fastidiar a la anciana monarca las carreras de Ascot, que lo haga.

Mientras tanto, el caradura millonario, José Guardiola, parece que está descorazonado porque no tiene éxitos deportivos y se dedica a leer con ronca voz una proclama imaginándose que está en la Caracas de Maduro. A chunga se lo ha tomado la gente.

Por el contrario, Paris, siempre luminosa y arrebatadora, se vuelve a embelesar con el tenis de Nadal y hasta la mismísima Torre Eiffel se engalana esplendorosamente con nuestros colores. Gracias, bella ciudad.

Por Antonio Sánchez Cervera