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Cuando el abusador es el Gobierno

Cursaba el tercer grado y la maestra eligió a la niña más agresiva de mi aula para jefa de destacamento. Le dio carta blanca para que controlara a los más pequeños. Más tarde, la abusadora alcanzó un cargo en la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media y entró en la Unión de Jóvenes Comunistas. Hoy forma parte activa de un Comité de Defensa de la Revolución, es corrupta y violenta, pero muy valorada por las autoridades de su zona.
El Centro Nacional de Educación Sexual de Cuba (Cenesex), dirigido por Mariela Castro, inició una campaña contra una forma de bullying o acoso homofóbico y transfóbico en las escuelas. La iniciativa incluye a la familia para «entender de qué se trata, ayudar a las niñas y los niños, a los adolescentes, los jóvenes, y todo el personal de la institución escolar», asegura la sexóloga.

Castro cataloga como de un nivel «bastante bajo» la presencia del abuso escolar en la Isla, una afirmación que demuestra –cuando menos– su falta de conexión con la realidad cubana. Sin cifras oficiales confiables, cualquier investigación sobre el tema debe apelar a la vivencia personal de los individuos y es entonces cuando afloran las historias y los testimonios del matonismo en el ámbito docente.

Los preuniversitarios en el campo, promovidos por el expresidente Fidel Castro, fueron un reservorio de esos abusos, muchos de ellos realizados bajo la mirada impasible de los profesores. Suicidios, violaciones, robos sistemáticos contra los más frágiles y estructuras de poder más típicas de las cárceles que de un centro docente, eran el pan de cada día de quienes asistimos a esas escuelas.

Recuerdo la primavera de 1991, cuando un estudiante se lanzó desde el tanque de agua del preuniversitario República Popular de Rumanía, hoy provincia de Artemisa. Lo hizo acosado por las burlas y las presiones de varios colegas. Estábamos en el horario recreativo de la noche, todos apiñados en el pasillo central, cuando sentimos el estruendo de su cuerpo contra el concreto de la cisterna.

Sus acosadores nunca pagaron aquella muerte, sus datos nunca fueron a parar a las estadísticas de estudiantes víctimas del bullying y una familia tuvo que enterrar a un hijo sin poder ponerle nombre a lo que le había sucedido: abuso. Las semanas posteriores a aquella muerte otro estudiante se abrió las venas en canal –por suerte no murió– y un grupo de alumnos de doce grado le dio una paliza a otro de décimo por «tener plumas».

Sin embargo, el atropello en los centros escolares no queda ahí. Hay muchas formas de acosar a un estudiante y no todas provienen de compañeros de aula, ni son motivadas por estereotipos sexuales, estrictos roles de género o bravuconería de grupo. La violencia ideológica, ejercida desde el poder y con la anuencia de las administraciones docentes, es otra manera de infligir daño psicológico.

Hace pocas semanas, una estudiante de periodismo de la Universidad Central de Las Villas fue víctima de un abuso institucional que dejará un daño anímico y social permanente sobre esta joven de apenas 18 años. Para colmo, los líderes de la Federación Estudiantil Universitaria se comportaron con Karla Pérez González como los abusadores de la escuela, como los líderes de una pandilla o los macarras de turno.

Tras la expulsión, la exalumna ha sido víctima de un nuevo tipo de acoso, esta vez encarnado en una campaña de fusilamiento de la reputación que daría risa si no fuera porque está encaminada a destruir su autoestima y convertirla en una no-persona. Hacer algo así con una estudiante de tan corta edad es un acto de violación desde el poder, persecución con ropaje de disciplina escolar.

Esos abusadores protegidos desde arriba terminan sintiendo que pueden destruir vidas, denunciar inocentes y golpear a otros mientras lo hagan protegidos por una ideología. Un sistema que ha fomentado el matonismo político en sus escuelas y sus calles, no puede enfrentar el bullying en toda la complejidad que el problema presenta.

Hacer campañas sonoras, para llenar titulares de la prensa extranjera y colectar cuantiosos fondos de organizaciones internacionales no es la solución para todos esos menores cubanos que ahora mismo tienen que lidiar con el golpe físico, las burlas de otros colegas o el adoctrinamiento partidista en sus escuelas.
Yoani Sánchez

Fuente: http://www.14ymedio.com/opinion