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Las voces por debajo

La fotografía muestra a un hombre de unos 70 años con el pelo blanco y alborotado por el viento. Lleva un megáfono eléctrico. Edward Palmer Thompson combatió en la II Guerra Mundial y perdió un hermano, que fue ejecutado por los nazis en Bulgaria. Dejó el Partido Comunista pero nunca abandonó la militancia para construir el mundo en el que creía. Las siglas de su nombre todavía son reconocidas en toda Europa, aunque aquel hombre murió en 1993. La foto aparece con un pie genérico: protesta en 1980. No se sabe quién la tomó pero sí que pertenece a una manifestación contra las armas nucleares que tuvo lugar en Oxford. Thompson, quien con su libro de 1963 La formación de la clase obrera en Inglaterra desarrolló lo que se ha llamado la “historia desde abajo”, empleó la última década de su vida en fortalecer el movimiento europeo por la paz. 

El resultado de aquellos esfuerzos fue recogido en un compendio de artículos, Opción Cero, hoy descatalogado, que en España fue publicado por Crítica en 1983. El siguiente párrafo forma parte de un discurso pronunciado en Hyde Park, el 24 de octubre de 1981:

“Hemos de volver a ensamblar Europa, la occidental y la oriental. Esta es la histórica tarea del movimiento pacifista. Esto no puede lograrse con la victoria de un bloque sobre el otro, sino únicamente mediante un movimiento masivo contra los sistemas militares y de seguridad de ambos bloques. Hemos de excavar cien diferentes canales de discusión por debajo de los Estados: doctores, iglesias, universidades, sindicatos, organizaciones feministas. Las ciudades desnuclearizadas existentes en Gran Bretaña deben buscar sus hermanas gemelas en Europa oriental. El movimiento pacifista ha de empezar a cruzar la frontera Este-Oeste”. 

El traductor no especificó si las cursivas, por debajo, eran el énfasis de Thompson o el suyo. En cualquier caso, ese énfasis debe ser hoy el nuestro. 

La tarea que quiso acometer Thompson era aun más ambiciosa de lo que parecía. La paz que se debía construir era también la paz norte-sur, y debía suponer el fin de la visión colonial (racista) del mundo. En lugar de eso, se llegó al escenario de lo que se ha llamado la guerra civil global.  El excedente de violencia de la Europa occidental se dirigió preferentemente a las fronteras o a las llamadas fronteras interiores, esas ciudades ocultas a simple vista en las que el abuso y el racismo es la moneda de cambio. La paz de los centros de las capitales occidentales —el seguro hogar europeo— contrastaba con el aumento de las zonas de sacrificio. Esas zonas fueron y siguen siendo prioritariamente los escenarios de la guerra contra el terror —Afganistán, Iraq, Siria—, los centros de detención de Libia, la fosa común del mar Mediterráneo o la violencia legalizada y cotidiana de las vallas de Melilla y Ceuta.

En nuestro lado de la valla, la paz que ofrecieron los Estados europeos tenía como condición el expolio y la desigualdad. Era, por tanto, indisociable del concepto de seguridad, un monopolio de los Estados que separaba solo formalmente el departamento de selección de enemigos interiores y la más obsoleta pero también más lucrativa clasificación de amenazas extranjeras. Esa paz estancada iba a acelerar la progresiva pérdida de sentido de las vidas en la Europa oriental y occidental. “Una civilización que decide cerrar los ojos a sus problemas cruciales, es una civilización enferma”, dejó escrito Aimé Césaire.

La invasión del ejército ruso ha puesto esa realidad delante de los pueblos europeos, que habían decidido anestesiar la existencia de esas zonas de sacrificio donde la vida no vale nada

En el caos cultural y político creado a partir de la ruptura de las coordenadas del siglo XX —o a partir del principio del fin de la hegemonía estadounidense— la militarización de la vida cotidiana y las nuevas vías de difusión de los mensajes del odio, han devuelto la vida a un fascismo que agonizaba en los años 80 en Europa, precisamente en los tiempos del pacifismo y la búsqueda quimérica de la “casa común” europea. La razón neoliberal terminó con el sueño de una Europa igualitarista y sin armas nucleares en su territorio.

La disuasión

“¿Nosotros? Sencillamente hemos vuelto a poner en vigor conceptos tan graves como el de ‘enemigo del pueblo’ y colgamos esta etiqueta a todos los que no piensan como la mayoría”. La voz de Anna Politkovskaya aparece aún viva en el prólogo de su libro La deshonra rusa (RBA, 2004), en el que aborda la campaña conocida como la segunda guerra de Chechenia, que dio comienzo en 1999.

Las señales ya estaban escritas, quizá en uno de los papeles que Politkovskaya —jersey rojo, pelo cortado a cepillo— ojea en lo que parece ser un despacho de la redacción de Novaya Gazeta, el periódico en el que trabajaba. “¿Nosotros? Hemos reconocido que una bala en la cabeza es el medio más sencillo y natural de resolver cualquier conflicto, por nimio que sea”.

La globalización violenta reservaba un episodio para transformar definitivamente el siglo XXI. La invasión rusa de Ucrania lo cambia todo. Es algo que han entendido las opiniones públicas europeas con más facilidad que el concepto de la necropolítica. La patética búsqueda de explicaciones por parte de determinados periodistas respecto a por qué esta guerra nos interpela más —porque los afectados son niños rubios y golpea a familias de clase media— reflejan ese aterrizaje forzoso en la única certeza que hoy compartimos pero que poca gente quiere reconocer: no hay seguridad para nadie en un mundo militarizado.

La invasión del ejército ruso ha puesto esa realidad delante de los ojos de los demás europeos, que habían decidido anestesiar la existencia de esas zonas de sacrificio donde la vida no vale nada. 

Pese al golpe inicial para los partidos de extrema derecha que debía suponer que Putin, su aliado ideológico y financiero, haya roto con el marco establecido para Europa, el discurso de la UE ha alimentado la fascinación por la guerra que está en la génesis del fascismo. El envío de armas a Ucrania aprobado esta semana en España como complemento a la autorización de la Unión Europea transmite que Kyiv puede ganar una guerra en la que, sin intervención de un tercero, no tiene ninguna posibilidad. Transmite el peligroso mensaje de que la paz no es una opción inmediata para la Unión Europea, que no está participando en las conversaciones de Bielorrusia y no ha explorado otras vías —China— para evitar que se sigan dando pasos irreversibles.

Putin ha tomado ventaja al detectar que era el momento de hacer explotar la ruptura del sentido de las sociedades europeas. La escalada de la extrema derecha, agazapada durante años en el interior de los sistemas militares europeos, es un reflejo de la escalada de la extrema derecha rusa. Y se complementa con ella hasta el punto de que nos puede dirigir al punto de no retorno. “¿Nosotros? Endurecidos por la guerra, odiamos más de lo que amamos”, suena por última vez la voz de esa periodista rusa. Fue asesinada el 7 de octubre de 2006 en el ascensor de su casa en Moscú.

Europa vive su peor momento desde 1945, pero esta crisis no es una excepción sino una continuación de la política asumida como la única posible en las últimas cuatro décadas.

Es el momento de que la UE encuentre una voz propia, de que las voces por debajo de Europa saboteen la escalada bélica y expandan la no violencia hacia las zonas en las que ésta siempre está presente. 

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El deseo hoy es que otra generación asuma la tarea histórica que E.P. Thompson, cargando con aquel megáfono, les asignó. Los jóvenes presentes aquel día no lo lograron, pero existieron, y solo ese hecho debe infundir algún tipo de esperanza:

“[…] Mis últimas palabras se dirigen a los jóvenes aquí presentes. Esta tarea es, básicamente, vuestra; se trata de vuestra tarea histórica. A lo largo y ancho de todo nuestro continente los jóvenes están rechazando los negros nubarrones que heredamos hace 35 años. Tal y como antes habían rechazado el racismo, los jóvenes se vuelven ahora de espaldas al exterminismo y a sus bárbaros símbolos de ‘disuasión’. Quienes habéis de inventar los rasgos de una Europa pacífica sois vosotros; superando la guerra fría, habéis de crear los nuevos símbolos y emblemas, los sones e himnos, el teatro viviente de la paz y el nuevo vocabulario del internacionalismo”.