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El miedo hace luchar por la esclavitud Cubanet

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LA HABANA, Cuba.- El dramaturgo cubano Abelardo Estorino fue asistido muchas veces, incluso despierto, por una pesadilla en la que resultaba demandado por la urgencia, la insistencia, de unos toques en la puerta de su casa. Siempre abría… y en cada ocasión se suscitaba la misma escena: un uniformado oficial de la Seguridad del Estado preguntaba en el umbral si él era él, para entregarle entonces una citación. Cada vez el mismo “papelito” acuñado, firmado, y con indicaciones idénticas; a las que el teatrista respondía siempre de igual manera, asegurando que estaría allí a la hora señalada.

Y así cumplió, al menos en sus sueños, cada vez… A la hora tal, del día tal, enrumbaba sus pasos, supongo que en medio del espanto, hacía aquellas oficinas del G-2. Y, ¡sorpresa!, sentado tras el buró, y vistiendo el uniforme verde olivo, estaba Raúl Martínez. Y el pintor, ese que antes cultivara el abstraccionismo y que también fuera su amante, no sostenía un pincel que trazara el rostro de un Martí “pop”, y mucho menos oprimía el obturador de una cámara fotográfica.

Raúl Martínez, cubierto por un traje verde olivo y luciendo estrellas en su charretera, se levantaba para recibirlo, y exhibía un desconocido y autoritario espíritu. Soberbio, indicaba a su amante, al dramaturgo que escribió Abel y Caín, que tomara asiento; y desenfundaba entonces la pistola para hacerla chocar con fuerza contra la madera del buró. Cada vez lo recibía con los mismos ademanes, y luego daba paso a un largo interrogatorio lleno de intimidaciones. “¿Qué escribes? ¿Con quién te reúnes? ¿Qué comenta fulano?”. Y el oficial era a veces interrumpido por una fuerza mayor, y se veía obligado a salir dejando solo al interrogado en medio de su angustia. Y crecía el miedo, que sin dudas ya estaba diseñado.

La escena se repetía una y otra vez en la cabeza de Estorino, quien la contaba a sus amigos, ¿y quién podría dudar que hasta con Raúl presente? En el “jocoso” relato de Abelardo Estorino el pintor y el amante no quedaban en un segundo plano, pero lo más importante parecía ser el descubrimiento de un nuevo agente de la Seguridad del Estado que tenía el encargo de vigilar al escritor. Esa escena, al parecer salida de la imaginación del dramaturgo y tanta veces repetida, era, al menos en apariencias, solo un chiste, una “boutade” dirían los franceses, ¿pero era realmente una broma? ¿Por qué inventaba Estorino aquella historia? Su fantasía era algo más que un sarcasmo. Era más, mucho más.

Esa “humorada” de Abelardo es otra de las pruebas que hablan del miedo que asiste a los cubanos, esos que nunca sabremos desde dónde, ni desde quién, llegará la vigilancia y después la delación. El chiste instaba a no confiar, y reclamaba; advertía la posibilidad de que el amante, y cualquier cercano, podía convertirse en policía encubierto, en delator, eso era lo importante. La verdadera intención era sugerir que tal cosa no era posible y que no se debía confiar en nadie, porque lo improbable, en Cuba, nunca es imposible.

Sin dudas el gobierno y su policía ganaban con aquel relato, y sin mucho esfuerzo, otra batalla. La broma, y la “posibilidad real del hecho” golpearían a un sinnúmero de cubanos, y los pondría en alerta, y despertaría el miedo, el silencio, la mentira, el disciplinado acatamiento. El reconocimiento de una historia como esta cerraba cualquier posibilidad de disentir. El enemigo podía estar en cualquier parte y la mejor manera de evitarlo era el desaliento, la quietud, lo mejor era asentir. De ese desánimo, y del miedo, no saldrían las temidas críticas, y tampoco el desacuerdo, ni la oposición; para ello hacía falta confiar en alguien, y ya no se sabía quién era el falso amigo o el verdadero enemigo. El delator había perdido el rostro y estaba en cualquier parte, hasta en la cama.

Las grandes doctrinas fueron defendidas siempre procurando el miedo; el miedo a la violencia, a la cárcel, a la muerte que interrumpe cualquier iniciativa y que provoca desconfianza, y de eso se habla en la supuesta humorada de Estorino. Descubrir que el vecino, el amigo o el amante, pueden ser chivatos, nos llena de un miedo desconcertante, y eso resulta beneficioso al gobierno, y a su policía. Aquí se atendió a esa certeza de que vencería quien fuera capaz de dividir. Este suceso deja bien claro, como decía Spinoza, que el miedo hace a los hombres luchar por la esclavitud. Así se defiende este gobierno. Así ganan, y así perduran.

Ahora, mientras escribo estas líneas, me pregunto cuántos de los trabajadores que fueron a celebrar el primer día de mayo a esa que antes fuera la Plaza Cívica, y ahora Plaza de la Revolución, estuvieron pendientes de que alguien pudiera probar más tarde su asistencia, y esos gritos insistentes de “¡Viva! ¡Viva!”