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¿Un nuevo menú electoral?

No cabe duda: la corrupción será el tema primordial de este año en el panorama político de Colombia y, por consiguiente, el leitmotiv de quienes se disputen el poder en las elecciones del 2018. Firmado el acuerdo con las Farc y aprobadas sus inmediatas secuelas por un dócil Congreso, entramos a la brava en la etapa del posconflicto, lo cual significa que la paz, así sea objeto de reparos, dejó de tener vigencia electoral. En cambio, los continuos escándalos de corrupción que salpican ahora como nunca a entidades públicas y privadas van a suscitar ásperos debates, impugnaciones a nuestro mundo político y nuevas corrientes de opinión, con efecto de pronto inesperado en las urnas.

Con su acostumbrada habilidad mediática, el presidente Santos captó esta nueva realidad y en su primera entrevista del año al canal Caracol se apresuró a decir que la lucha contra la corrupción será ahora su principal empeño. Dijo también que él sería el primero en pedir castigo para cualquier funcionario suyo que resultase implicado en tal delito. Así sea cierta tal aseveración, la opinión pública seguirá viendo la corrupción como un mal enquistado en la clase política que sirve al Gobierno de baluarte.

No es un fenómeno exclusivamente nuestro. El descontento que suscitan los políticos está dando lugar a inesperadas sorpresas electorales no solo en América Latina, sino también en Europa y Norteamérica. Los ejemplos más contundentes se han dado en el Reino Unido con el brexit y en Estados Unidos con la elección de Donald Trump. Fatigados con los viejos partidos, los electores buscan nuevas y carismáticas figuras.

En Colombia –no lo podemos pasar por alto– va a ocurrir algo similar. Como bien nos lo recuerda Jorge Robledo, el fenómeno de la corrupción tuvo su origen hace cincuenta años con el acuerdo bipartidista del Frente Nacional, que, si bien puso fin a las desenfrenadas pasiones que movían a liberales y conservadores, dejó surgir en su remplazo la repugnante compra de votos auspiciada por el clientelismo en las regiones rurales y suburbanas. Para recuperar el desmesurado costo de una campaña electoral, muchos congresistas, diputados, concejales y alcaldes buscan resarcirse exigiéndole al Gobierno, a cambio de su apoyo, cuotas burocráticas, contratos para amigos y familiares y otras prebendas que hoy son conocidas con el célebre término de ‘mermelada’. Este manejo indebido del dinero público ha dado paso a mayúsculos escándalos de entidades oficiales y empresas privadas.

¿Qué alternativa encontrará nuestro elector en el 2018 para deshacerse del cuestionado mundo político? A primera vista, los mayores beneficiarios de una cruzada anticorrupción pueden ser los partidos de izquierda y los independientes. Viendo muy clara esta opción, la controvertida Claudia López ha propuesto una alianza entre los más destacados precandidatos de estas corrientes, como Sergio Fajardo y Jorge Robledo, entre otros, para no dividir sus fuerzas y llegar a las elecciones unidos y con un solo candidato. A esta posible alianza no sería ajeno el nuevo partido de las Farc. El Centro Democrático, de su lado, bien podría salir favorecido con el voto de quienes buscan un cambio. Su bancada en el Congreso representa la honestidad y el rigor de un partido ajeno a las malas prácticas de la política tradicional. Sin embargo, la injusta guerra jurídica de la que han sido víctimas sus figuras más sobresalientes podría hacerle daño.

Ahora bien, si la izquierda logra capitalizar tal descontento por la clase política tradicional y alcanza en el 18 el triunfo electoral, nos veríamos muy seguramente abocados a padecer un peligroso mal: el populismo, unido al mito marxista, que ha llevado a Venezuela a la desastrosa situación que hoy vive. Cuidado, el remedio puede resultar mucho más grave que la enfermedad.
Plinio Apuleyo Mendoza

Fuente: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/un-nuevo-menu-electoral/1680…