Inicio Venezuela El Chipote, el penal somocista donde encierran a los nietos del sandinismo

El Chipote, el penal somocista donde encierran a los nietos del sandinismo

Jazel Henríquez no puede contener las lágrimas. Un furgón de la Policía Nacional se presentó el lunes en su casa, en un barrio meridional de Managua, y se llevó de manera violenta a su marido. Ella se subió en el auto de un vecino y les siguió hasta la loma de Tiscapa, donde se encuentra El Chipote.

Desde entonces, hace guardia frente a la verja desvencijada del penal a la espera de noticias.

«No me confirman si está aquí, aunque yo les vi entrar.

Nosotros somos gente de paz, de la Iglesia, el único delito que hemos cometido es haber ido a la manifestación de las madres (celebrada el pasado 30 de mayo en apoyo a las madres de los jóvenes muertos en las protestas).

Yo quiero que me lo entreguen sano, aquí están encerrados como ratas», denuncia a Efe.

A mitad de mañana aparece corriendo por la cuesta un hombre rollizo, de aspecto humilde, que agita la foto de un «chavalo» (apelativo cariñoso con el que se conoce a los jóvenes en Nicaragua) y que no para de gritar: «¡Se lo acaban de llevar, se lo acaban de llevar unos encapuchados!».

El hombre alcanza la valla y les pregunta jadeante a los agentes que custodian el penal si han visto a su hijo, Kevin Moisés Chamorro, pero apenas le miran a la cara.

Es la desesperación hecha persona y una escena que se repite a diario en esta cárcel policial, oficialmente conocida como la Dirección de Auxilio Judicial, donde han sido recluidos la mayoría de los detenidos en las protestas antigubernamentales que azotan el país desde el 18 de abril y que piden la renuncia del presidente, Daniel Ortega, y su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo,

«Es difícil precisar cuántos detenidos han pasado por aquí porque no hay información oficial. La mayor oleada de detenciones se dio en abril, aunque estos días han llegado decenas tras los choques en el oriente de Managua y Jinotepe», explica a Efe Juan Carlos Arce, abogado del Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (Cenidh), una de las organizaciones más importantes del país.

El centro policial lleva décadas en el punto de mira de las asociaciones de Derechos Humanos por sus duras condiciones de reclusión, pero los Gobiernos que se sucedieron tras el fin de la dictadura somocista en 1979 hicieron oídos sordos a las múltiples peticiones de cierre.

Un equipo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) recorrió el penal el pasado mes de mayo durante una visita al país y certificó que «no reúne los estándares mínimos y el solo encierro constituye una forma de trato cruel, inhumano y degradante», tal y como explicó en un correo electrónico a Efe el secretario del organismo, Paulo Abrão.

Hasta que estallaron las protestas, El Chipote se usó principalmente para encerrar a personas vinculadas al narcotráfico y al crimen organizado, pero también para amedrentar a «blancos del Gobierno», como campesinos de las zona minera o contrarios al proyecto del canal interoceánico, según el Cenidh.

«Yo estuve en 2014 en unas celdas superficiales, muy pequeñas, en las que solo puedes estar de pie o de cuclillas», recuerda Arce, quien participó hace cuatro años en un movimiento denominado «OcupaINSS» a favor de un aumento de las pensiones y que se considera el germen de las actuales protestas, en las que ya han muerto al menos 148 personas.

La historia de El Chipote está bañada en sangre y ligada a los capítulos más oscuros de la dictadura somocista.

El complejo policial fue construido por el primer Somoza, pero se hizo especialmente famoso en los años previos al triunfo de la revolución, cuando desfilaron por allí decenas de sandinistas, entre ellos el propio presidente, Daniel Ortega, o el poeta Tomás Borge, quien escribió allí la célebre poesía «Mi venganza personal».

«Esta gente fueron héroes, pero la mayoría de ellos se han convertido en infames», afirma Verónica López, cuya hija Katherine estuvo varios días recluida en El Chipote y ahora se encuentra escondida en la casa de un familiar por miedo, dice, a que le encuentren las llamadas «turbas sandinistas», los simpatizantes gubernamentales.

«Los chavalos tienen razón cuando cantan que Ortega y Somoza son la misma cosa», añade.

EFE/ FR