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Editorial: Venezuela hacia la farsa electoral

El presidente venezolano Nicolás Maduro predijo el miércoles pasado que su partido ganaría una “gran victoria” en las elecciones de este domingo 20 de mayo.

Maduro se ha fijado una meta en los comicios: obtener 10 millones de votos a su favor. Ni siquiera su antecesor en el Palacio de Miraflores, el difunto Hugo Chávez, tuvo tal respaldo electoral.

El pronóstico de Maduro es uno de sus numerosos alardes. Pero su seguridad de alzarse con un gran triunfo en las urnas no carece de fundamento: el líder chavista se las ha arreglado para montar una farsa electoral disfrazada de proceso legítimo.

Maduro se ha librado de los líderes de los partidos de oposición que tienen un considerable apoyo popular, como Leopoldo López, que cumple una condena de prisión domiciliaria; Antonio Ledezma, que está exiliado tras sufrir la persecución de las autoridades, y Henrique Capriles, inhabilitado para presentarse como candidato.
Al sacar del juego a líderes que podrían presentarle una dura batalla en los comicios, el único opositor que enfrenta Maduro es Henri Falcón, un ex chavista que se pasó a la organización opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD), a la que desobedeció para postularse a la presidencia por su cuenta. Pero Falcón está considerado un falso opositor, alguien utilizado por el gobierno de Maduro para dar un barniz de legitimidad a las elecciones y que no constituye una amenaza al intento de reelección del actual mandatario.

Estados Unidos, la Unión Europea y muchos países latinoamericanos han dicho que no reconocerán los resultados de las elecciones del domingo, a las que han denunciado como una farsa. Pero a Maduro no le importa. Está empeñado en seguir presidiendo una nación asfixiada por una crisis económica sin precedentes. Ante esa crisis, Maduro no tiene más respuesta que formular vagas promesas y tomar medidas disparatadas, como una subida de salarios que en realidad no iguala el alza del costo de la vida y constituye uno de los factores que generan una inflación descontrolada.

El líder venezolano utiliza precisamente el hambre y la escasez causadas por la crisis como un arma para ganar votos. Una gran parte de la población de Venezuela depende para su subsistencia de un programa de alimentos subsidiados. Para recibir estos alimentos, con frecuencia los beneficiarios deben presentar una tarjeta conocida como el Carnet de la Patria. El gobierno dice que el uso de la tarjeta facilita la entrega de alimentos a las personas más necesitadas. Pero muchos críticos, como Luis Lander, director del Observatorio Electoral Venezolano, aseguran que el sistema de subsidios alimentarios es una herramienta electoral que permitirá al gobierno saber quién ha votado y quién no. Según Lander, muchos temen perder sus alimentos subsidiados si no votan por Maduro. El gobierno afirma que la ayuda no tiene ninguna obligación política, pero el temor está presente.

Venezuela sufre una honda recesión. Se teme que la inflación, causada por las imprudentes y equivocadas políticas económicas chavistas, supere el 13,000 por ciento este año, lo que causará un desastre de impredecible magnitud. La escasez de alimentos y medicinas ha dado lugar a una crisis humanitaria, que el gobierno no quiere reconocer. En los dos años pasados, más de un millón de personas se ha marchado del país, huyendo del hambre.

Maduro ganará la farsa electoral de este domingo, pero presidirá un país azotado por una crisis cuya única solución está en un cambio del gobierno, del gobernante y de un modelo económico errado. El montaje en las urnas no hace más que retrasar un cambio ineludible.
Editorial El Nuevo Herald

Fuente; http://www.elnuevoherald.com/opinion-es