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Seis abuelos zulianos cuentan cómo viven la actual crisis

Aunque muchos esperaban vivir tranquilamente y depender de su pensión a sus sesenta años, la realidad ha frustrado esos deseos y presenta otro horizonte. Seis de ellos, habitantes de Maracaibo, contaron su realidad a PANORAMA y esperan que algún día dejen de ser maltratados.

«La situación es difícil, todo me preocupa»

María Áñez cumplió en marzo 74 años. Está jubilada, pues trabajó toda su vida como secretaria hasta el año 2009. Vive sola y tiene una hija y una nieta que la visitan todas las semanas.

«Se van a Chile en diciembre y prefiero no pensar al respecto porque de inmediato siento una presión en mi pecho y comienzo a llorar. ¡Qué navidades voy a pasar!, de imaginarlo, me deprimo», expresó entre lágrimas.

En su vivienda ubicada en urbanización Raúl Leoni, el silencio pesa; por eso, quisiera trabajar.

«Me aburro y todavía tengo condiciones. Además, así desvío mis pensamientos de la partida de mi hija y nieta. La situación es difícil, todo me preocupa y ahora con mi familia tan distante, no sé qué haré».

Para ella, cobrar la pensión no es tan difícil, lo «traumático» es el transporte.

«Pasar dos o tres horas de pie es duro para una persona como yo, con diabetes, problemas de tiroides e hipertensión. Me he montado en carros, buses, convoyes, hasta en un “trencito”; incluso he tenido que caminar varias cuadras. Una vez, un colector me llamó “ladrona” por no pagar el sobreprecio que pidió», relató.

No toma sus medicinas porque no puede costearlas. Opta por remedios naturales que ella cultiva. «Albahaca para la tiroides, malojillo para la circulación, una cucharadita de esencia de vainilla para la tensión y evito comer azúcar por la diabetes», explicó.

“Quiero estar con mis hijos pero aquí, en Venezuela”

Félix Contreras tiene 66 años, no cobra pensión y trabaja como buhonero en el Mercado Las Pulgas. Sus hijos y sus nietos emigraron del país hace dos años: uno para Chile y el otro para Estados Unidos. Ahora, vive solo en el barrio El Manzanillo y come en la Casa del Abuelo.

“Me siento mal porque yo fui padre y madre”, masculló entre lágrimas. “Mis hijos no pueden venir hasta dentro de diez años. Ellos dijeron que me vendrían a buscar pero no me quiero ir porque amo Venezuela”, comentó con voz temblorosa. Contreras llevaba una gorra roja con el logo de Amor Mayor. Estaba sentado en uno de los “tarantines” frente a los restos del edificio Inavi, en el casco central, cuando conversó a PANORAMA.

Dos veces a la semana va a la casa de su hermana quien le presta el teléfono inteligente para conversar con sus hijos en el exterior. “Mi hermana me explica cómo usar el ‘saguá’ (WhatsApp). Cuando los llamo, siempre me dicen: ‘Papi, estamos bien”.

El doctor Orlando Sega, del Centro Médico Santa Lucía en Maracaibo, indicó que de los 700 pacientes que atiende al año, al menos el 70% padece trastorno del afecto. Las causas de esto, según el médico, son en el 60% por la migración de sus cercanos y el otro 40% por la situación económica de sus familiares.

“Ver a su familia pasar hambre, necesidades y no poder ayudarlos, eso los deprime”, aseveró. El 70% de sus pacientes también tiene algún familiar fuera del país.

Contreras dijo que en la Casa del Abuelo lo tratan bien. Le dan el desayuno y el almuerzo. Cena en su casa, normalmente plátano con mantequilla. En su cartera lleva un papel en el que están escritos los teléfonos de sus conocidos. “Ya a esta edad no se me graba nada”, expresó riendo.

En el Mercado Las Pulgas, en el casco central, trabaja desde las siete de la mañana hasta las doce, para unos “muchachos” de 20 años que le pagan 80 mil bolívares diarios. Ahí vende verduras, plátanos y cambures. Esa mañana, no fue a trabajar porque no había mercancía.

Él se rehúsa a migrar. Desea estar con sus hijos, pero en Venezuela.

“Después de llegar a esta edad a uno lo tratan diferente, dicen que uno molesta, por eso me quedo aquí y si muero solo, alguien me tiene que enterrar”, sentenció.

“Voy a cobrar la pensión sin desayunar”

Marlene Montilla, de 57 años, es ama de casa y vive en Los Haticos. Es una de los 4 millones 95 mil 23 pensionados que existen en Venezuela. Goza del beneficio por el programa nacional Amor Mayor desde hace un año. Cuando llega el día de retirar el pago, sostuvo que padece de hambre en las colas de los bancos.

“Me siento mal porque voy sin desayunar; a veces llega la hora del almuerzo en la cola y no he comido nada”, narró.

Al salir del banco se dirige al Mercado Las Pulgas, en el casco central, para hacer las compras. Arroz, harina, azúcar y sal… lo que le haga falta y para lo que alcance. El monto actual de la pensión es de 4 millones 200 mil bolívares.

Vive con un hijo, una nuera y un nieto. Comenzó a trabajar como obrera en la alcaldía hace diez meses cuando se le murió una hija porque así “distrae su mente”. En cuanto al transporte, solo usa buses del “Metro”.

“En el transporte normal no me montan si no pago completo”, denunció.

Anda a paso lento porque le dio la “virosis”: vómito, diarrea y malestar. Para curarse no pudo comprar medicamentos y se hizo un “suero” con agua, azúcar y sal. “Dicen que eso es bueno, aunque yo creo que Dios me curó”.

“Dios me da fortaleza para caminar porque el pasaje está caro”

Ivonne de Villavicencio nació en Cabimas pero vive en Betijoque, Trujillo. Vestía de negro, por la muerte de un nieto de 15 años que falleció por falta de tratamiento para una “virosis”. Ya cumplió 60 años y vive de la pensión de sobreviviente que cobra desde hace año y medio después de la muerte de su marido.

Su rostro denotaba la tristeza por la pérdida, pero igual se maquilló resaltando el gris de su cabello. Estaba en Maracaibo para resolver unos trámites por la muerte de su esposo quien fue un oficial de la policía regional.

Para Villavicencio, el tráfico es horrible. “Me ha tocado montarme, desde Valera hasta Betijoque, en la parte de trasera de camiones, como los chivos”, contó.

Aseguró que los colectores le aceptan el pasaje preferencial solo en ocasiones. “Me dicen: ‘No, usted no está vieja. Usted tiene fuerza’. Yo les digo: sí, echo pa’ lante; pero si me caigo, ¿cómo me levanto?”, inquirió.

Por eso, ella prefiere caminar. “Dios me da fortaleza para caminar porque el pasaje está caro”.

Uno de sus hijos está en Chile, el otro vive en Cabimas. Para comunicarse con su hijo en el exterior, debe trasladarse hasta Cabimas porque no tiene teléfono inteligente y no puede viajar muy a menudo pues el pasaje se paga en efectivo.

De Villavicencio se preocupa por sus hijos, en especial por el que está en el país. Tiene 34 años, es asmático y no consigue el inhalador. “Me angustia porque antes la conseguía en el Barrio Adentro, pero ya no hay”.

Solo se comunica con un móvil negro -en el que apenas se leen las opciones en la pantalla verde- pero, se apoya con vecinos y amistades en Betijoque.

“No me voy del país, menos con esta edad”

Pablo González trabajó durante toda su vida sacando copias en colegios. Con 68 años, vive con su hermana en el barrio La Pomona, sus hijos están en el país y se siente contento por recibir su pensión a través del programa Amor Mayor.

“Yo escucho los comentarios de quienes se van o tienen algún familiar fuera del país. Yo no me voy de aquí y menos con esta edad”, manifestó.

Sale a las 05:00 de la mañana a cobrar para “salir temprano”. Lo que más lo angustia al salir a la calle es el transporte.

“Hay un desorden. No aceptan los billetes de 500 y tengo que pagar completo o me dejan”, denunció. Se ha trasladado en “lo primero que pase”, aunque asegura que es “difícil” por la edad. Reafirmó sentirse sano y bien para caminar si era necesario.

“No consigo mi medicina y si la consigo, cuesta 6 millones”

Edgar Ferrer es un jubilado de la policía del estado. Con 69 años vive en la Curva de Molina, al oeste de Maracaibo, con su esposa y su hija menor, que estudia Educación. Iba de paso por la Plaza y Monumento a la Virgen de Chiquinquirá cuando se detuvo a dar su testimonio.

Ferrer usa lentes de montura gruesa y es uno de los muchos ciudadanos que se han “embarcado” en chirrincheras, camiones, cavas, convoyes y hasta una grúa.

“Una vez me monté en una grúa en La Limpia, fue un trayecto corto. En el convoy, me subí desde La Curva hasta el centro pero es difícil porque es muy alto y hay que montarse como un soldado”, señaló. “La gente que estaba dentro del convoy me jaló para ayudarme a abordar”.

Él es diabético, tiene problemas de circulación y no encuentra los medicamentos. “Si los consigo, cuestan hasta 6 millones cada uno”.

Para los problemas circulatorios que padece, ha optado por hacer infusiones de perejil que toma a diario. También, está operado de la próstata y necesita hacerse un chequeo anual que, a principios de julio, costaba tres millones.

“Estoy esperando que paguen el retroactivo de la pensión para pagar el estudio”, afirmó. Ferrer tiene 3 hijos. Su hija mayor se va pronto a los Estados Unidos, decisión que él apoya.

“Pesaba 106 kilos, pero a raíz de la escasez, debo pesar como 80”, calculó.

Come, en desayuno, almuerzo y cena: arepa o yuca más los granos que compra en efectivo.

“Si uno se deprime, es peor. Algo se hace con lo que ganamos…”, opinó.

La última vez que fue a cobrar la pensión recorrió hasta cuatro sedes bancarias por problemas con la línea del banco, las remesas de dinero, escasez de trabajadores en caja y problemas eléctricos.

Caminó desde su casa hasta La Limpia, luego abordó varios vehículos del transporte público hasta que, finalmente, logró cobrar el efectivo en la sede del banco Provincial ubicada en la calle Dr. Portillo. Salió a las cinco de la mañana de su hogar y regresó a las cinco de la tarde. El trayecto y las largas colas le provocaron dolor e hinchazón en piernas y pies.

“Esta situación es difícil. Tiene que suceder algo. Todo empeora y afecta a la salud”, sostuvo.

Fuente: Panorama / AM