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La Cumbre de los abrazos rotos

La VIII Cumbre de las Américas tenía que ser accidentada. No podía ser de otra manera cuando uno de sus temas principales fue la lucha contra la corrupción y una buena parte de los participantes encabeza gobiernos corruptos, al igual que algunos de los que no asistieron a una convocatoria cada vez más devaluada por inoperante.

No estaba el país anfitrión, Perú, en condiciones de presumir de transparencia con un presidente recién depuesto por asuntos de corruptelas. Y a estas alturas pocas lecciones de ética se podían impartir en una Cumbre a la que se le negó la participación al mandatario venezolano Nicolás Maduro por “romper el orden constitucional”, pero se invitó a representantes del gobierno cubano que están al frente de la dictadura más longeva de Occidente.

Claro está, la farsa con respecto a Cuba ya se había escenificado en la reunión anterior que se celebró hace tres años en Panamá, donde el ex presidente estadounidense Barack Obama le dio un apretón de manos a Raúl Castro, convencido de que su política de acercamiento acabaría por resquebrajar al régimen castrista. Mientras tanto, en los actos de los foros de la sociedad civil la delegación cubana azuzaba impunemente “actos de repudio” contra la oposición democrática.

Muy poco ha cambiado desde entonces: el presidente Donald Trump se apresuró a eliminar una política de deshielo que no dio resultados notables. En cuanto al gobierno castrista, está en víspera de un proceso de continuismo cuando Raúl abandone la presidencia el próximo 19 de abril y se quede al frente del Partido Comunista de Cuba. El objetivo del líder nonagenario es garantizar que su estirpe sea una suerte de familia real, delegando en los cuadros más jóvenes de la revolución la responsabilidad de sostener un modelo político fallido, cuyas tímidas reformas económicas no han sacado a los cubanos de la pobreza y el atraso.

El vicepresidente Mike Pence, asesorado por el senador cubanoamericano Marco Rubio, principal artífice de la actual política hacia Latinoamérica, hace hincapié en la necesidad de sancionar a gobiernos antidemocráticos como los de Venezuela y Cuba. Sin embargo, la ausencia de Trump le restó fuerza a la presión que Washington pudiera ejercer, al quedar patente la olímpica indiferencia (por no decir menosprecio) que el presidente estadounidense siente por sus vecinos, a los que amenaza con muros infranqueables.

En un encuentro donde casi nadie podía hablar con autoridad moral sobre los males de la corrupción, un Raúl Castro que ya saborea las mieles del retiro tampoco se molestó en asistir y envió a sus huestes, encargadas de destrozar vallas que denuncian los atropellos de su gobierno y el de su aliado Maduro. Son los sospechosos habituales que acorralan a activistas demócratas como Rosa María Payá en actos donde la trasnochada jauría comunista todavía arropa al castrismo y el chavismo.

En la Cumbre de Panamá hubo apretón de manos histórico que se quedó en la promesa de mejores días para los cubanos. En esta reunión, donde se permitió una vez más la presencia de funcionarios de dictaduras vetustas, no hubo abrazo entre Estados Unidos y Cuba. Poco importa ya. Raúl Castro está a punto de jubilarse como un abuelo más, pero, como Saturno, después de haber devorado a una buena porción de sus hijos.
Gina Montaner
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