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La cáscara de la piña no se tira, se come

Está considerada como la “fruta deliciosa” o la “flor de frutos”. Dos conceptos que, a grandes rasgos, encajan a la perfección con las propiedades que la piña ha ido aportando a las distintas culturas del mundo. En primer lugar, como valor cultural. Y, en segundo, como apuesta nutricional. En sus orígenes, este símbolo de hospitalidad en las tribus indígenas se ofrecía a los visitantes como alegoría de su amistad. Tal fue así que Cristobal Colón, tras su segunda visita a América en 1493, quedó conquistada por ella. La descubrió en la isla de Guadalupe, donde pronto los marinos españoles descubrieron que con ella podían prevenir el escorbuto. Desde entonces, su producción se ha extendido por todo el mundo con mayor o menor éxito. Pero lo cierto es que esta fruta tropical, cada año, conquista las neveras españolas como una de las más refrescantes y apetecibles para la época estival.

En ensaladas, en postres, al natural o en zumos. La piña es una fruta saludable especialmente adecuada para controlar la hipertensión, fortalecer los huesos y mejorar las digestiones. Además, resulta un excelente aliado para la salud visual, es una fuente importante de magnesio e hierro, proporciona hidratación y luminosidad en la piel, favorece el tránsito intestinal y presenta un importante poder antiinflamatorio. Hasta ahora, sus grandes proezas eran más que conocidas. Pero, como ha ocurrido siempre con estos productos, el gran debate se ha centrado en la forma de comerlos. ¿Con cáscara o sin ella? ¿Cuál es la manera más adecuada? ¿Y la más sana? “Con piel”, subraya Paula Avenelleda, dietista del Centro Aleris. Si bien los centros de investigación alimentaria han traído nuevas creaciones que han revolucionado el mundo de la alimentación (como el plátano mongee, que puede comerse con la piel), ingerir la corteza no es algo nuevo. Se puede disfrutar con la propia fruta o reaprovecharla para otros usos culinarios. Y sí, incluidas las de la papaya, el kiwi o el mango. Además de la de la piña.

La de esta fruta consta principalmente de fibra que no sólo ayuda a evitar el estreñimiento, sino que también es beneficiosa para los microorganismos que viven en el intestino, que son los encargados de procesar algunos alimentos difíciles de digerir. “Son más beneficiosas por el aporte extra de esta sustancia, que además disminuye el riesgo de diverticulitis o hemorroides. Gracias a ello, se logrará aumentar la saciedad tras su toma”, añade Avellaneda. Para ella, también son importantes todos los extras que conlleva: desde vitaminas (A, B y C) hasta minerales (zinc, manganeso, calcio), pasando por antioxidantes. Entre ellos, la brometina, una enzima que ayuda a reducir la inflamación, especialmente en la nariz y en los senos paranasales. Este compuesto resulta ideal para el tratamiento de lesiones deportivas y, entre otras funciones, para la protección del sistema inmunológico. También posee propiedades anticancerígenas y, junto a sus altas concentraciones de beta-caroteno, protege al cuerpo del cáncer de próstata y de colon.

Entre sus propiedades más comunes están las de aliviar el resfriado común, reducir los niveles de colesterol y prevenir la formación de coágulos sanguíneos, así como que constituyen una opción ideal para viajeros frecuente y personas que permanecen mucho tiempo sentadas. “Pelarlas supondría quitárselas de un tirón”, señala Laura Pire, nutricionista clínico del Centro de Nutrición Avanzado. A las que hay que sumar su capacidad para disminuir el estrés, el dolor de articulaciones y la artritis. En algunos casos, comerlas con piel es algo natural: como en el de la manzana o la pera. En otros, algo más conflictivo: como en el de la nectarina o el melocotón. Pero lo cierto que no todas las pieles se consumen por igual en España, aunque también que se les puede dar otra utilidad. Pasa con el limón o la naranja, cuyas cortezas podrían usarse para infusiones; o con las del plátano o la mandarina para edulcorar ensaladas.

Hay que tener en cuenta que la fruta aporta dos tipos de fibra: la solubre y la insolubre. “La primera aumenta el bolo fecal; la segunda no se digiere”, explica Pire. “Si no acertamos con la dosis adecuada, produce gases y puede impedir la absorción completa de los nutrientes”. La señal inequívoca es la hinchazón abdominal, horas después de haberla consumido. “Esto no significa que nos siente mal la fruta, solo que hemos tomado más piel de la que podemos digerir sin problemas”. En el caso de la de la piña, se puede preparar en forma de infusión: hirviendo la cáscara y añadiéndole jenjibre, limón e hielo. Aunque también puede utilizarse para envolver la carne antes de cocinarla o para elaborar chicha de arroz. Eso sí, siempre con su correcto lavado. “Es importante aclararlas con agua para eliminar gérmenes y herbicidas”, subraya Laura Jorge, nutricionista del centro Laura Jorge. Por lo demás, “todas son igual de saludables y no hay ninguna ‘prohibida’ como nos han contado en muchas dietas milagro”.