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“Negolucionarios” o los nuevos revolucionarios cubanos

LA HABANA, Cuba.- “Soy negolucionario”, escuché decir a alguien y no precisamente en broma. Al parecer, el término lo había tomado de una de las revistas que en formato PDF aparecen regularmente en uno de los principales “paquetes semanales” que circulan hoy en Cuba.

Para quienes no están al tanto, un “paquete semanal” es un compendio de materiales audiovisuales, en formato digital, extraídos de la internet o del satélite para su distribución o comercialización. Algunos con patentes de corso extendidas, según se comenta, desde los oscuros entresijos del gobierno cubano y otros, tolerados o sobreviviendo en la más absoluta clandestinidad.

Para quienes han comenzado a digerir el neologismo, “negolucionario” sería como un intento, medio en broma medio en serio, por conciliar, aunque jamás resolver, las profundas e insalvables contradicciones entre el emprendimiento individual y un esquema político-económico centralista que lo niega y lo combate en tanto lo considera una amenaza.

Una conciliación absolutamente lingüística que por imposible, irreal, no objetiva (para nada fantasiosa ni ingenua), a algunos pudiera oler a disparate con lentejuelas, puesto que el vocablo no ha sido formado por la fusión de “negar” más “revolución”, sino por “negocio” y aquello que estalló en 1959 y se fue extinguiendo por el camino, al punto que nadie se arriesga colocándole un nombre que en verdad lo describa porque ni es revolución, ni es socialismo y, a juzgar más por la ejecución y los inversionistas que por los planos del “proyecto”, se va pareciendo a un “sálvese el que pueda”.

En fin, el término es una paradoja que intenta hacernos ver que un choque de trenes (revolución y negocios privados), aunque parezca una tragedia, no es otra cosa que dos amantes que se besan.

Muy bien si lo observáramos en un cuadro de Dalí o en una película de Buñuel, pero muy mal mientras sabemos que el contexto es Cuba donde ni siquiera es posible hablar de verdadero emprendimiento cuando el saldo en pocos años ha sido una retahíla de retrocesos, congelamientos de licencias, cierres de negocios, bombardeo de multas, restricciones de participación de igual a igual en el ámbito del comercio exterior y la inversión interna de capital, campañas de negativización del sector privado y leyes, muchas leyes en contra y muy pocos incentivos.

De modo que “negolución”, y más si la llegaran a calificar de “socialista”, sería un idilio léxico quizás fabricado por aquellos que conocen/temen bien los límites de sus “libertades expresivas” y deciden ver y hacer ver a los demás que todo en la isla marcha de maravillas.

Es, a grandes rasgos, la filosofía que rige la política editorial de una veintena de publicaciones semiclandestinas que, aunque marginadas y hasta despreciadas por una parte del poder, pretenden la “oficialización” a fuerza de guiños y obediencia. Una especie cada vez más común y preocupante de “disentimiento acomodado”: calentarse cerca del fuego en la noche fría, pero sin meter la mano en la candela.

El concepto “negolución”, nacido del entusiasmo que provocó el acercamiento entre Obama y Raúl Castro en algunos sectores del “cuentapropismo” e incluso del propio gobierno, sería entonces algo así como la feliz aceptación de que la revolución, aunque travestida, aún existe e incluso puede tolerar la iniciativa individual, en una forma de autonegación “benigna”, quizás hasta coherente con la dialéctica marxista tras un esfuerzo mental barbárico.

Quien acoge el concepto sin dudas acepta que no existe hostilidad en su entorno, aún cuando “negolución”, hace apenas una década atrás, hubiese sido calificado de plano como sinónimo de contrarrevolución.

Incluso hoy pudiera seguir siéndolo para los comunistas cubanos más recalcitrantes, pero sucede que la idea, aunque les huele raro, les sirve y circunstancialmente pareciera no molestarles, en tanto no revela aristas de discrepancia, al menos no de disensión extrema, con un “nuevo modelo económico” que de autóctono hasta el momento solo lleva el ritmo de una conga, es decir, un pasito hacia adelante y dos o tres para atrás.

Según lo que se aprecia en casi todas las revistas independientes, al menos en el “paquete semanal” de mayor distribución en La Habana (algunas incluso son concebidas hasta por los propios productores), el modelo del “negolucionario” es ese sujeto de éxito económico que parece vivir en un universo cubano paralelo donde no existen las tragedias cotidianas. Es decir, no siente hambre porque almuerza y cena en La Guarida y no llega tarde porque maneja un Hyundai, entre otras cosas tan “poco difíciles” para un cubano como comprar en las tiendas del Hotel Manzana, divertirse en el Sarao o pasar una semana en Varadero.

Sujetos muy hábiles por su sospechosa, más que extraordinaria, adaptabilidad a lo adverso. O por su resiliencia. Modelos ideales de cubanos que cumplen una función similar a la de un maniquí en la vidriera.

La trivialidad no es el crimen. Incluso la frivolidad es un derecho. El pecado, si lo hubiera, sería el conformismo en todos los sentidos, en este caso traducido en páginas y páginas que pretenden proyectar/vender, a veces hasta literalmente, una idea de equilibrio y bienestar que quizás, como ficción futurista, sirva de consuelo a quienes esperaron y esperan más de lo que es imposible esperar de un mal pagador de promesas.