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Siempre hay un después

Este 23 de enero se celebra un año más de la salida del último dictador oficial que tuviera Venezuela, el general Marcos Pérez Jiménez, a cuyo efecto la oposición política ha organizado una marcha en rechazo a la dramática situación política que vive el país.

Tal y como es por todos conocidos, la oposición venezolana ha venido organizándose desde prácticamente el principio del primer gobierno del entonces Presidente Hugo Chávez, para enfrentarse a lo que considera la antítesis de un gobierno democrático. Es así que inicialmente fue creada la Coordinadora Democrática y posteriormente lo que vemos en el presente, la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). En ambos casos, como hemos escuchado recientemente como eslogan para invitar a la población a participar en la referida marcha, se ha hecho mención a la necesidad de “unidad” como elemento fundamental de lucha.

Efectivamente, que la unidad es uno de los elementos más importantes a la hora de establecer estrategias para materializar objetivos y metas concretas de cualquier naturaleza, particularmente porque esta nos permite ahorrar esfuerzos y evitar duplicidad de funciones que pueden producir efectos contrarios en determinado momento. No obstante, unidad no puede interpretarse como ausencia de pensamiento, o anulación de ideas, como ha abogado desde hace años el gobierno bolivariano al presentar sus propuestas del “hombre nuevo”, en donde ha dirigido sus esfuerzos hacia el pensamiento único, evitando cualquier tipo de disidencia.

El planeta en general enfrenta infinidad de retos, no solo de naturaleza política. Los pueblos del mundo padecen, aparte de malos gobiernos en muchos casos, hambrunas, guerras, problemas raciales, desempleo, pobreza, consecuencias dramáticas del cambio climático, y en fin, toda serie de males que merman a la población y destruyen la fe y la esperanza de los ciudadanos.

Cada uno de esos males ha ameritado la atención no solo de los respectivos gobiernos, sino de instituciones y organizaciones privadas y de la colectividad en general. Para ello la participación de la sociedad civil ha sido fundamental. De allí que nos atrevamos a concluir que frente al llamado a la unidad, como instrumento de acción, se contrapone uno mucho más eficiente, democrático, y por consiguiente más sano: la necesidad de participación de la sociedad como un colectivo, representada en partidos políticos, academias, asociaciones gremiales, organizaciones vecinales, entre muchas otras, en donde cada uno de sus miembros tenga la posibilidad de opinar y de disentir de las ideas de los demás componentes, sin que esto se vea como una afrenta al liderazgo de alguien en particular.

Tal y como hemos venido mencionándole a nuestros lectores por mucho tiempo, el eje central de nuestros análisis ha sido el tratar de transmitir la imperiosa necesidad de actuar de manera diferente a aquellos a los que criticamos, o adversamos, siendo precisamente el llamado al liderazgo colectivo, hoy en boga en todo el mundo, un elemento a considerar si de cambios políticos y sociales se trata. El liderazgo colectivo no puede entenderse como desaparición del líder individual, sino como madurez de este para interpretar que no posee la capacidad exclusiva de manejar la verdad, ni mucho menos de interpretar y guiar a toda una sociedad con visiones distintas de la vida. Liderazgo colectivo no es anarquía, todo lo contrario. Liderazgo colectivo es entender que no somos imprescindibles, y que si bien sería deseable que duráramos toda la vida, las circunstancias de esta nos exige, tanto física, como intelectual e incluso profesionalmente, a veces darle paso a otros actores que por ley natural serán mucho más eficientes que aquellos que estuvieron en el pasado, buscando no anular a la sociedad civil, sino apuntalarla en la cúspide de las decisiones y por supuesto de la acción.

Esto que mencionamos en el día de hoy no es mera retórica. Indistintamente de la calificación que cada uno pueda darle a nuestra participación, hoy nos toca decir hasta luego. Por esas cosas del destino, hemos tenido el privilegio de regresar de nuevo a la casa que nos recibió en los Estados Unidos, cuando armada por la espada de los sueños por una Venezuela mejor, fui designada como embajadora, representante permanente del país más maravilloso del mundo, ante la Organización de los Estados Americanos (OEA).

Muchos no han entendido lo que significa la responsabilidad y la dicha de poder representar a nuestro país, en cualquier posición que nos corresponda. Otros tampoco han querido comprender las esperanzas que existían para muchos venezolanos en aquella época de 1999, en la reconstrucción de un país que para ese momento estaba sumido en el individualismo, en donde dos partidos políticos dominaban la esfera política, protagonizando lamentables espectáculos de abuso de poder y corrupción.

Tal y como lo ha reflejado la historia, lamentablemente esas esperanzas se fueron al traste al apreciarse que precisamente, en vez de permitírsele al pueblo el ejercicio de ese liderazgo colectivo al cual hacía mención el líder máximo de la revolución bolivariana, Hugo Chávez, al referirse a la llamada “democracia participativa y protagónica”, la vida política en Venezuela se transformó en la opinión y en la decisión de uno solo.

A partir de ahora trabajare como funcionaria de la OEA en una actividad producto precisamente de ese liderazgo colectivo, de ese llamado de la sociedad de un país que ha vivido intensos momentos políticos, como lo es Honduras. Es así, que en vista de la terrible situación de corrupción y de resquebrajamiento de las instituciones que vivió ese país debido a la impunidad, su pueblo solicito la participación del organismo hemisférico para luchar en contra de estos flagelos que minan las democracias y son capaces de pervertir a los más calificados personajes.

Como consecuencia de tales requerimientos la OEA no se hizo esperar, dando origen a lo que hoy en día se conoce internacionalmente como la MACCIH, o Misión de Apoyo Contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras, en donde he sido designada como coordinadora del área de seguridad pública, teniendo bajo mi responsabilidad el reforzamiento de los sistemas policial y penitenciario.

Como muchos entenderán, esta responsabilidad de pertenecer oficialmente a un organismo como la OEA, implica una actitud muy prudente a la hora de opinar respecto a infinidad de situaciones, que si bien pueden estar alejadas de nuestra competencia en la OEA, pudieran comprometer al funcionamiento y la imagen del organismo.

Por supuesto que como ciudadanos del mundo, jamás dejaremos de analizar y de preocuparnos por los problemas que nos aquejan, mucho menos en el caso de Venezuela, cuyo futuro dependerá de la acción mancomunada y desinteresada de todos nosotros.

A quienes se han sentido acompañados por nuestras opiniones semanales, gracias por su apoyo, y para aquellos que han disentido de nuestros escritos, gracias por permitirme comprobar que solo con la disidencia se puede llegar a la verdad. ¡Hasta pronto a todos!
Virginia Contreras