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Así era Juan Pardo, el joven que viajó a EE. UU. por sus sueños y murió ahogado

El 8 de febrero fue la última vez que Edgar Pardo abrazó a su hijo menor, Juan Carlos Pardo, de 25 años. Ese día, pese a la nostalgia de tener que decir adiós, el joven empacó maletas y emprendió un viaje a Estados Unidos con la ilusión de conseguir un trabajo bien pagado y ofrecerle un mejor futuro a su hija, Salomé, de cuya madre se separó, y una vejez digna a sus padres.

Lo que nadie imaginó en ese momento, ni sus padres, ni su hermano mayor, ni sus amigos, ni ninguna de las personas que lo querían y que le deseaban toda la buena fortuna, fue que siete meses después este joven de El Rosal, Cundinamarca, perdería la vida en las aguas del río Delaware, en Easton, Pensilvania.

Juan nació en el seno de una familia humilde, pero trabajadora. Su padre, Edgar, siempre ha llevado el sustento a su hogar gracias a su trabajo como conductor de un pequeño camión, mientras que Miriam Acuña, su madre, ha sido la encargada de las labores del hogar. 

La pareja tuvo dos hijos, Mauricio y Juan Carlos, quienes, desde pequeños, testigos del amor y el esfuerzo de sus padres por sacarlos adelante, se preocuparon por ayudarlos en lo que más podían. Por eso, cuando a Juan se le presentó la oportunidad de viajar a EE. UU., no lo pensó dos veces.

Juan estabo muy feliz, era su primera vez en un avión

Emigró junto a su novia, Vanesa Duarte. Unos meses antes su suegro había viajado al país americano y les insistía en que allí había más posibilidades de salir adelante, pero no tenían dinero para aventurarse juntos y ni Vanesa ni Juan estaban dispuestos a irse el uno sin el otro.

En febrero consiguieron los recursos y se pusieron en marcha hacia un destino que, aunque incierto y lleno de peligros, por el hecho de que atravesarían la frontera de manera ilegal, también parecía prometedor y lleno de esperanza.

Desde el estado de Nueva Jersey, Duarte le contó a EL TIEMPO cómo llegó junto a Juan Carlos a Estados Unidos y cómo empezaron desde cero a construir su nueva vida juntos.

“Llegamos a Cancún, en México, y ahí estuvimos como dos o tres días, conocimos las playas e hicimos un ‘citytour’. Luego cogimos un vuelo para Guadalajara, en Jalisco, caminamos por varios minutos para llegar al centro de la ciudad, pero como era muy lejos y estábamos cansados decidimos tomar un taxi. Estuvimos conociendo la zona hasta que nos llamaron y nos dijeron que cogiéremos un bus hasta una ciudad llamada San Luis Río de Colorado”, relató. 

Juan Carlos Pardo

Juan y Vanesa en Cancún, antes de cruzar a EE. UU.

Foto:

Cortesía de la familia para EL TIEMPO

En el terminal de buses, según contó, no les querían vender los pasajes, al parecer, porque les faltaba un documento que no les entregaron en el aeropuerto, pero finalmente una empresa de buses se solidarizó con ellos y les vendió los tiquetes. 

“Fueron como casi tres días en bus hasta San Luis de Colorado. En el camino nos pararon los de migración México, nos requisaron y nos dejaron casi pelados”, narró Duarte.

En San Luis Río de Colorado, en el estado mexicano de Sonora, pagaron dos horas en un hotel para bañarse y comer algo, en eso los llamó el ‘coyote’ para que se alistaran, pues iba a recogerlos.

“Nos tuvieron en una casa como hasta el mediodía, que estaba ubicada cerca de la frontera. Ahí nos dijeron que teníamos que esperar a más migrantes porque necesitaban un grupo grande”, describió. 

Eempezamos a prender fogatas con ropa vieja que había por ahí… porque hacía mucho frío

Cuando los ‘coyotes’ decidieron que era el momento indicado, hacia el mediodía, los sacaron de la casa y los hicieron correr hacia la frontera de México con Yuma, en estado de Arizona, en EE. UU.

“Era puro desierto, pura arena”, explicó Vanesa.

Según medios estadounidenses, el flujo migratorio por Yuma incrementó un 1.000 % entre enero y marzo de este año.

Juan Carlos estaba convencido de que su llegada sería el primer escalón hacia la vida que deseaba para sus seres queridos, el gran inicio de una temporada de prosperidad para todos.

En siete meses, con esfuerzo y dos trabajos cada uno, la pareja logró empezar de cero, el hermano mayor de Juan, Mauricio, también llegó al país y a ellos se le unieron otros amigos. Vivían todos juntos en Plainfield, Nueva Jersey y habían conseguido trabajos estables casi dos horas de allí, en Easton, Pensilvania: todo parecía marchar como lo planeó, pero la corriente del río Delaware ahogó sus sueños y, con ellos, sumergió en un dolor profundo a toda una familia.

La tragedia

Aún con la voz temblorosa, Vanesa le contó a EL TIEMPO que Juan Carlos murió el 4 de septiembre de 2022 ahogado. Ese domingo se levantó con la esperanza de conseguir una casa más grande en la que pudiera vivir con su novia, su hermano y sus amigos, una propiedad que estuviera más cerca de su lugar de trabajo, una fábrica de muebles.

“Se levantó, hizo huevitos tibios, desayunamos y arrancamos todos en la camioneta. Llegamos a mirar una casa, como a las 10 de la mañana. A ese hombre le encantó esa casa, estaba muy animado”, rememoró Vanesa, su novia, con la voz entrecortada. 

Parecía ser un día maravilloso, el sol estaba en pleno y Juan estaba feliz de pasar tiempo junto a su hermano, Mauricio; su pareja, Vanesa; el mejor amigo de Mauricio, quien fue con la esposa y su bebé; y tres amigos más. Aunque pensaban que habían conseguido un nuevo lugar para vivir, decidieron seguir buscando propiedades en alquiler.

Juan Carlos Pardo

Juan Carlos y Vansea en viendo las cascadas de Easton el día de la tragedia.

Foto:

Cortesía de la familia para EL TIEMPO

“Yo fui y me senté porque estaba cansada. Entonces llegó el Gordo (Juan) y me dijo: ‘Gorda, que están diciendo que por allí hay un río, que si vamos y miramos mientras buscamos casa’, yo le dije que sí”, narró Vanesa.

Estaban admirando el paisaje de Easton, pese a que no se comparaba con el verde de su natal El Rosal, en Cundinamarca, Juan se sentía como en casa al ver la naturaleza. El grupo de amigos se tomó fotografías, pero, al observar a un hombre que se estaba bañando en la zona, decidieron entrar al agua y rememorar los icónicos paseos al río que se acostumbran en Colombia.

“Decía: ‘Ay, qué rico y yo con este calor, estoy que me meto’. Le preguntaron al señor si podían bañarse y el señor dijo que sí. Ese día Juan no llevaba ni ropa de baño, él siempre andaba en bermuda, pero ese día le dio por ponerse un jean, entonces se quitó el pantalón y se metió en bóxer y con la camisa porque no le gustaba nadar sin camisa”, recordó Vanesa con dolor.

Las últimas imágenes que guarda Vanesa son las de Juan Carlos riendo como un niño y nadando entusiasmado, pero aquella expresión de gozo se borró de su rostro cuando gritó: “Ayúdenme que me cansé”. En ese instante la joven se llenó de angustia, sentía el terror recorrer su cuerpo, les suplicó a sus compañeros que lo auxiliaran, que no lo dejaran hundir.

“Se metieron dos amigos de él y el agua se lo fue llevando, los amigos lo alcanzaron y uno lo empujó para que se cogiera de una columna que había de un puente, pero no…”, suspiró Vanesa, “yo lo veía a lo lejos que él estaba sin fuerzas”.

A Juan lo arrastró un remolino. Estuvo casi 50 minutos bajo el agua antes de que lo encontraran los rescatistas, pese a los esfuerzos de los paramédicos y los doctores que lo atendieron en el hospital de la zona, Juan no respondió. 

Un hijo muy querido… Nosotros lo amábamos mucho

Mientras en Easton, Vanesa lloraba la muerte del gran amor de su vida, de su primer novio, del hombre con el que se veía construyendo un hogar, en Colombia unos padres sufrían la pérdida de su hijo menor.

Cuando Edgar se enteró de la noticia no lo pudo creer, por su mente pasaron las imágenes del recuerdo de aquel pequeño que había recibido en sus brazos un 4 de julio de 1996. Ese mismo que lo llenó de orgullo al ser de los más aplicados del Colegio Liceo El Rosal, en su amada Cundinamarca.

No podía comprender que ya no los separaban 4.220 kilómetros sino la misma muerte. Le rompía el alma el saber que no volvería a sentir la calidez de su hijo, a percibir su olor, a abrazarlo. Se negaba a entender que ya no vería esos ojos que se fueron de El Rosal, Cundinamarca, con gran ilusión.

“Era un gran hombre”

Edgar recuerda que nunca, en 25 años, tuvo un problema o un dolor de cabeza por causa de Juan Carlos, pues, desde niño, fue una persona que se caracterizó por su disciplina y su responsabilidad. Aunque no tuvo la posibilidad de estudiar en la universidad, no se quedó de brazos cruzados, siempre tuvo el propósito de socorrer a sus padres.

“Un hijo muy querido, amable con la comunidad, nunca se metió con nadie, nunca tuvo problemas. Nosotros lo amábamos mucho”, confirmó Edgar con la convicción de que educó a un gran hombre. 

Juan Carlos Pardo

La familia de Juan Carlos Pardo lo recuerda como un hombre responsable y trabajador.

Foto:

Cortesía de la familia para EL TIEMPO

Tras graduarse como bachiller, estuvo 10 meses prestando el servicio militar, luego trabajó en una fábrica de Bimbo, estuvo en Servientrega y su último trabajo en Colombia fue en Yanbal.

Pero un salario mínimo no le alcanzaba para cubrir las necesidades de su familia, para darle ciertas comodidades a su pequeña Salomé, para cumplir sus propios sueños de formar un hogar con Vanesa ni para ayudar a quien lo necesitaba, pues si algo lo caracterizó fue la bondad de su corazón.

“Juan siempre ponía a todas las personas por delante de él, siempre se quitaba el pan de la boca y se lo daba al otro, siempre su familia y su hija por delante. Era un gran hombre, le gustaba trabajar mucho porque tenía muchos sueños, muchas metas”, mencionó Vanesa con nostalgia.

Quienes conocieron a Juan lo recuerdan como una persona alegre que, pese a las dificultades de la vida, siempre tenía una sonrisa y buscaba hacer felices a todos a su alrededor. “Era muy fuerte y quería hacer fuerte a las personas porque decía que uno siempre debía mostrar lo bueno, lo bonito”, destacó Vanesa.

La muerte le arrebató la vida a Juan demasiado pronto, aún le faltaban muchos objetivos por completar, no tuvo el tiempo para casarse con Vanesa ni para llevar a sus padres y a Salomé a EE. UU., fueron muchos los propósitos que se quedaron en el limbo, pero hubo otros que alcanzó a materializar.

“Era muy soñador, se le metía algo en la cabeza y usted no lo podía contradecir. Mejor dicho, era muy arrebatado, todo tenía que ser para ya y por eso creo que cumplió muchos sueños porque hasta que no fuera detrás de eso, no descansaba”, dijo Vanesa con melancolía.

Gracias a su paso por Estados Unidos consiguió varias de las cosas que anhelaba: estabilizarse, ayudar a pagar las deudas de sus padres y darle solvencia económica a su niña. Estaba obsesionado con que su papá renunciara a su trabajo como conductor de camión, que dejara atrás las jornadas de hasta 20 horas por carretera, y que junto a su mamá disfrutaran de una vejez sin contratiempos.

“Él me decía: ‘Papá nosotros vamos a estar aquí yo no quiero que usted se joda más, yo quiero que usted esté tranquilo, descanse, nosotros con mi hermano vamos a trabajar para comprarle una casa’”, resuenan en la mente de Edgar las palabras que le decía su hijo en cada videollamada.

Pese a que se había separado de la mamá de Salomé, Juan amaba profundamente a su hija, le gustaba tenerla cerca, jugar con ella, pero sabía que su estadía en el país americano le facilitaba darle una mejor vida, por eso le enviaba dinero para lo que necesitara.

“El impulso de ese hombre era su hija. Él decía que ella ya lo tenía todo, le mandaba ropa, le mandaba para que le compraran de todo, quería ponerla a estudiar en un colegio privado”, contó Vanesa, quien añade que a Juan “lo van a recordar por ser un buen hombre, que con su amabilidad dejó puertas abiertas en todo lado”.

La última llamada

Juan era un hombre de familia, por eso, sagradamente, llamaba todos los días a sus papás y a su hija. De hecho, el último contacto que tuvieron con él en Colombia fue el sábado 3 de septiembre en la tarde.

Salomé estaba haciendo sus tareas en la casa de sus abuelos, al sonar el teléfono se emocionó, sabía que era su papá. Edgar cuenta que ese día la niña estaba dibujando una mariposa y, como era costumbre, se la mostró a Juan para que fuera testigo de su talento.

“Tan hermosa, mi bebé. Te amo mucho”, fueron las palabras de Juan a Salomé.
Al terminar la llamada, Juan les recordó lo mucho que los amaba y les pidió paciencia porque tenía en mente conseguir el dinero para que tanto su niña como sus padres pudieran viajar a visitarlo.

“Papito, los quiero mucho, espero, confiando en Dios, que yo pueda mandarles para el pasaje para que puedan venir”, mencionó Juan emocionado.

Edgar y su esposa, Miriam, colgaron, con la seguridad de que al día siguiente volverían a hablar con su hijo, pero la llamada del domingo fue diferente. Hacia el mediodía, al otro lado de la línea una voz entrecortada les dio la noticia de que Juan había muerto.

En los últimos días la familia estaba recaudando 7.000 dólares (más de 30 millones de pesos colombianos) para repatriar el cuerpo de Juan Carlos. Gracias a la solidaridad de la comunidad, se logró pagar el dinero a la funeraria y se espera que el cuerpo llegue a El Rosal la otra semana.

“El de la funeraria no nos ha indicado un día exacto, pero posiblemente a principios de la otra semana llega”, afirmó Vanesa. 

Edgar y Miriam esperan enterrar a su hijo en El Rosal, mientras que Mauricio desea seguir en EE. UU. para cumplir los sueños de su hermano y seguir velando por el futuro de sus padres y su sobrina.

Por su parte, Vanesa no sabe qué pasará con ella, explica que se siente en una pesadilla, que cree que aún no es consciente del todo de la ausencia de su gran amor. 

“Fue el amor de mi vida y lo será siempre”, lamentó Vanesa.

JESSIKA D. BONILLA BRAN
ELTIEMPO.COM