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Yo sigo…

Había un humorista sudaca, allá por los años 60, cuyo gag era «yo sigo…», un insustancial cómico equivalente a Cassen por recordar a uno de la zona nacional. Ahora, lamentablemente, tenemos a otro latino que se ha quedado aquí por el reflujo de los bajos abrochándose con lo más hortera de las televisiones y él, el hombre, a teñirse el bigote de morsa y a seguir su papel de ganso arrocet.

Concluí mi columna de despedida anunciada a Pedro Sánchez con un «bicho malo nunca muere». Y ahí está. Al acecho, como un depredador. Escondiéndose de una etapa de bochorno pero que quiere reeditar. No escarmienta. Sueña con la Moncloa. Lástima que ya no se hagan recortables de edificios como las Cortes o el palacio Real que eran una maravilla. Estos desnortados socialistas ponen sobre la mesa a Patxi López y a Susana Díaz. Ella, a la que sus correligionarios llaman «la tetas», una falta de respeto, compañeros, tiene el mayor paro de las comunidades pero se la ve juiciosa e ilusionada por su partido. El otro es ese ser voluminoso de cabeza llamado Francisco López (¿por qué desdeña su nombre bautismal, merluzo?). Un don nadie que fue lehendakari gracias al PP a cambio de nada y al que ni siquiera dio las gracias. Después, y también por el apoyo de los populares, fue nombrado presidente del Congreso cuyo papel se redujo a la ridiculez, a no saber nada, de nada. Su estado de placidez.

He conocido -por mi responsabilidad periodística- a los socialistas más relevantes de la etapa reciente. Desde Felipe González a Alfonso Guerra pasando por José Federico de Carvajal, presidente de aquella gestora cuando Felipe amagó con la retirada, sin olvidar a Virgilio Zapatero, un intelectual de tomo y lomo, Enrique Múgica o mi compadre Pablo Castellano que se tuvo que ir del PSOE por denunciar la corrupción. Pero de aquella casta a la actual dista un abismo. Y todo por las malas artes de Zapatero, cualquier inane puede llegar a la Moncloa, ¿o no, Sánchez sobresaliente cum laude del zapaterismo?

Es un nido de grillos. Se apuñalan. Se traicionan. Se insultan. Diríase que van embozados y que está a punto de producirse el motín de Esquilache. Reviviremos el siglo XVIII y ojalá fuera con Carlos III, el mejor alcalde, el rey. Mas no caerá esa breva.
Se seguirán traicionando. Y creando sedes PSOE como tenderetes, poniendo a caer de un burro al presidente de la gestora que está demostrando voluntad e inteligencia.

– ¿Y Patxi (o sea, Francisco) traiciona a Sánchez?

El verbo traicionar se conjuga con cuotas de poder, poltronas. El primero en la infidelidad fue el tal Antonio Hernando, lugarteniente del ególatra aspirante a la Moncloa, que se mueve -como todos- según venga la dirección del viento. Como dijo Alexander Pope, ojo al dato: «Un partido es la locura de muchos en beneficio de pocos».