Inicio Salud La cordura gatuna de los niños

La cordura gatuna de los niños

LITERATURA

La muerte nos acecha todo el tiempo. Puede estar aplastando el acelerador de nuestro coche, apremiando el segundero de una mochila en un aeropuerto o viniendo hacia nosotros encaramada a la cresta de una ola, pero su halo oscuro y difuso se hace especialmente negro y puro cuando nuestro cuerpo, ya ajado, y nuestra alma, impotente y temerosa, llega al final de sus días. Quizá, por eso, parezca que los niños no tengan miedo a la muerte o que nunca piensen en su afilada guadaña. No es así. Saben que está ahí, mirándoles fijamente, esperando su oportunidad. Ellos, como los gatos, prefieren pasar de puntillas ante el sufrimiento y disfrutar sin preocupaciones de sus siete maravillosas vidas

MADRID / EFE / GREGORIO DEL ROSARIO
Domingo 10.07.2016

A la gatita negra, in memoriam

Estamos comiendo en casa de mi amiga María. Nuestra toalla de gatitos cuelga del balcón, después de una mañana de piscina.
-¿Habéis tenido gato? -me pregunta María.
-Tenemos una gata -contesto-. Y antes teníamos dos. Pero la otra se murió. Bueno… no se murió exactamente.
-¿Qué pasó? -me pregunta María.
Le contesto bajito, para que no me oigan los niños.
-Se cayó de la ventana de casa de mi madre. Un quinto piso. Germán la remató.
-¿Qué es «remató»? -pregunta Elmo, que tiene el oído más afilado que el cuchillo de un carnicero.
-Nada, hijo.
-Dime qué. ¿Qué hizo papá?
-Pues que la gatita estaba medio muerta, y papá la terminó de matar.
-¿Y cómo la «remató» papá? -me pregunta Elmo.
-La ahogó -digo.
-¿Y por qué?
-Para que no sufriera.
-Yo creo que es mejor morirse que sufrir -afirma Elmo-. Cuando sufres lo pasas mal. Si te mueres ya no te puede doler nada.

Elmo tenía dos años. Estábamos pasando un tiempo en casa de mi madre porque en nuestra casa había obras. Yo estaba bañando a los niños. Se oyó un maullido de ultratumba. Germán miró por la ventana. Luego miré yo. La gatita (Áishera) era una mancha negra y roja contra las baldosas del patio. Elmo se tiró meses preguntando: «¿Y la gatita negra? ¿Y la gatita negra?». Yo me tiré años dudando de si rematarla fue o no un acto de compasión. La respuesta que me da Elmo es balsámica para mi conciencia.

A la gatita negra, in memoriam” es un relato breve de la escritora Isabel Cañelles (Editorial Relee).

La curiosidad mató a la gata. EPA/Barnabas Honeczy

For the little black cat, in memoriam

We are having lunch at my friend María’s house. Our towel with little cats on it is hanging from the balcony, after a morning at the swimming pool.
“Do you have a cat?” asks María.
“We have a cat,” I answer. “And before we had two. But the other one died. Well ? she didn’t die exactly.”
“What happened?” asks María.
I answer quietly so the boys won’t hear me.
“She fell from the window in my mother’s apartment, from the fifth floor. Germán finished her off.”
“What is ‘finish off’?” asks Elmo, whose hearing is sharper than a butcher’s knife.
“Nothing.”
“Tell me. What did Dad do?”
“Well the little cat was half dead and Dad killed her.”
“And how did Dad ‘finish her off’?” asks Elmo.
“He drowned her,” I say.
“Why?”
“So she wouldn’t suffer.”
“I think it’s better to die than to suffer,” declares Elmo. “When you suffer, you have a bad time. If you die, nothing can hurt you anymore.”

Elmo was two years old. We were staying in my mother’s apartment because our apartment was being renovated. I was giving the boys a bath. We heard a ghastly miaow. Germán looked out the window. Then I looked. The little cat (Áishera) was a black and red stain on the courtyard tiles. Elmo spent months asking me, “And the little black cat? The little black cat?” I spent years wondering if finishing her off was an act of compassion or not. Elmo’s reply was a salve for my conscience.

Translation/Traducción: Fionnuala Ni Eigeartaigh.

Isabel Cañelles con Elmo y Ari, sus dos comediantes.

TODOS LOS RELATOS: “El día a día de Elmo y Ari”