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El cáncer de la Iglesia asistencial

Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo caridad, de nada me sirve (1Corintios 12,31).

Buena reflexión para esta cuaresma, en la que los separatistas han descubierto el valor espiritual del ayuno, mientras nosotros ignoramos el valor espiritual netamente católico de la limosna y de la caridad. Es que nos hemos olvidado de que la caridad (de la que recibe el nombre Cáritas) es una de las tres virtudes teologales, es decir que es una de las virtudes que nos acercan a Dios. Sí, la caridad ejercida con nuestros hermanos nos guía hacia Dios. El hermano necesitado (el más próximo de los prójimos) es el camino que nos conduce a Dios. Y la limosna es hija directa de la compasión (padecer con el que padece).

Kirie eleison! Pedimos a Dios que se compadezca de nosotros, que comparta con nosotros nuestro sufrimiento. ¿Cabe mayor compasión que la Pasión? Pasión de Dios por el hombre. Y cuando nos juntamos con Dios para compartir con Él la pasión por nuestros hermanos, incluyendo en ella el dolor, el sacrificio y la renuncia que ello comporta, es cuando por fin hemos llegado a la “caridad no fingida” (no compuesta a base de componendas) que nos reclama San Pablo sobre todo a los clérigos en 2Corintios 6, urgiéndonos a que nos exhibamos (ése es el verbo latino) como ministros de Dios: Para no poner en ridículo nuestro ministerio, a nadie damos motivo de escándalo, sino que nos acreditamos (exhibimos) en toda circunstancia como ministros de Dios con lo mucho que pasamos.

¿Exhibirnos como ministros de Dios en una caridad no amañada? ¿Qué exigencias son ésas? Si lo que se lleva hoy es justamente lo contrario, ocultar nuestra condición de ministros del Evangelio, de la Buena Nueva de la Redención. Hoy lo que se lleva es que no se sepa que Cáritas, que es “Caridad”, que es nada menos que virtud teologal, tiene que ver con Dios y con el Evangelio de Cristo. Lo que se lleva es que ni Cáritas ni los misioneros den a los necesitados además del pan, la noticia de la Redención. Hemos acostumbrado a los pobres a pensar que la pobreza material no tiene la menor relación con la pobreza espiritual, y pobres somos todos a causa de nuestro pecado. Y sobre todo les hemos adoctrinado en el sentido de que los ministros de Dios y del Evangelio hemos decidido limitarnos a ser meros intermediarios entre los buenos cristianos que practican la caridad e incluso entre las instituciones políticas, y los pobres: a los que para ser políticamente correctos, hemos de dejar de llamarles pobres, hemos de dejar de ofrecerles los bienes espirituales en que abunda la Iglesia, y hemos de dejar de practicar con ellos la caridad, para pasarnos a la solidaridad. Porque lo que hoy se lleva es la asistencia laica, la del Rotary Club. Es que también en la caridad se ha infiltrado el laicismo.

La pregunta pertinente que en esta Santa Cuaresma hemos de hacernos los cristianos que de un modo u otro contribuimos al ejercicio de la Caridad de la Iglesia (sea a través de Cáritas o sea por otras vías), es si nos hemos dejado apartar de la auténtica caridad cristiana que se manifiesta en la compasión por el pobre que tenemos más cerca (el más prójimo nuestro) en su dimensión material y espiritual, para instalarnos en la comodísima e institucional solidaridad.

Con demasiada facilidad hemos olvidado que la limosna es la traducción material de la virtud teologal de la Caridad. Teresa de Calcuta ejerció en muchísima mayor abundancia la caridad que la solidaridad. ¡Cuánto amor auténticamente cristiano volcó Teresa de Calcuta en sus pobres! Porque los amó con el amor de Cristo tan auténticamente, les ofreció la intensa caridad de su alma bellísima anunciándoles el Evangelio junto a la ayuda material. Ésa es la caridad de la Iglesia desde su fundación. La caridad teologal que sublima nuestra ayuda al prójimo: al que tenemos más cerca. No cerca, sino más cerca: el más cercano. Ése es nuestro prójimo.

Es que, bien lo sabemos, a menudo dejamos abandonado a nuestro prójimo que puede ser nuestro vecino o el que nos cruzamos todos los días en la calle, porque nos resulta más cómodo institucionalizar nuestra caridad y así las personas van quedando lejos… Que efectivamente, al institucionalizarse en demasía, deja de ser caridad para convertirse en solidaridad. Y entonces, ¿qué nos importa a quién va a parar nuestra ayuda? ¿Qué más nos da si el que se la lleva no es nuestro prójimo, sino el que ha aprendido tal vez a convertir la asistencia en un recurso más de vida? Es que acercarnos a nuestro prójimo e interesarnos por su salvación eterna al tiempo que le echamos una mano… eso no nos va.

Gracias a Dios hay en la Iglesia muchas instituciones ancladas en la auténtica caridad cristiana. En eso andan las Comunidades Neocatecumenales, en eso andan los Focolares, en eso andan muchísimas cofradías y hermandades. Miran por el prójimo más próximo: el de la misma comunidad, el de la hermandad. La consigna es bien sencilla: No dejar caer a nadie. El don espiritual que esta caridad reporta tiene realmente dimensión teológica.

Y la compasión de estos cristianos nunca ofende, porque es un auténtico padecer con el hermano que sufre en el cuerpo o en el espíritu, es tomar sobre sí toda la comunidad el padecimiento del hermano para que le sea más ligero; y no cejar hasta conseguir levantarlo. Es ayudarle de verdad a llevar su cruz, poner a Cristo en esa Cruz para que ésta le acabe salvando y no destruyendo.

Es la caridad colectiva, es el amor interno de la comunidad o de la hermandad; un amor en el que el dolor de cualquiera de los hermanos es un dolor que se comparte y que por eso se intenta aliviar entre todos. Una caridad muy alejada de la solidaridad institucional que debería merecer también ese sagrado nombre y que tanto se lleva.

No sólo es cuestión de compartir uno sus bienes con los pobres, ni siquiera de liquidarlos todos para repartirlos entre los menesterosos. No, no es esa la esencia de la caridad, nos dice san Pablo. No es en el reparto de bienes ni en la solidaridad donde se perfecciona la caridad, sino en esa transferencia de amor que fluye de la auténtica caridad cristiana: Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna (Juan 3, 16). Es ofrecerle al prójimo finalmente (no exclusivamente) en forma de limosna, esa piedad que le pedimos a Dios, esa compasión que imploramos para nosotros en el Kirie eleison.

Es la caridad no fingida (para nosotros hoy, la caridad no totalmente institucionalizada, la caridad sin alma) lo que nos pide san Pablo a los ministros de Dios. Vale la pena que pensemos en la metamorfosis que ha sufrido nuestra caridad. Para que no deje de ser uno de los grandes atributos del cristianismo (“ved cómo se aman”) y pase a convertirse en un monopolio más del poder político: Solidaridad funcional. Filantropía sin amor. ¿Es eso posible? No debería serlo para los cristianos, ya que en esto hemos conocido lo que es el amor: en que Cristo Jesús dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos (1Juan 3, 16).