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La política es un fastidio

Antes de que el 2018 se despida de los mortales que son sacudidos cada segundo por quienes convirtieron la política en un oficio, su sistema de vida y hasta en una cómoda manera de enriquecerse al amparo de la fragilidad moral de los administradores de las normas, por esta parte del mundo habrá dos hechos que no pueden perderse de vista en Venezuela. Se trata de la asunción de sus cargos como presidentes de Brasil y de México.

Jair Bonsonaro y Andrés López Obrador, respectivamente, entre sus compromisos con la historia de sus países y la vida particular de cada uno de los que serán sus gobernados, incluyen su propuesta de lavarle la cara del comportamiento ruin de delincuentes que están dejando puestos de mando. Y su compromiso, innegablemente, no puede seguirse adecuando a la interpretación y capitalización del maniqueísmo de que si se es radical de derecha, o si es un progresista de izquierda.

De lo que sí hay que ocuparse en la interpretación de lo que harán, es que deberán dedicarse a evitar no salir de sus cargos acusados y señalados de haberse aprovechado de aquello que dijeron que no sucedería nuevamente. Es decir, alzar su mano (derecha o izquierda) y jurar en obediencia al símbolo de sus supuestos principios y valores de rectitud administrativa, a la vez que su comportamiento se traducía en un perjuro de libre desarrollo en su acceso a los fondos públicos. También a la perfumada satisfacción del goce del poder por el poder, en nombre –claro está- de un pueblo útil, valioso, funcional, apropiado y adecuado para hurgar en las entrañas del sentimentalismo desde el ángulo influyente del populismo.

¿Por qué ellos dos?. Porque decidieron cobijarse precisamente en su compromiso de rescatar la majestad del ejercicio de la jefatura de Estado de dos de los países con el mayor número de habitantes a nivel Continental. Pero también con las poblaciones numéricamente más empobrecidas, como más dominadas por la fuerza del delito promovido desde donde la organización delincuencial se desenvuelve como componente eficaz de la sinergia en la que la otra parte la domina la inexistencia del Estado de Derecho y la ausencia institucional en la lucha contra delitos y delincuentes.

Dichos próximos jefes de gobierno, desde luego, no deberían cargar con todo el peso del propósito esgrimido mientras apelaban a campañas propagandísticas para convencer a seguidores, admiradores, activistas y a promotores de nuevas propuestas políticas. Sin embargo, sí les corresponde el más exigente de los trabajos en sus países, y es que hay que convencer a los nuevos votantes de que ha llegado el momento de, ante todo lo ocurrido históricamente, cambiar la manera de hacer política; no en hacerle velorios anticipados a las Democracias en la región.

En Venezuela, mientras tanto, lo relevante para la mayoría de quienes hasta hace poco abrigaban esperanzas en que la experiencia del Socialismo del Siglo XXI no pasaría de ser precisamente una desafortunada y destructiva experiencia, su interés se manifiesta hacia otras áreas. Y la principal no es precisamente a favor de la política, que se le ha convertido – y así la califican- en un asfixiante fastidio.

En fin, el interés criollo, progresivamente, se comienza a plantar de manera más decidida es en que, para que no suceda como en Brasil o como en México, los venezolanos no pueden ser indiferentes ante la arremetida como, entre pobreza, empobrecimiento e hiperinflación, el delito organizado se apodera de las motivaciones de niños y adolescentes, hasta convencerlos de su participación en actividades ajenas al sueño por el trabajo y la prosperidad. Poco cuenta, entonces, que estén presentes y se manifiesten vigorosas las dedicaciones al reclamo y a la organización social, cuando lo prioritario es escapar del ocio y el reclutamiento del delito organizado, ya que fuera del territorio nacional, al menos, hay oportunidades para el estudio, el trabajo y la evolución social.

La diáspora, entonces, no puede analizarse, enjuiciarse y tratarse desde un ángulo único, cuando no son pocos los fundamentos los que tocan a las puertas de los hogares en el país y en cada estamento social. Por supuesto que el tema da para eso y mucho más. Sin embargo, ante la indiferencia con la que las autoridades reaccionan ante la magnitud del problema que se ha acentuado en cada casa en donde hay muchachos, y la manera como la minimización de la importancia del caso se percibe en el seno de los llamados grupos partidistas, la migración, en muchos casos, emerge como una opción de subsistencia mejor planteada, y no exclusivamente como una alternativa improvisada.

Fuera de la Nación, los casos de países en los que los partidos políticos organizados han ido siendo desplazados de comicios por otras fuerzas sociales organizadas, como por otros liderazgos similares a los que hoy proyecta el Presidente norteamericano Donald Trump, el surgimiento de un mensaje y de una razón para analizar a qué obedece lo que está sucediendo en el ámbito político, se plantea como una necesidad.

Los votantes de Brasil y México, a su manera, han alzado su voz y se han expresado a favor de dos versiones y visiones parcialmente ajenas a lo tradicional. Y aun cuando desde el seno de los análisis sobre tales casos aparece el nombre del ya difunto Hugo Chávez, como uno de los primeros casos de aquello que tiende a fortalecerse y posicionarse hermanado con la inyección evolutiva de las redes sociales, no menos cierto, es que semejante referencia, por lo pronto, ya dejó de ser una activadora de lo otro. Y sucede de esa manera, hasta terminarse convirtiendo en causa de rechazo, irónicamente, porque lo potencia a diario el fracaso absoluto en el que se ha terminado convirtiendo la modalidad gubernamental venezolana.

Ante esta realidad que hermana, por igual, a un conjunto de países latinoamericanos que no pueden divorciarse de la presencia e incidencia de miles y miles de venezolanos que tampoco pueden ser tratados con rechazos desde campañas de exclusión y xenofobia, a los gobiernos de la zona ya se le convirtió en causa de nuevas estrategias lo que, desde sus particulares visiones del caso, también harán los gobiernos de Brasil y de México.

Ellos pudieran pasar a convertirse en un modelo de modificación de la realidad regional, a partir del caso venezolano y de la manera como evolucione o involucione. Pero no menos cierto, por otro lado, es que el propio comienzo del 2019 promete la presencia de una multiplicidad de escenarios políticos, económicos, sociales y hasta morales en Latinoamérica -incluyendo el caso venezolano del 10 de enero- que pudiera traducirse en un interesante proceso en el que el fastidio de lo político y de la política, tiene que ser tratado con mayor atención y dedicación.
Egildo Luján Nava