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El hombre que fusilaron en 1989 Cubanet

(Televisión cubana)

LA HABANA, Cuba.- El hombre que fusilaron en 1989 no era un hombre cualquiera; era un hombre impresionante, con un metro y más de ochenta centímetros de altura, voz de mando y una sonrisa cautivadora y campechana. Nacido en 1930, se llamó Arnaldo Ochoa Sánchez y había tenido bajo su mando a más de 300 mil soldados, en diferentes misiones internacionalistas.

Dicen que cuando lo iban a asesinar —digo, a fusilar—, claro que se irguió como todo un valiente y no cerró los ojos.

En nada se pareció a aquellos tres jóvenes que en 2003, fusilados porque intentaron escapar de Cuba, sin tener manchadas las manos de sangre, lloraron desesperadamente para que Raúl Castro no los matara sólo “para dar un escarmiento”.

El general de división Ochoa, proveniente de una humilde familia campesina, casi un niño y con apenas un sexto grado, participó en las montañas orientales de la guerra de guerrillas contra el ejército de Batista.

Aun así, hoy apenas se le menciona, ni siquiera para mal, en la radio y la televisión cubanas. Mucho menos en la prensa escrita. Parece como si Ochoa nunca hubiera existido, como si aquella nebulosa y sórdida historia de altos jefes militares rebeldes que llegara al despacho de Raúl Castro hubiera sido invención del destino; como si Ochoa no hubiera sido general de división y jefe de un contingente cubano de 50 mil hombres en Angola, organizara las fuerzas armadas de Granada, entrenara los ejércitos de Yemen del Sur, Siria, Vietnam, Libia, Afganistán, Irak, Laos y Nicaragua, mientras Fidel Castro pasaba horas sobre los mapas que colgaban de las paredes de su despacho, donde utilizaba alfileres para dirigir las batallas que se le ocurrían y que libraba Ochoa.

Ni siquiera en las cronologías actuales del régimen aparece que en 1984 Ochoa recibió las órdenes de Héroe de la República de Cuba y la Orden Máximo Gómez, Primer Grado.

Lo último que el periódico Granma publicó fue “que la vida del compañero Ochoa Sánchez es un ejemplo de las cualidades y los méritos de esos hombres del más humilde origen que cultivan los rasgos auténticos de la modestia y la sinceridad y gozan de la admiración y el respeto de las masas2.

A los pocos días, Ochoa se convertía en una amenaza, en un “caso difícil” para la dictadura cubana y a mediados de junio de 1989 fue arrestado. También el mundo de los grandes del MININT transitaba por una cuerda floja. En una reunión de catorce horas a puertas cerradas, compuesta por generales, Fidel Castro había encontrado la solución para la detención y acusaciones contra Ochoa: inmoralidad y corrupción.

Las contradicciones de esta historia el pueblo las conoció y no las olvida, expuestas durante la presentación televisiva del juicio contra Ochoa. Aparecen incluso en el libro Vindicación de Cuba, que jamás se ha vuelto a publicar.

La historia comienza en mayo de 1989, cuando Raúl Castro buscaba la manera de anular el ascenso de Ochoa como jefe del Ejército Occidental. ¿Qué ocurriría —seguramente pensó Raúl— si a este general carismático y muy querido  entre los militares le daba por decir que Cuba no podía seguir aislada a los cambios del mundo, que tenía que abrirse a una economía de mercado,  buscar mejores fuentes de divisas?

Dijo un periodista que investigó todo que Raúl montó en cólera, que llamó a Ochoa “prima donna” y “un hijo malcriado de la Revolución”.

El hijo malcriado de la Revolución, hombre que había cumplido durante décadas con las aventureras guerras de Fidel Castro, fue fusilado bien rápido, el 13 de julio de 1989, apenas treinta días después de ser detenido.

Resulta verdaderamente imposible comprender este proceso, carente de legalidad, coherencia, diafanidad y respeto a los derechos humanos.

Toda la verdad de aquellos treinta días que estremecieron a Fidel y a Raúl y que casi los condenan para siempre —porque la CIA conocía toda la historia de antemano—, saldrá a gritos bajo el cielo de Cuba, más pronto que tarde.