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El bolívar es sólo un náufrago monetario

Apagones, mega apagones, bajones, relumbrones, sequías, roturas de tuberías, desperdicios acuíferos, que comenzaron a tomar cuerpo, exhibir colapsos y a echar las bases de un proceso de paralización del sistema de producción y de la economía de los venezolanos, sin duda alguna, es el nuevo rostro de la Venezuela de 2019.

Lo que alguna vez fue una parte de la cara de la provincia nacional, sencillamente, ahora es un conjunto: la totalidad de todo aquello que describe y exhibe al país que se acerca a la conclusión de la primera década del Siglo XXI.

Es decir, Venezuela no es ni siquiera remotamente un pedazo de la imagen positiva pública que conquistó una cuota parte de lo que fue la Latinoamérica de finales del Siglo XX. Prefirió optar por una supuesta “revolución” inspirada en los “sesentosos” fundamentos ideológicos del comunismo maquillado como socialismo, desde luego, para no tener que cargar con las consecuencias de las experiencias soviéticas, cubanas, entre otras, y sin percatarse de lo peor: el asunto no es de maquillajes verbales, ni de disfraces ideológicos. Es de incompetencias y comportamientos administrativos convertidos en excusas para ocultar fracasos y justificar corruptelas.

¿Cómo y por qué habría de sorprender que Venezuela haya terminado convirtiéndose en un santuario de la mayor inflación del Siglo XXI en todo el mundo, un cementerio de empresas públicas signadas por su vocación a perder dinero y a enriquecer a administradores?. Y, como si fuera poco, ¿ a disponer de una institución responsable de la rectoría fiscal y monetaria de la Nación conocida como Banco Central de Venezuela, y que se niega a cumplir con la Ley que rige su desenvolvimiento?.

A tanto se ha llegado en el país, entre estas múltiples como entristecedoras situaciones, que cuando ha pasado a ser normal que el comercio trance sus actividades con su clientela haciendo uso del signo monetario nacional, el Bolívar, o del signo del “imperialismo norteamericano”, el Dólar, poco se debate acerca de lo que debería ser obligante. Es decir, acerca de si eso es una variable de un proceso dolarizador, o es que, definitivamente, el Bolívar no pasa de ser un náufrago monetario.

Quienes analizan el hecho, afirman serenamente: el tema de seguridad y estabilidad monetaria no se logra con un simple cambio de nombre de la moneda nacional, como se ha podido apreciar en tan corto tiempo en el país. Venezuela pasó de poseer una de las monedas más fuertes y estables del mundo, a tener hoy una lastimosamente devaluada, tanto, que los mismos usuarios se niegan a aceptar los billetes menores de 500 Bs. S. por su escaso valor de compra. Un típico y popular “negrito” venezolano, ya lo venden por Bs.S.2.500.

En 1879, nace el Bolívar como signo monetario de Venezuela, otrora moneda de orgullo nacional, y se conserva sin cambio de nombre hasta el 31 de diciembre del 2007. A partir de esa fecha, ha tenido tres cambios: el 1/1/2008 pasó a ser el Bolívar Fuerte. Luego éste le dio paso el 20/9/2018 al hoy Bolívar Soberano.

Tales maquillajes no dieron ni han dado ningún resultado, en cuanto a estabilizar la moneda y detener la inflación. Por el contrario, hoy el país mantiene los índices de devaluación e inflación más elevados del mundo: ese mismo galardón que no quiere ostentar ninguna otra Nación, y que Venezuela hoy insiste en convertir en un instrumento de maniobras monetarias, apelando al sostenimiento del control de cambio, a partir de las “diferencias” entre el dólar Paralelo y el llamado Dicom.

Hoy la economía venezolana luce degradada a los últimos cuatro puestos entre la calificación mundial en la escala de países. Pero persevera en su propósito de invertir tiempo y esfuerzo en estabilizar su signo monetario con simples cambios de nombre. ¿Prudente y recomendable?: quizás adoptar uno nuevo; un signo que se traduzca en garantía de fortaleza y estabilización. En el mundo y sin complejos, la única moneda que goza de estas características, es el Dólar. Y más allá de las consideraciones técnicas, como de las estridentes razones de orden ideológico, ya ha ocupado un espacio en el comercio nacional, y el gigante del Norte lo ha ofrecido sin titubeos.

¿ Dolarizamos?. ¿Rublorizamos? ¿Renminbizamos? ¿Eurotizamos?. Nadie sabe. Porque el tema no se discute, ya que la estabilización monetaria es sólo parte de un torneo de posiciones ideológicas. Y se dan fenómenos adicionales que, aunque inciden seriamente en economías regionales, como es el caso del Peso colombiano, no pasan de ser otro elemento de cita verbal entre diferencias oficiales.

El país no puede emprender ningún plan de rescate sin lograr, en forma inmediata, una estabilización del signo monetario, y minimizar la inflación a niveles aceptables. De hecho, la inflación es el peor y más degradante enemigo de la ciudadanía: equivale a ruina, hambre y degradación colectiva.

En el ámbito económico, existe una constante que reza: “los países nunca tocan fondo; siempre pueden estar peor”. Pero lo que ha pasado en Venezuela durante los últimos 20 años, demuestra cómo sí es posible convertir a millones de ciudadanos en víctimas del infortunio, justificación de la corrupción, como de la mediocridad de una gestión administrativa.

No sorprende, desde luego, que entre seguidores profesionales de lo que sucede, retumben palabras de un anciano que vendía verduras y fresco de papelón con limón en un «puestecito» muy precario en la carretera vía Calabozo, Estado Guárico. Y que al preguntarle:

-Viejo ¿cómo está la vaina?.

Mirando al piso y moviendo su cabeza, con su espalda jorobada de tanto trabajar, haya respondido:

-«Mijo, todo está muy mal. Aquí no hay hueso sano. Esto es inaguantable».

Esas dolorosas palabras del viejo trabajador, y cargadas de tanto dolor, resumieron la situación del país.

Ya el país está claro: el comunismo no es otra cosa que el enriquecimiento del cogollo con ruina, hambre y bozal para el pueblo. En el caso nacional, el 90% de la población quiere salir de esta situación. La totalidad considera que ya no hay más tiempo que perder. Que el cambio tiene que pasar a convertirse en una convicción colectiva, en torno a un hecho inminente.

Mejor dicho, tiene que pasar a ser aquello acerca de lo cual no dudan los casi sesenta países que ratifican a diario su solidaridad invariable con el reconocimiento de un Presidente interino, a la vez que claman por la celebración de comicios transparentes que concluyan con la elección de un nuevo Gobierno.

Ya no es posible continuar escondiendo el sol con un dedo, ni culpando a otros. Y eso incluye a: iguanas, escuálidos, traidores, ataques cibernéticos, sabotajes o cualquier otro epíteto. Eso no pasa de una burlona reflexión que no amerita calificación alguna, ni necesita ninguna otra consideración. El país quiere -porque lo necesita- un cambio. Además de que ya no hay más tiempo para polémicas; tampoco para diálogos sin agenda.

Negociar entre las partes en forma directa no pasaría de conducir al país a más pérdida de tiempo. Creen diversos analistas que una posible solución pudiera ser, de mutuo acuerdo, solicitarle a países imparciales su concurso para que arbitren sobre una agenda acordada de soluciones; ofrecer puerta de salida al que crea que tiene que salir del país, con garantías y sin persecuciones.

Asimismo, que los que tengan problemas con la ley, que se defiendan en tribunales imparciales internacionales designados. Y que se designe a un gobierno transitorio, para que emprenda el inicio de la reconstrucción y de la estabilización de la Nación, para que, en un tiempo prudencial, y bajo la conducción de un nuevo Consejo Nacional Electoral, pueda irse a un proceso comicial con participación de todos los partidos políticos. A la autoridad electoral, le corresponderá brindar todas las garantías de imparcialidad y pulcritud que demandaría el citado proceso, para que el pueblo designe a sus gobernantes.

La única meta tiene que ser la de rescatar la confianza en el país, tomando, entre otras, las siguientes acciones: liberar todos los presos políticos; eliminar el exilio y permitir el regreso ciudadano a su Patria; restituir el mandato constitucional; estabilizar la moneda y la economía; lograr la seguridad agroalimentaria con producción privada nacional; recuperar y multiplicar la capacidad productiva de la industria privada; eliminar el concepto de estado empresario; profesionalizar las dependencias del gobierno; despolitizar los poderes judiciales y contralores; perseguir la delincuencia y erradicar el «populismo» del lenguaje político nacional.
Egildo Luján Nava