Inicio Venezuela La seducción de la coca supera al miedo en el Pacífico colombiano

La seducción de la coca supera al miedo en el Pacífico colombiano

«Más de un campesino conoce claramente el riesgo y el daño que le causan al país, son conscientes, pero ahí se quedan», explica a Efe Mario Tovar, líder comunitario de López de Micay, un municipio en plena selva pacífica.

López de Micay, en el departamento del Cauca, es uno de los municipios que comparten problemas en toda la zona costera del Pacífico.

Son localidades que parecen emerger en medio de la densa vegetación, como si arrancaran unas hectáreas a la selva y a las que es prácticamente imposible llegar excepto por unos ríos que se convierten en auténticas autopistas para sus vecinos.

A su aislamiento se suma un notable abandono estatal, lo que sumado a los sembradíos de coca y la minería ilegal convierten la zona en un auténtico campo de cultivo para que las bandas criminales sean amos y señores de la zona.

Y todo ello en uno de los sitios más lluviosos del mundo como López de Micay.

«Donde hay agua hay vida y tierras fértiles», resume Tovar mientras sus vecinos se afanan a su alrededor tratando de cubrirse bajo los paraguas.

Por eso propone un plan de sustitución de cultivos con el apoyo del Gobierno que permita introducir plátano o chontaduro.

Pero para que eso suceda, considera necesario que haya más apoyo del Gobierno y se construya una carretera que permita sacar los productos agrícolas «porque por medio náutico es muy costoso y no puede ser competitivo en la plaza de mercado».

«Lo de la coca, no más sería planearlo bien y ya se habló con el Gobierno de la sustitución (…) La comunidad dijo que sí se sometía, simplemente es que hubiera oportunidades antes de proceder a la erradicación», subraya.

Por eso añade: «No le queda alternativa al campesino», esa es una realidad que se extiende por toda la región y que también levanta voces críticas.
La mata de coca es tremendamente resistente y por ello los campesinos que la cultivan deben dedicar un esfuerzo menor a su mantenimiento que los que optan por alternativas legales y menos rentables.

Por si fuera poco, no tienen que lidiar con el gran desafío que supone llevar a los centros de acopio y venta sus productos ya que «los mayoristas», como les dicen a quienes están integrados en la cadena del narcotráfico, acuden a sus tierras a comprar la coca.

«La coca ha hecho a los campesinos vagos», revela un vecino de una localidad cercana que prefiere no desvelar su nombre.

Es la otra cara de la moneda, la que hace que en una zona con tantas posibilidades agrícolas los habitantes se vean obligados a importar buena parte de los productos que consumen ya que las tierras están en buena medida dedicadas a la coca.

Para el defensor del Pueblo, Carlos Negret, la disyuntiva que plantean algunos campesinos entre coca y hambre «es un sofisma de distracción».

«Antiguamente, hace unos 20 ó 30 años, las gentes no vivían de la coca, la comunidad vivía de cultivar coco, chontaduro o palma africana.

Había otros productos pero con la coca pueden tener tres y cuatro cosechas al año», comenta a Efe en una visita a la zona.

En su opinión, la solución para terminar con el problema del cultivo de la coca es que el Estado dé garantías de producción y compra de esos otros productos en las zonas en que se cultiva, «igual que hacen con la coca».

«O como lo escuchamos muchas veces de los campesinos: ‘hagan las vías para sacar nuestros productos’. Si logramos eso va a haber un cambio, lo que no se puede hacer es seguir pensando que el cultivo de la coca es legal, es ilegal», explica Negret poniendo sobre la mesa las dos caras del problema.

Como es natural, con «los mayoristas» en terreno la violencia se perpetúa.
En estas tierras donde el calor golpea con dureza también lo hacen los grupos armados: disidencias de las FARC, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) las bandas herederas del paramilitarismo y los carteles mexicanos.

En el cementerio de López de Micay se siente.

Entre las tumbas más frescas están las de las seis personas asesinadas en una masacre reciente en lo que parece una lucha por el control del territorio.

A uno de ellos le dio sepultura el párroco de López, Ariel Parrado Hurtado, para quien la tan prometida paz no se siente en estas orillas de Colombia.

«Aquí no se ha evidenciado ninguna acción concreta del Gobierno, las necesidades son las mismas, la gente sigue sufriendo y aguantando hambre (…) Si no hay solución a los problemas no habrá paz nunca», asevera a modo de despedida.

EFE/ FR