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Nueva telenovela cubana, una oda al absurdo Cubanet

Parte del equipo de ‘En tiempos de amar’ (Foto: Juventud Rebelde)

LA HABANA, Cuba.- En tiempos de amar es el título de la nueva telenovela producida por el ICRT para “deleitar” las noches cubanas. Han transcurrido varios capítulos y en la calle no se escucha el menor comentario, tal vez porque a pesar de la actual configuración de la sociedad y la creciente incertidumbre en el porvenir, el culebrón antillano propone argumentos y personajes inverosímiles, chatos, epidérmicos; como si no hubiera miles de criollos con su tragedia a cuestas, agobiados por conflictos reales que parecen no tener remedio.

En un esfuerzo patético por dialogar sobre los problemas de convivencia, la trama se desarrolla en una mansión donde vive una familia completa, con hijos, nueras y varios nietos en edad adolescente. La balanza del bien y el mal oscila entre una pareja cuya integridad moral es, de tan exagerada, nauseabunda; mientras su contraparte es el cliché de la maldad, mezcla de marido pusilánime y mujer mezquina, todos interpretados por pésimos actores.

La batalla por el espacio vital es diaria; pero en lugar de abordar las diversas cuestiones desde una óptica realista, los autores del guion apuestan por soluciones tontas. Un chofer de taxi privado y su esposa, que trabaja en el almacén de un hotel y sustrae todo lo que puede para revenderlo en el mercado negro, pelean constantemente porque “a esas alturas” siguen durmiendo en el mismo cuarto con su hija adolescente.

La solución razonable es buscar un alquiler, mientras ahorran para comprar un apartamento. Tal vez el guion no lo diga, pero todo el mundo sabe que es así. ¿Qué sentido tiene robar y botear a dos manos para continuar viviendo en un infierno? Los realizadores tienen tan poca imaginación o se sienten tan amenazados por la censura que eluden la respuesta obvia. Deciden, contra toda lógica, mantener a la pareja “pudiente” en la casa repleta para justificar cotilleos y enfrentamientos al estilo de noveluchas baratas, con tal de no mostrar que el producto de la delincuencia es empleado por los cubanos para alcanzar beneficios elementales, como la privacidad.

Entre toda clase de asuntos banales —una cuñada envidiosa, dos mujeres peleando por un hombre; un vendedor de agro que se cree Sócrates; una hermanastra celosa y un padre emigrado hace años que regresa para conocer a su hija…— transcurre una Cuba en la que nadie se reconoce. Los estereotipos se han adueñado de cada recurso de la dramaturgia, desde el lenguaje hasta el vestuario, la forma de pensar y el consumo cultural.

Los adolescentes no tienen otra preocupación que chismear, enamorarse y estudiar. Usan el uniforme correctamente; leen y hablan del detective Mario Conde, como si la lectura fuera el pan de cada día y las novelas de Padura estuvieran en venta en todas las librerías. Lo chicos no parecen rufianes ni las muchachas meretrices. La rebeldía de un estudiante consiste en ausentarse de la escuela para lavar autos en un parqueo y así pagar a plazos una bicicleta; situación improbable toda vez que los jóvenes cubanos desprecian ese tipo de labores y sus aspiraciones materiales están más orientadas a lucir bien que a pedalear La Habana.

A diferencia de la serie Zoológico, que tanta polémica causó, la novela en curso no muestra a los adolescentes al filo de la criminalidad; marcados por una familia disfuncional o un entorno marginal; acomplejados por la pobreza de sus padres trabajadores, o escabulléndose de la escuela para ir a conectarse en la zona wifi más próxima. No se habla del racismo, la homosexualidad, ni la emigración.

Los ancianos son venerados, respetados y cuidados por parientes amorosos, en un ambiente de confort —decorado con lienzos, esculturas, plantas, lámparas— que nada tiene que ver con tantas familias hacinadas en un cuarto de solar, durmiendo sobre colchonetas con un solo ventilador para todos, cocinando con dos hornillas y gas de bala, lidiando con varios niños en edad escolar y viejitos enfermos.

Es indignante que la experiencia vital de los cubanos sea manipulada para ofrecer una visión falsa y homogénea de lo que hoy somos, culminando en un producto que no funciona como entretenimiento, ni resulta edificante desde el punto de vista moral. El guion es tan groseramente panfletario que ni siquiera los actores más experimentados lograron una actuación convincente.

En tiempos de amar prueba que la política cultural marcha en sentido contrario de lo que acontece en el seno de la sociedad. Es más importante inventar personajes “políticamente correctos” que observar cómo viven los cubanos para transmitir esas experiencias de una forma creativa y honesta. Como dijera Rufo Caballero, “es fácil ser mediocre”. O bien el ICRT no tiene un equipo de realización que valga la pena para esta clase de productos, o dan por sentado que los cubanos son imbéciles.