Inicio Opinión Una semana de descomposición, por Joan Tapia

Una semana de descomposición, por Joan Tapia

Al independentismo, el aniversario del 1 de octubre no le ha aupado -como pretendía-, sino que le ha erosionado y -usando la frase del diputado Gabriel Rufián– ha acabado de pinchar su carácter mágico.

Todo empezó el pasado sábado. Los Mossos reprimieron una manifestación de los Comitès de Defensa de la República que querían enfrentarse a otra de policías españoles. El lunes, el 1, Quim Torra proclamó que los «amigos» de los CDR apretaban y hacían bien en presionar. Quería congraciárselos. Pero la protesta fue monopolizada por los radicales que cortaron el AVE en Girona, la autopista en Vandellòs e intentaron invadir la Bolsa de Barcelona. Luego, tras exigir la dimisión del «amigo Torra», asediaron el Parlament y los Mossos, rebotados porque los criterios políticos -no molestar a los radicales- se impusieron a los profesionales, solo lo evitaron ‘in extremis’.

Globo de ‘lletraferit’ en forma de ultimátum

El lunes salió mal. Para recuperar, Torra disparó un ultimátum en el pleno del martes: si en octubre Pedro Sánchez no aceptaba algo similar a un referéndum de autodeterminación, perdería la estabilidad parlamentaria en Madrid (ya muy relativa). Pero el últimatum no había sido negociado ni con ERC ni con el PDECat ni con nadie. Era un globo de ‘lletraferit’ que pinchó al chocar con el rechazo del independentismo organizado.

La portavoz Isabel Celaá contestó que no hacía falta esperar un mes, la respuesta era ‘no’ y punto. Entonces Torra pidió la entrevista -se había acordado que fuera en octubre en Barcelona- con Sánchez sin aludir al ultimátum. Moncloa se apresuró a constatar que no era el momento.

¿Qué ganaba Torra -no digamos los presos políticos– amenazando con hacer caer el Gobierno PSOE y acelerando el riesgo de ver al tándem Pablo CasadoAlbert Rivera en la Moncloa? Nada, salvo volver a hacer el ridículo tras el abrazo a los CDR.

Entretodos

Pero en el discurso de Torra hubo -por una vez- una verdad. Si los 34 diputados de JxCat, los 32 de ERC y los 4 de la CUP se peleaban, el separatismo estaría en peligro de muerte por pérdida de mayoría. Es lo que se vio este jueves -la CUP ya dijo el miércoles que no contaran con ellos- cuando una discusión teológica entre JxCat y ERC sobre como «tragar» -haciendo ver lo contrario- la inhabilitación por el juez Pablo Llarena de seis diputados, incluido Carles Puigdemont, sin alterar la mayoría parlamentaria provocó una espectacular suspensión de cinco horas del pleno.

Al final hubo pacto JxCat-ERC, pero luego no logró el visto bueno de los letrados del Parlament. Una discusión bizantina porque, por una vez, el propio Llarena había brindado una salida razonable, acabó en choque entre la Mesa -controlada por JxCat y ERC- y los letrados (los teólogos). Un buen escenario para Inés Arrimadas, que el miércoles metió la pata ostentando la bandera española que ya ondeaba -y más grande- sobre la cabeza del presidente de la Cámara, Roger Torrent.

La suma de Torra de 34 (JxCat) más 32 (ERC) más 4 (CUP) ya no suma. Y además los 34 de JxCat están divididos por el mesianismo de Puigdemont. Pero, no se confundan, la mayoría secesionista todavía respira. El 1-O solo ha demostrado que está en descomposición.