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Febril batalla en Golfo de California por tráfico de «cocaína de mar» hacia China

La «cocaína de mar» no es una droga pero su comercio ilegal genera decenas de miles de dólares en el mercado negro de China, mientras las redes para totoaba atrapan también a la vaquita marina -la marsopa más pequeña del mundo-, conduciendo a la extinción a estas dos especies endémicas del Golfo de California.

Así, esas frías aguas del noroeste mexicano se han vuelto campo de guerra: barcos ecologistas acechan con sonares a pescadores furtivos, mientras buques y helicópteros de la Marina de México emboscan a traficantes armados.

En un desesperado intento por salvar a las menos de 30 vaquitas marinas que quedan, las autoridades prohibieron desde 2015 prácticamente todo tipo de pesca en una zona de más de 1.200 km2 en el Golfo, incluyendo las aguas que desembocan en San Felipe.

Este pueblo de pescadores de Baja California, donde el 70% de la economía depende de la pesca, se ha convertido en la víctima colateral de la batalla por la «cocaína de mar».

«Hace cuatro años nosotros teníamos muchas entradas de dinero de pesca, ahorita desgraciadamente ya nos están dejando en la calle.

A San Felipe lo quieren hacer como un fantasma, lo quieren desaparecer», lamenta Omar Solis, un pescador de camarón que tuvo que comprar un velero catamarán para reconvertirse al sector turístico.

Este hombre de 42 años asegura a la AFP que prohibir todas las redes -y no solo las totoaberas- es una medida exagerada y que la penuria de los pescadores los puede obligar a capturar totoaba, cuya vejiga cuesta unos 4.000 dólares recién sacada del mar.

«Nos están orillando a que hagamos eso aunque no queremos», admite frente a las aguas mansas de San Felipe. «Si no tienes dinero, ¿qué puedes hacer?»

– Guerra acuática –

Ondeando una bandera negra con una calavera, un barco camuflado de la organización ambientalista Sea Shepherd patrulla día y noche con sonares y radares en busca de redes ilegales y pangas clandestinas en el Golfo.

Hace tres años que la ONG estadounidense despliega barcos para salvar a la vaquita.

Pero desde febrero, policías y soldados armados con fusiles tuvieron que unirse a su tripulación, luego de que pescadores furtivos encapuchados abrieron fuego contra drones de la organización.

Las penas para los «totoaberos» alcanzan hasta nueve años en prisión, y desde el año pasado las autoridades intervienen sus teléfonos y finanzas para investigarlos por posible crimen organizado.

Un Marino desplegado en la zona asegura que los pescadores furtivos «salen al mar armados y se dan (balazos) entre ellos».

Los traficantes destripan a las totoabas capturadas en la lancha, regresan los cadáveres al mar y disimulan las vejigas en sus botas o en compartimentos secretos de la panga.

Después, son enviadas a ciudades fronterizas con Estados Unidos, para disecarlas y luego «hacen el empaque para enviarlos hacia China, Hong Kong», explica Joel González, de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa).

De abril de 2015 a enero de 2018, se incautaron en México 704 vejigas y hallaron 304 cadáveres de totoaba en redes furtivas, según Profepa.

Un pescador de San Felipe que pidió el anonimato por seguridad cuenta que «la mayoría de los totoaberos andan armados.

Es la misma mafia, las mismas redes de corrupción y rutas de tráfico» para vejigas y droga.

– Vejigas sobre seda –

Mientras, en China, la «cocaína de mar» es celosamente escondida, lejos de los aparadores, en mercados de medicina tradicional y de mariscos deshidratados en la sureña provincia de Guangdong.

En una ajetreada calle de Guangzhou, capital regional, una comerciante muestra su tesoro clandestino a una reportera encubierta de la AFP.

Sobre una mesa de madera tradicional, la discreta comerciante ofrece té y extiende varias vejigas de totoaba deshidratadas: una de baja calidad cuesta 20.000 yuans (3.160 dólares) y por la mejor pide 130.000 yuans (20.500 dólares).

En total, hay ocho vejigas, por un valor de 80.000 dólares.

Según los conocedores, las vejigas saben mejor cuando son añejas, incluso de una década.

Preparadas en sopa, se cree que alivian la artritis o el malestar del embarazo y rejuvenecen la piel.

La vejiga se atesora a tal grado en China que la gente la exhibe en sus casas.

Si compra una, «podemos darle un estuche forrado de seda dorada y un listón», ofrece la vendedora.

– «El precio a pagar» –

Sobre el malecón de San Felipe, el empresario y líder de pescadores Sunshine Rodríguez realizó una huelga de hambre durante 10 días, exigiendo al gobierno evidencia científica de que todas las redes -y no solo las totoaberas- afectan a la vaquita marina.

No obtuvo respuesta.

Según algunos científicos, como Manuel Galindo, la vaquita solo puede quedar atrapada en las gruesas redes totoaberas, y además, la principal causa de su extinción sería el deterioro de su hábitat.

La vaquita vive justo en la desembocadura del Río Colorado, pues necesita aguas con bajos niveles de salinidad, bajas temperaturas y ricas en alimento, explica Galindo, un oceanólogo retirado que trabajó 37 años en la Universidad Autónoma de Baja California.

Pero estas condiciones «ya no existen» por el desvío del río a presas en Estados Unidos, asegura.

Cuando a los ambientalistas se les dice que «están matando 4.000 familias de pescadores con niños, me han contestado literalmente: ‘es el precio a pagar por matar la vaquita marina'», se indigna Rodríguez.

Así, los pescadores de San Felipe han tenido que desplazarse más de 80 km hacia el sur para trabajar y vivir.

«¿Hasta dónde nos quieren mandar?», cuestiona Jesús Rendón, que viaja más de una hora desde San Felipe hasta una playa desierta.

Muchos pescadores no pueden hacer el viaje diario desde San Felipe y se improvisaron un nuevo hogar en Campo Serena, una polvorienta playa sin agua potable ni servicio eléctrico.

Ahí, unos 200 pescadores, algunos con mujeres y niños, se instalaron en casas rodantes y trajeron contenedores que llenan de hielo para conservar las baquetas, corvinas y peces sierra que extraen del mar.

«Uno tiene que huir para acá, pasando fríos y penurias», lamenta María de la Paz Alcántar, una mujer de 60 años que prepara la comida de los pescadores, mientras dos niñas pequeñas se corretean para jugar en las redes amontonadas en la arena.

AFP/ FR