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Cuando no se entienden, buenos son los gestos para los líderes del G20

En medio de tanta retórica diplomática, vacua y tediosa para muchos, un apretón de manos, una sonrisa o pasar de alguien sin saludarle puede resultar mucho más elocuente en citas de altísimo nivel como la que concluirá en la capital argentina este sábado.

Uno de los gestos más comentados de hoy ha sido el choque de palmas derechas -un saludo bastante occidental- entre el presidente ruso, Vladímir Putin, y el príncipe heredero saudí, Mohammed bin Salman.

Ambos se sentaron codo a codo a la mesa del plenario de líderes, intercambiaron miradas risueñas, ajenas a las pesadas cuestiones de política internacional que afrontan pero que algún analista experto, echando mano de la intuición, podría ligar a un entendimiento entre Putin y Bin Salman sobre qué hacer con los niveles de producción de petróleo.

En la foto de familia también abundaron las muestras de lenguaje no verbal: aquello que se dice sin palabras, como con quien estrechar manos o no.

Al llegar al posado, Donald Trump pasó junto a Bin Salman y Putin sin detenerse a saludar, una actitud que no pasa desapercibida en un escenario internacional tan complejo como el actual, donde los hombres más poderosos del mundo parecen no tener pelos en la lengua, aunque no hablen entre sí.

Sea por descuido o por dar un sutil mensaje, Washington también dio la nota a la hora de la firma, en el marco de la cita del G20, del importante nuevo acuerdo comercial entre Estados Unidos, México y Canadá.

Los atriles ocupados por Trump, el mexicano Enrique Peña Nieto y el canadiense Justin Trudeau estaban todos coronados por el emblema oficial de la oficina del presidente estadounidense, un fallo de protocolo quizás derivado del hecho de que fue la Casa Blanca la que organizó el acto.

Con una pluralidad de lenguas enorme, los problemas de traducción también se fueron parte de este G20.

Los fallos de interpretación irritaron a Trump, cuando, en una declaración conjunta junto a Mauricio Macri en la Casa Rosada, el mandatario estadounidense se quitó el auricular y lo arrojó al suelo antes de quejarse de no comprender la traducción, mientras el jefe de Estado argentino le elogiaba.

«Entendí mejor en su idioma que a través de la interpretación», se lamentó Trump.

Los miles de periodistas acreditados para cubrir esta cumbre también se vieron afectados por algunos fallos de traducción durante las comparecencias de altos cargos, pero más sufrieron los cortes sucesivos en las redes de internet, un fallo que, a diferencia de los mandatarios, no se solventa ni con gestos ni señales de humo.

Buenos Aires, a todo esto, sitiada por la cumbre y un operativo de seguridad sin precedentes, también se quejó a su modo «no verbal»: se estremeció, a la misma hora en que iniciaba esta cita de «pesos pesados», con un sismo de magnitud 3,8, una sacudida de la que casi no hay precedentes en la historia de la capital argentina y que justo se da con el G20.

EFE / MV