Inicio Cuba Cubanos opinan sobre la crisis: «Necesitamos medidas radicales»

Cubanos opinan sobre la crisis: «Necesitamos medidas radicales»

LA HABANA, Cuba. – La noticia emitida sobre la reducción de la cantidad de ejemplares de los diarios estatales Granma y Juventud Rebelde por falta de papel, poco importa a los cubanos en realidad; pero algunos han interpretado el aviso como otro síntoma de que la tan anunciada regresión al Período Especial se halla a las puertas.

La situación en Venezuela sumada al creciente desabastecimiento que desde mediados del año pasado azota visiblemente al país, recrudecido en el último trimestre y que se ha tornado crítico durante los primeros meses de 2019, recuerda un poco lo sucedido hace tres décadas, cuando tras la caída del Bloque del Este Fidel Castro anunció la debacle socioeconómica con el eufemístico nombre de “Período Especial en Tiempos de Paz”. Sin embargo, no todos los cubanos aseguran que se avecina otra crisis equiparable; sobre todo porque ciertos indicadores de entonces no se observan en la actualidad.

CubaNet conversó con los ciudadanos sobre la posibilidad de que se reedite aquel contexto nefasto, y la mayoría coinciden en que todavía el desabastecimiento no es absoluto. Uno de los rasgos de la crisis de los noventa fue la acumulación de capital en los hogares cubanos porque no había en qué gastarlo. Algunos productos que no desaparecieron del todo, como los cigarros, y otros que eran sustraídos de las llamadas “diplotiendas” (aceite, harina, desodorante, jabón) para revenderlos, fueron bien acogidos entre los cubanos, que llegaron a pagar 120 pesos por una cajetilla de cigarros “Populares” y 150 por un litro de aceite.

La economía cubana de los años noventa era un páramo. Se comenzó a fomentar la inversión extranjera demasiado tarde -tanto que todavía hoy no ha dado frutos apreciables-, los mercados paralelos no fueron habilitados hasta 1994 y el sector privado nacional emergió con todas las limitaciones imaginables en un sistema que al borde del derrumbe continuaba priorizando la producción y exportación de ideología.

Hoy la sociedad cubana muestra características muy diferentes desde todo punto de vista, y la economía de alguna forma respira. A pesar de la escasez no se habla de un cierre masivo de restaurantes, bares y cafeterías en el sector privado; la gente tiene que caminar el doble para encontrar lo que necesita y las riñas tumultuarias para comprar casi cualquier cosa son espectáculos cotidianos; pero las cosas aparecen, con intermitencia en las tiendas y en la calle a precios inflados; la cuestión es que la gente de algún modo resuelve.

La depresión económica se intuye, pero no es tan visible como en el decenio de 1990. Determinados sectores sortean la inflación con remesas o el producto de la “luchita”, y otros tienen que ajustarse al máximo para garantizar lo indispensable y prever el empeoramiento de las condiciones. Pero el fongo hervido, el picadillo de cáscara de naranja y otras recetas nacidas de la desesperación, la hambruna y la falta de escrúpulos, no han regresado aún a la mesa de los criollos que se cuidan mucho de exagerar, pues la crisis de los noventa fue un trauma social masivo.

Hay factores sociodemográficos que ciertamente conspiran contra la posibilidad de que Cuba pueda resistir otro Período Especial a golpe de éxodo, inventiva doméstica y sobredosis de ideología. El alarmante número de personas que sobrepasan los sesenta años de edad, la emigración de los jóvenes, el aumento de la delincuencia, la pérdida total de la confianza en el proceso revolucionario y la depauperación moral de la sociedad, pudieran desencadenar un estallido de repercusiones impredecibles.

Para muchos ciudadanos hay una diferencia esencial entre el contexto inmediato y el de los años noventa: no está Fidel Castro. Miguel Díaz-Canel no tiene el discurso, el carisma ni la personalidad. Gracias a las redes sociales y otros canales alternativos de información los cubanos han visto cómo viven esos “revolucionarios” que han mal administrado el país durante sesenta años, e insisten en redoblar los esfuerzos y el sacrificio. Esa retórica ya no hace mella en un pueblo curtido por el desencanto. Si en los años noventa hubo gente dispuesta a aferrarse a las palabras del líder y al sueño moribundo de un futuro luminoso, hoy ese velo está desgarrado.

En la calle prevalece la filosofía de “sálvese quien pueda” mientras la cúpula, para solventar sus problemas de liquidez, se atreve a proponer una solución tan extrema como hacer un fondo con las remesas enviadas a esos mismos cubanos que no tienen permitido invertir en los principales rubros productivos de su país.

La crisis económica cubana ha sido la misma desde 1959, con momentos de alivio determinados por la dependencia hacia otras naciones. Venezuela, aún sin la caída del chavismo, ya no constituye un pilar sólido para la casta verde olivo; y posibles socios comerciales no se dejan engatusar por la cartera de inversiones que tan desesperadamente promueve el régimen. Similar o distinto al de los años noventa, un panorama muy complejo se avecina para la Isla, mientras los cubanos parecen mal dispuestos a apostar por las soluciones de siempre: aguantar o escapar.