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Un horror sin límite

Ya no cabe la menor duda: el pasado 30 de julio se reafirmó en Venezuela, con el beneplácito de Putin, de Raúl Castro y de Evo Morales, una feroz dictadura. Su falaz instrumento, de sobra conocido en la historia continental, fue la elección de una asamblea constituyente contra la voluntad de una gran mayoría de los venezolanos. El bravo pueblo hizo honor a su nombre movilizándose diariamente en la calle contra el régimen de Maduro y afrontando toda suerte de riesgos. Dieciséis víctimas se sumaron el domingo pasado a los 120 muertos dejados en las calles por la Guardia Nacional y por los ‘colectivos’, convertidos en francotiradores.

La supuesta elección de los miembros que van a conformar la asamblea constituyente ha sido vista en el ámbito internacional como una grotesca farsa. Nadie ha creído en los siete millones y medio de votos recogidos el domingo en las urnas, según el anuncio de Tibisay Lucena, presidenta del Consejo Nacional Electoral (CNE). Como lo calificó un editorial de este diario, se trata de un ensueño de Maduro, pues la realidad es otra: solo un diez por ciento de los electores acudieron a las urnas.

Después de solicitar inútilmente un diálogo entre el Gobierno y la oposición, al fin se produjo un abierto repudio internacional ante lo ocurrido el domingo. Además de Estados Unidos y España, siete países de la región, encabezados por Colombia, desconocen los resultados de la constituyente. El conocido dirigente socialista español Felipe González, partidario de Chávez, no ha vacilado en decir que su sucesor lo traiciona.

¿Qué le espera en lo inmediato a Venezuela? Pues lo propio de una dictadura: más muertos, más represión, más uso de la fuerza. Para mí fue muy sorprendente escuchar el tranquilo y categórico mensaje que Antonio Ledezma, alcalde de Caracas, se atrevió a lanzarles a sus compatriotas el pasado lunes. “Voy a correr el riesgo de decir lo que pienso”, empezó diciendo. “Sabemos que los poderes públicos se han convertido en aparatos al servicio de un régimen totalitario, de una tiranía”. No debió de sorprenderle la reacción de Maduro, propia de un dictador. A la medianoche, carros blindados rompieron el silencio de la calle donde vive Ledezma y guardias armados se lo llevaron a la fuerza, en piyama. Horas después secuestrarían a Leopoldo Lópezstrong> para devolverlo a la prisión militar de Ramo Verde. Celdas y barrotes son la única manera de callar a los líderes opositores.

Quienes hemos seguido de cerca la historia contemporánea de Venezuela no ocultamos nuestra sorpresa por el sometimiento de sus Fuerzas Armadas a estas acciones represivas. Dictaduras como la de Pérez Jiménez fueron derrocadas por militares con el fin de abrirle paso a la democracia. ¿Por qué no vislumbramos que algo igual pueda ocurrir ahora, cuando la situación del país es peor que nunca? Para mí, la respuesta cabe en una sola palabra: Cuba. Como lo he contado alguna vez, en los tiempos iniciales de Chávez tuve oportunidad de hablar confidencialmente con algunos oficiales venezolanos amigos míos. Estaban inquietos por la presencia de colectivos de seguridad cubana que habían penetrado las Fuerzas Armadas para ejercer sobre ellas una cuidadosa vigilancia. Controlaban viajes, guarniciones o reuniones privadas de los mandos militares.

Por otra parte, Raúl Castro indicó a Maduro la conveniencia de disponer de fuerzas militares con absoluta autonomía, como la Guardia Nacional, la Policía Bolivariana y los llamados Colectivos, integrados por civiles y armados por el régimen. De esta manera, cualquier posible levantamiento del Ejército tendría una inmediata réplica en los otros cuerpos armados. De ninguna manera podría calificarse esto de guerra civil.

Por lo pronto, todo es de temer, incluso una toma por asalto del Capitolio para liquidar la Asamblea Nacional. El horror que vive Venezuela no tiene límite.
Plinio Apuleyo Mendoza

Fuente: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/plinio-apuleyo-mendoza/un-ho…