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Pablo antillano in memoriam

Antillano y caribeño, venezolano hasta la médula de sus huesos, deslumbrante en su despierta inteligencia y su cultura, Pablo Antillano se nos ha ido. Cuando tan útil le hubiera sido a la cultura y al periodismo cultural que cultivaba con tanta gracia, con tanta enjundia, con tanta autoridad y conocimiento. La muerte no lo quiso. Estando de trabajo en el sur de Francia se sintió desfallecer, volvió a Caracas para cerciorarse de que la más temible y devastadora de las enfermedades, le había tocado en mala suerte y a pesar de los esfuerzos que él y los suyos hicieran por rescatarlo de la tragedia, este miércoles 6 de febrero, en horas del mediodía, ha partido para siempre.

Llevábamos estos meses temiendo el llamado que nos ha traído la triste y lamentable noticia. Pablito ha muerto. No pudimos verlo. Ese particular pudor de los moribundos lo quiso lejos de sus amigos. Más que luchar por vencerla, una batalla imposible, luchó por aprender a enfrentarla. Adquiriendo esa suprema sabiduría que sólo poseen quienes van yéndose paso a paso de una vida con la que se comprometieran con fulgor y alegría, con una inextinguible voluntad de vivir y rodearse de vida, recreándola día a día.

Vivió colmado de amigos. Alegre, curioso, inquieto y guapo. Sereno y seguro de sus éxitos. Amó, disfrutó, viajó, enseñó, escribió ya convertido en uno de nuestros más valiosos intelectuales. Lo recuerdo dirigiendo el cuerpo C de El Nacional, compartiendo el periodismo literario con los grandes de nuestra literatura cotidiana: José Ignacio Cabrujas, Ibsen Martínez, Tomas Eloy Martínez, Luis Alberto Crespo, Sergio Dahbar. Siempre en la huella de ese maestro del periodismo zuliano, su padre, Sergio Antillano.

Progresista, se unió a las grandes causas de la izquierda latinoamericana. Debió escapar de las garras de la policía política en tiempos del primer Rafael Caldera, por su osadía al tocar en una revista de su ingenio, Reventón, un tema tabú, que se convertiría en nuestro martirio final: la corrupción en el seno de las fuerzas armadas. Vivió unos meses en el Chile de Salvador Allende, del que pagó con una breve estadía en el Estadio Nacional para salir acompañado de otros venezolanos y su familia, gracias a las gestiones de la misma democracia que lo había obligado al destierro, en un avión de nuestra fuerza aérea.

Tuvimos con mi familia, que era como la suya, la secreta esperanza de verlo sobrevivir hasta el desalojo de este ultraje y compartir la recompensa de una Venezuela liberada. Pensé que algún día no tan lejano, mi esposa, su amiga de juventud, le cantaría los versos del otro Pablito querido, el cubano, “yo pisaré las calles nuevamente, de la que fue Caracas, ensangrentada, y en una Patria liberada me detendré a llorar por los ausentes”.

Lloramos por ti, Pablito, acongojado por tu ausencia. Cuida por nosotros. @sangarccs

Antonio Sánchez García