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De lo imposible a lo inevitable

El vasto descontendo que existe en el país decidió este pasado domingo 20 de mayo no ejercer su condición de mayoría electoral. Una prédica abstencionista se apoderó de la voluntad de millones de electores que prefirieron mostrar su rechazo frente al gobierno de Maduro mediante una curiosa forma de desmovilización.

A los demócratas nos gusta pensar que los pueblos no se equivocan. Tal axioma democrático parte de la convicción según la cual la obligación del liderazgo consiste en entender por qué los ciudadanos toman ciertas decisiones políticas, sean que nos gusten o no. Los pueblos desde luego que se equivocan y lo hacen con frecuencia, lo cual no se muestra de inmediato sino que suele quedar en evidencia en el mediano y largo plazo, es decir, cuando ya tiene poca utilidad práctica . En tal sentido lo importante aquí es saber que las personas inclinan sus preferencias políticas en base a las consideraciones que tienen en su momento disponibles como resultado de corrientes de opinión que se han hecho poderosas o simplemente influyentes. En definitiva la preguntan es: ¿cómo siendo una amplia y determinante mayoria, una buena parte del rechazo al gobierno madurista decide optar por una acción cuya eficacia política es incierta? Sin duda estamos en presencia de una enorme desconfianza hacia las instituciones y también hacia el liderazgo y la desconfianza, lejos de movilizar, inhibe y paraliza.

Venezuela entró en un terreno de enorme inestabilidad al elegir a Hugo Chávez como presidente y a su revolución bolivariana como ideario. La promesa fundamental era la de una Asamblea Nacional Constituyente que planteaba «un nuevo comienzo republicano», algo parecido a lo que le oímos prometer a Maduro la noche del pasado 20 de mayo durante la celebración de su trinfo electoral, lo cual equivale casi a desdecir lo hecho durante dos décadas por ellos mismos. En otras palabras, la promesa de un nuevo comienzo es igual a mayor inestabilidad e incertidumbre.

Hacia finanles del siglo XX los venezolanos se cansaron de la partidocracia hegemónica, del condominio adeco-copeyano al optar por una fórmula de cambio radical sumándose a la ola de una atractiva prédica antipolítica que prendió de forma virulenta entre la población. Poderes fácticos, intelectuales, religiosos, opinadores, militares y políticos ambiciosos, se convirtieron en sus causahabiantes De nuevo hoy estamos en presencia de una rabiosa reacción por parte de esa negación convertida otra vez en antipolítica, la cual cobró forma mediante la abstención.

En el país existen dos minorías agresivas que han venido atenazando al grueso del país en función de sus aspiraciones de poder. Ambas minorías, la que representa el gobierno y la que representa la conducción de una parte de la oposición, dilapidaron el capital político que en un momento tuvieron y ahora se exhiben extenuadas y carentes de conexión popular. Estamos en presencia de un punto de quiebre poltico, que dadas las condiciones de asfixia económica que vivimos pareciera deseable a no ser por los peligros que entraña que tal cosa sea consecuencia de una inercia social que nos impulsa ciegamente a un destino indescifrable.

Como señalara en una oportunidad el gran pensador y economista Milton Friedman, lo que hoy luce políticamente imposible, puede ser en un momento dado políticamente inevitable. Lo malo es que en este instante las fuerzas que impulsan este posible fenómeno están constituidas más por pulsiones colectivas que por la construcción y articulación deliberada de una política por parte del liderazgo . Es urgente en este sentido reorientar el desempeño de los actores públicos para alinearlo en torno a las perentorias demandas populares que en materia de hiperinflación, servicios públicos y crisis humanitaria asedian a la población. Si tal cosa no ocurre relativamente pronto, la antipolítica, tal vez en una de sus versiones más perversas, sacudirá nuevamente la vida venezolana con inusitada fuerza.
Pedro Elias Hernández