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Carlos Marx y su despreciado yerno cubano Cubanet

Marx y Engels, junto a las hijas del primero (Wikipedia)

LA HABANA.- Nunca hemos leído en la prensa cubana de los hermanos Castro que Carlos Marx (1818-1883), el hombre que inventó la sociedad perfecta del futuro para el hombre nuevo, sin clases sociales, ni propiedad privada, fue además un inmoral, un mal padre, un mentiroso, un racista de marca mayor. A él le debemos la desmerengada Revolución rusa de 1917 y que una mitad de la especie humana haya vivido bajo un funesto régimen político durante décadas, algo que hace sus estragos aún.

Este mes de mayo se conmemora el bicentenario de su natalicio. La prensa de la isla está de plácemes dedicándole páginas enteras, mientras oculta su vida licenciosa y las tragedias de su casa.

Un cubano en el seno familiar

Uno de los episodios de la vida de “El Moro”, como le llamaban, digno de un culebrón brasileño de O Globo TV, fue la llegada a su vida familiar, en 1865, de Pablo Lafargue, un cubano nacido en Santiago de Cuba en 1842, mezcla de negros-mulatos haitianos y aborígenes cubanos. El prototipo del cubano fogoso, de temperamento ardiente y tropical que Marx hizo todo lo posible por quitárselo de arriba, cuando su hija Laura se enamoró de él.

Los biógrafos de la época afirman que rechazaba a aquel joven no sólo por su forma de ser, sino por su raza.

En una carta que le envía, en agosto de 1866, le reprocha “su modo de hacer la corte” a Laura, porque “la intimidad excesiva está fuera de lugar”, ya que “el amor no se manifiesta con la libertad de la pasión y las manifestaciones de una familiaridad precoz”. Y lo amenaza, diciéndole: “Si usted continúa con su temperamento criollo, es un deber mío interponerme con mi razón, entre ese temperamento suyo y mi hija”.

También se conoce el desdén que sintió Lafargue ante la lucha de la Isla por independizarse de España. Al respecto, dijo: “Una huelga en Francia vale más que todas las guerras cubanas”, quizás apoyando al suegro, cuando este llamó a Simón Bolívar “el Napoleón de las derrotas”.

Lafargue y Laura Marx se suicidaron de común acuerdo en 1911, después de casi medio siglo de unión conyugal.

Carlos Marx el libertino

La vida inmoral “del hombre de mano dura que toca las nubes”, según el poeta, comenzó por los años cuarenta, estando casado y dentro de su propia casa. Avanzada la noche, mientras escribía El Capital y en espera de que su esposa Jenny e hijos durmieran, se “colaba” sigiloso en la habitación de Hélene Demuth, la joven sirvienta de la casa, para hacerle el amor “al estilo del socialismo científico”. De esas escapadas nocturnas nació Freddy Demuth en 1851, inscripto por el buen amigo Federico Engels, quien le puso su nombre y cargó toda la vida con la paternidad del chico, la mejor solución para ocultar que tanto Jenny, la esposa, como la criada, al mismo tiempo habían esperado un hijo del mismo hombre.

Aquel secreto se supo doce años después de la muerte de Marx, cuando Engels, antes de morir, le confesó a Eleanor, la hija menor de Marx, que el padre de Freddy era Marx y no él.

Otro suicidio de los Marx

Eleanor también terminó sus días suicidándose en 1898, a los 43 años de edad. Su amante de los años, Edward Aveling, un mujeriego empedernido, había aceptado que Eleanor hiciera un testamento dejándole todos sus bienes.

Un tiempo después le propuso un pacto suicida amoroso que no cumplió, porque una mañana Eleanor recibió un anónimo donde le advertían los malos propósitos del amante. Le envió entonces una carta a Aveling, que nunca ha aparecido, donde le comunicaba que ese mismo día había cambiado su testamento, para que él dejara de ser heredero del patrimonio familiar, que incluía los derechos de autor de Marx. Pese a todo, Eleanor decidió quitarse la vida.

Dicen los historiadores que ese mismo día, mientras se celebraban los funerales de la verdadera y única heredera de Carlos Marx, Aveling disfrutaba de un partido de fútbol.