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El Papa Francisco, en campaña

La reciente visita del Papa a Colombia y la aparición de un libro, Política y sociedad, en el que el Sumo Pontífice dialoga con el investigador Dominique Wolton han reabierto la discusión sobre si Francisco es un hombre político y, lo que es más controversial, si es de izquierda.

En América Latina, el asunto interesa especialmente: es un Papa argentino, América Latina es, junto con África, la mayor zona de influencia de una Iglesia Católica con competidores tanto seculares como religiosos en todo el mundo, y la implicación del Vaticano en cuestiones políticas en esta región es obvia.

La respuesta a la primera pregunta -¿es este un Papa político?- es un rotundo sí. Todos los Papas lo son en virtud del poder de su institución. Este lo es también porque participa personalmente en la discusión pública y en procesos de naturaleza política.

Hace apenas unos días, Francisco provocó en Europa un debate con unas declaraciones a favor de la inmigración en las que usó la palabra “incondicional” y en las que desarrolló la idea de crear sistemas de integración y protección para inmigrantes. Para los sectores de derecha críticos de la inmigración, esta postura papal va contra la tradición del Vaticano como baluarte del cristianismo y del humanismo, que estarían en peligro ante flujos migratorios que representan la negación de ambas herencias culturales. Para los sectores de izquierda, sobre todo sindicales, que también ven con ojos desconfiados a los inmigrantes, la posición del Papa erosiona los “derechos” de los trabajadores.

En el libro mencionado, del que Figaro Magazine publicó un adelanto en exclusiva mundial, Francisco hace una defensa de la unión civil entre personas de un mismo sexo. Insertándose de lleno en la discusión político-moral, rechaza la idea de llamar “matrimonio” a esas uniones, pero defiende su equivalencia en términos de “unión civil”, lo que representa un cambio en la posición de la Iglesia. Este Papa que no se contenta con hablar de una moralidad individual o asuntos espirituales: se involucra en la batalla ideológica y la lucha política terrenal.

Sus dos encíclicas, “Lumen Fidei” y “Laudato Si”, son polémicas. La primera cuestiona el sistema de mercado global (“gobierno de la economía mundial”) y la segunda profesa el ecologismo.

La politización papal no se agota allí. América Latina es la demostración de que está dispuesto a involucrarse en procesos políticos. Es un rol que le resultaría más difícil jugar fuera de América Latina. Quizá no sea demasiado exagerado decir que para él América Latina es lo que fue Europa central para Juan Pablo II en los años 80.

Son hasta ahora tres los “casos” en los que Francisco se ha metido de lleno: la “normalización” de relaciones entre Estados Unidos y Cuba, el proceso de paz en Colombia y el “diálogo” de la dictadura de Nicolás Maduro con la oposición venezolana. Se ha ofrecido también a jugar un papel en otros escenarios, trátese de diferendos, conflictos o tensiones (entre Venezuela y Colombia, Chile y Bolivia, Nicaragua y Costa Rica, por ejemplo).

Francisco tomó la iniciativa de ofrecer sus buenos oficios a Barack Obama y Raúl Castro en 2014 y se involucró en las negociaciones. El anuncio, a finales de 2014, de que ambos países habían decidido restablecer sus relaciones fue el comienzo de un proceso que hoy ni siquiera Donald Trump ha revertido en lo esencial.

En el caso de la negociación entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc, los tiempos fueron distintos, pues Francisco encontró las negociaciones secretas ya en marcha (habían arrancado en 2012 y él fue elegido en 2013). Su rol pasó a ser significativo a partir de 2015, cuando Santos entendió que la resistencia de un amplísimo sector de Colombia ponía en peligro su objetivo y que, al mismo tiempo, las Farc habían endurecido mucho su posición.

Un hombre importante en las negociaciones, o más exactamente en el juego de poleas que se dio detrás de la negociación oficial, fue el obispo Giorgio Lingua, a quien el Papa nombró nuncio en Cuba con la expresa misión doble de organizar su visita a la isla y colaborar con las negociaciones entre Colombia y las Farc, que se desarrollaban en La Habana. Lingua ya conocía a las Farc desde los tiempos de Andrés Pastrana, cuando el gobierno colombiano de entonces intentó llevar a cabo, sin éxito, una negociación de paz con el grupo terrorista.

El compromiso de Francisco es tal, que respaldó a Santos cuando, derrotado el proceso de paz en un referéndum vinculante llevado a cabo en Colombia, decidió continuar haciéndolo efectivo por distintas vías. Ello, a pesar de que implicaba meterse directamente en la delicada discusión legal y constitucional interna en dicho país.

La tercera misión papal, la del diálogo entre la dictadura venezolana y la oposición democrática, no ha llegado a buen puerto y es quizá la más controversial.

Francisco eligió la oportunidad más delicada y peligrosa para favorecer el diálogo: el último tercio de 2016, cuando la oposición, amparada en la Constitución (obra del propio chavismo), pretendía que se convocara un referéndum revocatorio contra Maduro. El régimen venezolano hacía lo necesario para ganar tiempo: pronto vencería el plazo más allá del cual ya no sería posible, según la Constitución, el revocatorio. Maduro tenía especial interés en un diálogo, parecido a los que el chavismo convoca ritualmente cada vez que las cosas se le ponen color de hormiga para desmovilizar a la oposición.

Otro factor añadía peligro a la iniciativa papal: Maduro había violado la legalidad suspendiendo las elecciones para elegir gobernadores. Tener al Vaticano como aval lo protegería de cualquier cuestionamiento internacional ante este hecho dictatorial.

La historia acabó mal. Las negociaciones de la Isla Margarita (que continuaron luego en Caracas), en las que el enviado del Papa, Emil Paul Tscherrig, tuvo un rol prominente, resultaron un fiasco. Maduro no cumplió nada de lo que prometió y el año acabó con un endurecimiento intenso del régimen. Todo desembocó en el reinicio de la resistencia activa en las calles que, con el telón de fondo de nuevos diálogos esporádicos convocados por Maduro con ayuda de tres ex presidentes de España y América Latina y de organismos como Unasur, y con respaldo papal, ayudaron al chavismo a capear el temporal.

El respeto que Maduro tiene por el Papa quedó demostrado con su decisión de eliminar la Asamblea Nacional y hacer elegir, en comicios fraudulentos (denunciados, entre otros, por la empresa que organizó el recuento), una Asamblea Constituyente cuya única misión es abolir formalmente la democracia. Este hecho valió a Maduro la condena contundente de la comunidad internacional. Entre las excepciones estuvieron los facilitadores de los diálogos de Maduro con la oposición, incluyendo a los ex presidentes y al Papa Francisco. Hoy, cuando ya la dictadura venezolana se siente más segura y la oposición ha suspendido la lucha en las calles para retomar aliento, y cuando surgen serias divisiones en el seno de los demócratas por las desavenencias sobre la mejor estrategia para seguir adelante, el Vaticano ha vuelto a respaldar un diálogo ofrecido por Maduro (que esta vez tiene como escenario a la República Dominicana).

La participación de Francisco en todo esto ha provocado una división en el seno de la propia Iglesia. Los obispos venezolanos, algunos de los cuales tuvieron ocasión de reunirse con él durante el viaje que acaba de realizar a Colombia, han denunciado públicamente a la dictadura, han llamado “farsa” a los diálogos de Maduro y han afirmado que está muy avanzado el proyecto “comunista”. En privado, le reiteraron a Francisco su postura, frontalmente opuesta a que la Iglesia se preste a estas operaciones rituales encaminadas a preservar el sistema. Uno de los que han llevado la voz cantante ha sido el cardenal Jorge Liberato Urosa. Pero Francisco tiene consigo a pesos pesados que respaldan su postura, incluyendo al secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin, que fue en su día nuncio en Caracas.

Hecha esta rápida composición de lugar, ¿puede decirse que este es un Papa de izquierda? No exactamente. Me atrevería a decir que su posición ideológica, en términos de visión económica, es más bien anticuada, parecida a la del “desarrollismo” latinoamericano de los 60 y 70, que fueron décadas clave en la formación intelectual de Bergoglio y su generación. Llamar a eso “izquierda” es difícil porque él perteneció al ala de los jesuitas (llamada a veces, precisamente, “desarrollista”) que forcejeó durante décadas con el ala izquierdista, proclive a la Teología de la Liberación. Es cierto que ha hecho las paces con esa ala (recibió a Gustavo Gutiérrez, uno de los ideólogos de la Teología de la Liberación al poco de asumir el papado) pero hoy esa corriente no representa un poder en la Iglesia y Francisco es quien tiene el mando. Por otra parte, no se puede, en esta discusión, obviar que Bergoglio fue en su día uno de los pocos contrapesos que tuvieron los Kirchner en la Argentina anterior a Mauricio Macri.

Francisco tiene razón cuando dice que la Iglesia tiene una herencia de preocupación por los pobres y desconfianza hacia el poder económico que está en los Evangelios y en la propia tradición católica. Una tradición que rescató Juan XXIII -y continuó Pablo VI- con el Concilio Vaticano II que modernizó parcialmente al catolicismo en los años 60. Lo interesante es que las dos grandes corrientes jesuitas post-Concilio Vaticano II, la de los “desarrollistas” y la de los “liberacionistas”, fueron herederas de ese momento clave de la Iglesia moderna.

Lo fueron también de otra gran reunión eclesiástica, la Conferencia de Medellín de 1968, limitada a América Latina pero quizá tan decisiva como el Concilio Vaticano II para el catolicismo latinoamericano.

Si quisiéramos estirar la liga y hablar en términos ideológicos, podríamos decir que Bergoglio encarna la vertiente “socialdemócrata” de la Iglesia frente a la otra corriente, hoy venida a menos pero en su día poderosa en América Latina, que tenía una clara influencia marxista.

La inclinación “desarrollista” y “socialdemócrata” en términos económicos pasa a ser “socialcristiana” cuando se trata de la doctrina y los preceptos básicos. De allí que, por ejemplo, Francisco mantenga la postura tradicional frente al aborto o que, en lo relativo al matrimonio gay, prefiera decantarse por las uniones civiles.

A ese cóctel hay que añadirle un ingrediente más: Francisco es un latinoamericano de los años 60 y 70. Por eso alberga cierta desconfianza y desconocimiento de Estados Unidos y, en asuntos puntuales, una comodidad más allá de la conveniente con regímenes como Cuba y Venezuela. En política exterior, Francisco está a la izquierda del Francisco de la política “interna”, es decir la relacionada con asuntos doctrinarios.
Álvaro Vargas Llosa

Fuente: http://independent.typepad.com/elindependent/2017/09/el-papa-francisco-e… / La Tercera