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Crisis económica. Diagnósticos y políticas

Algunas consideraciones de orden metodológico. Caben, en mi opinión, dos aproximaciones al respecto de la naturaleza de la crisis que no son necesariamente excluyentes; me atrevería a decir que ambas son necesarias y complementarias, siempre que no se confundan.

La primera apunta a una interpretación estructural de la crisis financiera y de la “Gran Recesión”; la segunda hace referencia a las fracturas sistémicas del capitalismo. La “interpretación estructural” nos lleva a explicar la crisis actual a partir de los factores que la han desencadenado, sobre los que han influido las fracturas sistémicas inherentes al capitalismo. La que apela a las “fracturas sistémicas” pone el acento en éstas y en la influencia que sobre ellas ha tenido la crisis, tanto su gestación como su gestión.

Cómo interactúan y cómo se refuerzan estos planos es crucial para entender la crisis, los factores que la alimentan y su calado más profundo. Se trata de un debate que, si bien no podemos desarrollar (de hecho, aquí sólo podemos apuntarlo con trazos gruesos) tampoco cabe eludir.

En paralelo a esta perspectiva, que se sustenta en el pack crisis estructural/crisis sistémica, hay que abordar el análisis de “otras crisis”: la que se extiende al conjunto de la economía, la centrada en las finanzas públicas y la que afecta a la deuda. Estas crisis han surgido a partir del crack financiero, pero en modo alguno deben interpretarse como resultado inevitable del mismo, pues son, antes que nada, el fruto de una gestión de política económica tan errónea como sesgada. También, en cierta medida, hunden sus raíces en la problemática estructural que constituye el “mar de fondo” de la crisis actual; problemática que, además, contribuyen a agravar.

Estamos, pues, ante una crisis sistémica, atravesada de otras perturbaciones de naturaleza más coyuntural, que se retroalimentan entre sí. Una salida equitativa, sostenible y democrática de la crisis obliga a introducir modificaciones sustanciales en el engranaje económico (y, naturalmente, en los dispositivos sociales, políticos e institucionales). Dado el carácter plural de la crisis, estamos obligados a operar en diferentes frentes, con la dificultad añadida –bajo el imperativo, para ser más precisos- de articular lo urgente y lo necesario.

Mi diagnóstico de la crisis, muy simplificado, es el que aparece en el diagrama. La idea básica, muy resumida, es que la explicación del crack financiero desborda ampliamente el perímetro de las finanzas. Remite, en mi opinión, a un conjunto de desequilibrios y asimetrías de largo recorrido, que se han acumulado a lo largo de las últimas décadas y que están en el surgimiento de una economía basada en la deuda. Aunque siempre resulta arriesgado y atrevido hacer un inventario de aspectos centrales, verdaderamente decisivos, los que en mi opinión explican esta crisis son la desigualdad, la financiarización, las asimetrías productivas y la Unión Económica y Monetaria (UEM). No creo que proceda aquí y ahora abrir cada una de estas “cajas”, pero si es necesario reparar en que estos cuatro factores, además de reforzarse entre sí, han estado en el centro mismo de la dinámica capitalista europea al menos desde la década de los 80. Situado en estos términos, el debate contiene y al mismo tiempo trasciende el ámbito de la moneda única, por importante que sea su análisis. Obliga, de hecho, a que dicho análisis integre, contextualice las carencias, déficit o simplemente sesgos institucionales en la lógica de la acumulación capitalista, dominada por las finanzas y las grandes corporaciones.

En mi opinión, es útil distinguir los factores estructurales que acabo de señalar de los que han alimentado la bola de nieve del endeudamiento y que han desencadenado el colapso de 2007/2008. Por acción o por omisión, desde que estalló la crisis esta problemática ha empeorado considerablemente, muy especialmente en los países de la periferia. Por todo ello, su tratamiento, nada sencillo, debe constituir, obligatoriamente, uno de los ejes centrales de otra política económica que abra las puertas a otra economía. Desde esta perspectiva, las proclamas en favor de más crecimiento, más Europa o incluso otra Europa deben ser cuestionadas.

En el diagrama, junto a los desequilibrios estructurales, figura lo que he denominado “fracturas sistémicas”. Tampoco en este caso he pretendido hacer un listado o una jerarquía de aspectos, sino tan sólo seleccionar algunas de las fracturas más importantes: la oligopolización de la economía y la captura de las instituciones por los mercados, los límites físicos y medioambientales y la crisis de los cuidados.

En mi opinión, es útil distinguir los factores estructurales que acabo de señalar de los que han alimentado la bola de nieve del endeudamiento y que han desencadenado el colapso de 2007/2008. Por acción o por omisión, desde que estalló la crisis esta problemática ha empeorado considerablemente, muy especialmente en los países de la periferia. Por todo ello, su tratamiento, nada sencillo, debe constituir, obligatoriamente, uno de los ejes centrales de otra política económica que abra las puertas a otra economía. Desde esta perspectiva, las proclamas en favor de más crecimiento, más Europa o incluso otra Europa deben ser cuestionadas.

En el diagrama, junto a los desequilibrios estructurales, figura lo que he denominado “fracturas sistémicas”. Tampoco en este caso he pretendido hacer un listado o una jerarquía de aspectos, sino tan sólo seleccionar algunas de las fracturas más importantes: la oligopolización de la economía y la captura de las instituciones por los mercados, los límites físicos y medioambientales y la crisis de los cuidados.

Opino que, en sentido estricto, estos factores no dan cuenta de la crisis financiera y, en consecuencia, no tienen la misma entidad, es decir, idéntico potencial explicativo, que el “pack4”. Creo, sin embargo, que, desde una perspectiva más amplia, sí existen evidentes interacciones entre ambos planos (cuestión sobre la que vale la pena trabajar, pues es clave para dar más solidez al discurso crítico).

Cuando reparamos en lo acontecido durante los últimos años, se aprecia que las tres quiebras sistémicas se han profundizado. Una restricción al respecto es que como se trata de planos periféricos, para el mainstream y para una parte de la economía crítica, no se genera suficiente información, ni en cantidad ni en calidad.

La crisis económica está propiciando, por poner un ejemplo destacado, una muy importante reconfiguración de los mercados, los grupos económicos y los tejidos empresariales en la dirección de un reforzamiento de las tendencias oligopólicas y oligárquicas. Un poder cada vez más concentrado que no sólo cuenta con más capacidad para influir en las políticas públicas, sino que, asimismo, ha dado el (a)salto definitivo a la política y a la ocupación de los espacios públicos. Otro ejemplo de la deriva actual lo encontramos en los temas relativos a la sostenibilidad. Con el pretexto de las políticas de “austeridad” y de la necesidad de restablecer el crecimiento, la problemática medioambiental ha quedado, simplemente, fuera de la agenda de los gobiernos (si es que alguna vez estuvo dentro). Parece claro, en fin, que la masiva destrucción de puestos de trabajo y la precarización de muchos de ellos, junto al hundimiento de las políticas públicas, suponen una carga adicional sobre las mujeres, reforzándose los roles asistenciales y perdiendo derechos.

Podemos no sólo tiene que visibilizar lo que, sin disimulo, unos y otros quieren ocultar (y que hasta el momento han ocultado a ojos de la mayoría), criticar lo que se quiere presentar como inevitable, o denunciar la falacia de que lo perdido hoy o lo postergado para un futuro impreciso se recuperará más adelante (cuando los parámetros económicos mejoren).

Además de hacer eso, tiene que convertir la evidente degradación sistémica en objetivos. Y, en paralelo, tiene que traducir asimismo a objetivos la problemática estructural que antes he apuntado. Enorme esfuerzo en el que nos la jugamos, pues significa nadar contra la corriente dominante, pero que también supone, y esto no hay que olvidarlo, nuestra seña de identidad más importante.

Antes de concluir con estas notas, quisiera llamar la atención sobre un par de cuestiones íntimamente relacionadas con el diagnóstico. Es muy importante, en primer término, caracterizar e impugnar el capitalismo que está emergiendo de la crisis, pues no es un punto y seguido del ya conocido: presenta perfiles novedosos en aspectos relativos a los mecanismos de acumulación y reparto, a la relación entre las esferas pública y privada o a las relaciones de poder. En segundo lugar, la mayoría social está padeciendo un proceso de extracción de renta y riqueza de proporciones históricas. Confiscación que no sólo debe interpretarse como un muy desigual reparto de los costes de la crisis, al soportarlos quienes no son responsables de su advenimiento mientras que se lucran los que han llevado a la economía a una situación crítica. También debe contemplarse como la consolidación de un capitalismo que retorna y redescubre los mecanismos de “crecimiento extensivo” (jornadas más largas, ritmos de trabajo más intensos, salarios más bajos y mercantilización de los espacios públicos).