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Vientres de alquiler

María aceptó un contrato de alquiler de su útero para gestar un vástago a una pareja que no quería pasar por la experiencia de la adopción y deseaba la filiación genética de su retoño. Tras la implantación de un óvulo fecundado, el desarrollo intrauterino fue normal según los controles prenatales mas habituales. No se detectaron anomalías entonces hasta que la ansiedad de la pareja determinó que finalmente se hiciera al feto una resonancia magnética ultrarápida que reveló para sorpresa del ginecólogo un angioma cavernoso que afectaba al tronco cerebral, dificilmente detectable en la mayor parte de los casos y extremadamente inhabitual en fetos en desarrollo. Se adoptó la radiocirugía estereotaxica por rayos gamma como la estrategia mas conservadora, pero el fracaso aconsejó abordar la intervención quirúrgica intrauterina o apostar por un aborto en un estadio muy avanzado del embarazo. El aborto dejó a la paciente con importantes secuelas, que concluyeron en su muerte, esencialmente por enfermedades iatrogénicas. Así haber aceptado el alquiler de sus órganos estuvo en el origen de su prematura muerte.

Vivir supone aceptar el riesgo de que no se pueda obtener todo lo que uno desea y obtenerlo del modo en que lo desea. Los eufemismos con los que políticos ignorantes defienden una proposición de ley para legalizar los vientres de alquiler apenas pueden enmascarar el fondo de la cuestión: las mujeres son las únicas que tienen hijos, y las únicas que pueden disponer de su cuerpo del modo en que deseen. El control social de la capacidad reproductiva en todas las sociedades atrasadas está en el origen de su discriminación. Este es un nuevo caso de la mercantilización del cuerpo de las mujeres. Las leyes no pueden legalizar la compra de seres humanos, sea para alquilarlos por plazos y condiciones, sea para venderlos como esclavos por todo o en parte. Como no puede ser velarlas o recluirlas en el hogar al servicio de un hombre. Sólo un sistema totalitario puede disponer del uso del alquiler del útero y el alquiler de su dueña. La procreación no puede convertir en un souvenir para la especie humana, un regalo que se obtiene por la vía ilegal de crear una vida en otro país y luego importar al descendiente, sea genéticamente o no, hijo de los progenitores o fruto de un cóctel de gametos. El cuerpo no puede ser un objeto de mercado, solo quien así piensa así, puede opinar favorablemente del ejercicio de la tortura, de la venta de órganos, del tráfico humano. Si alguien tiene necesidad o deseo de tener hijos como pacto de pareja, y no está en disposición de tenerlos por las circunstancias que sean, debería acudir a un sistema de adopción, rápido y transparente que esa sí es una responsabilidad del Estado, tanto más importante por cuanto existen muchos niños en manos de servicios sociales, o arrojados tempranamente al mercado laboral si no a la indigencia. ¿Por qué no se resuelve por adopción lo que se obtiene por esclavitud de un ser humano? Algunos ilusos piensan en un vientre altruista, prestado por amor a un desconocido, una actitud ilusoria para enmascarar una forma de barbarie.

Las mujeres no son vientres. Resulta patético oponerse a la ablación y a la prostitución, y consentir con este tráfico. Quien presta su cuerpo para cualquier uso, sea o no mediante una contraprestación en especie o renta es un tipo de prostitución que las leyes no pueden amparar. No porque pueda eventualmente ser voluntaria deja de ser indigna para las personas. La denominada maternidad subrogada no es sino una forma de prostitución y la mujer a la que se aplica una suerte de puta al servicio de quien la compra y vende por un plazo de tiempo. Resulta cínico llevar a las leyes la prohibición de la prostitución penalizando a la mujer o al hombre que la ejerce en lugar de castigar a quien recurre a la compra de sexo. Mas aún en una sociedad que ha substituido el sexo por el género. En un contexto social donde hay que exigir el respeto a la dignidad humana se justifica castigar al delincuente que en un ejercicio libre de su voluntad recurre a servicios sexuales de una persona condenada y esclava por una contraprestación económica miserable. No es una cuestión moral, sino la expresión de un derecho fundamental, aquel que protege la dignidad de la persona, la protección de su vida y de su dignidad. La mal denominada maternidad subrogada es la expresión más violenta del poder que el dinero puede ejercer sobre la condición humana.

Un hijo no puede nacer de una perentoria necesidad usada como moneda de cambio. Repugna a la dignidad humana que alguien puede prestar su cuerpo por una contraprestación, y no es de recibo que su ausencia se simule con contraprestaciones ocultas en una apariencia de legalidad, un fraude de ley. La experiencia muestra que su prohibición legal, la subrogación voluntaria reduce de forma drástica ese mercado miserable. Y para quien no tiene ningún obstáculo para ser padre, la maternidad subrogada no es sino expresión de una fobia patológica, de un odio miserable hacia la mujer que se expresa en convertirla en un puro instrumento reproductivo, como aquellas sociedades en que la maternidad es el único medio de vida de aquellas mujeres que no pueden ofrecer por discriminación social ningún otro tipo de prestación o servicio, excluidas como están del trabajo productivo que hace de un ser humano un ciudadano. Y así existen sociedades que preservan a las mujeres del contacto social velándolas y recluyéndolas en el angosto espacio de sus viviendas convertidas en madres que comen gracias a parir a sus hijos. Y así ocurre que este medio de vida es único para la mujer pobre y analfabeta que humilla su dignidad para convertirse en un puro medio de reproducción.

¿Existe una desventaja digna de envidia que una mujer lesbiana pueda ser madre y no lo pueda ser un hombre que nunca conoció a una mujer?. El mercado no puede ni debe susbtituir las relaciones humanas, ni las leyes dejar de proteger a cualquier persona cualquiera sea su condición, pero las leyes no pueden consagrar un modelo de relaciones sociales basados en la dependencia, en la servidumbre y en la esclavitud. La gestación subrogada no responde a la decisión libre de una mujer sino a una situación de dependencia y opresión que hace de la mujer un objeto de goce o un órgano reproductivo. Gestación subrogada y prostitución no son más que la expresión más pura de esa mercantilización del cuerpo que se ofrece libremente a quien pueda pagar por él en una sociedad que dice haber abolido la esclavitud. Conocido es que la prohibición de la gestación subrogada no acabará con el problema, como no ha acabado con la prostitución su castigo, pero su protección legal es de otra índole, sólo sirve al propósito de la destrucción de la dignidad humana. Que no pueda imponerse la seducción como instrumento de la interacción humana, y que el sexo sea mercadería, no justifica por dignidad de la condición humana que un ser humano transmutado en puro cuerpo pueda ser objeto de posesión y alquiler.