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Que América sea grande, pero de verdad Cubanet

Bandera confederada (i) y la de EEUU en una manifestación (AP)

MIAMI, Estados Unidos.- Gracias a la invitación de unos muy buenos viejos amigos, he podido cumplir un viejo sueño: andar por el Sur —el mismo de los libros de William Faulkner y Carson McCullers—, recorrer la ruta de los blues y el rock.

En auto, durante diez días, parando en moteles de carretera o donde nos agarrara la noche, hicimos el recorrido Miami-New Orleans-Memphis-Nashville. Es decir, estuvimos en Florida, Alabama, Louisiana, Missisipi, Tennesee y Georgia.

En todas partes y cada vez que fue posible conversé con la gente. No fue difícil. La mayoría eran personas sociables, amables, que no tenían demasiado reparo en entablar conversación con un extranjero y contarle sus sueños. Muchos se asombraban cuando se enteraban que era cubano “de allá” y no de Miami.

Uno, afromericano, cincuentón, en un parque de Memphis, ni sabía dónde estaba Cuba. Pero al rato compartíamos unas cervezas y con un amigo suyo, también afroamericano, que se nos sumó, brindábamos por Marvin Gaye y cantábamos Let´s get it on.

Pero no me engaño: este país, pese a su gente, dista de ser perfecto. Particularmente en estos tiempos.

Fue un sábado por la noche, en New Orleans, cuando me enteré de los violentos hechos de Charlottesville. Y al día siguiente veía en la TV como derribaban una estatua confederada y airados manifestantes la pateaban y escupían.

Me duelen estos Estados Unidos divididos. Es una sociedad cada vez más polarizada. Está en curso una guerra y no es solo cultural.

¡Cuántas contradicciones, cuántas heridas mal cerradas!

¿De qué se nutre tanto odio? ¿Por qué, lo mismo que hay supremacistas y neonazis, hay tipos con banderas rojas que lanzan ladrillos a la policía?

Exagerar en lo políticamente correcto, más que bien, ha hecho daño. Y bastante.

Esta es una democracia, hay un Estado de derecho. Por suerte. Pero se empieza a resentir. Ojalá no caigan en la tentación de enmendar las enmiendas y la constitución, en la tentación de las prohibiciones y la censura, de recurrir a un líder de mano dura que ponga orden en la casa.

Por lo pronto, el presidente Trump sigue en el contraproducente careo con los medios —los fake media news, que él dice— y no para de tuitear, aunque sea para echar a perder lo que antes intentó rectificar.

Trump, haga lo que haga, no logrará ser el presidente de todos los norteamericanos. No puede y no lo dejarán. Como antes no dejaron a Obama, al que muchos no le perdonaron que fuera negro. Pero Obama al menos hacía buenos discursos.

Los norteamericanos han ido de un extremo a otro. Como un péndulo. De Obama a Trump. Hace mucho que ocurren estos bandazos. Luego de Carter vino Reagan. Y luego de Clinton, Bush. Y después, ya saben…

Con la bandería demócrata en crisis, ¿quién vendrá luego de Trump? ¿Mike Pence? ¿Un independiente? ¿Por fin Hilary Clinton? ¿Ángela Davis?

Es para preocuparse, y mucho, cuando los pueblos empiezan a perder la fe en los partidos tradicionales, en la democracia, y dan el voto a los populistas. Lo mismo que los norteamericanos eligieron a Trump, pudieron haber elegido a Bernie Sanders. Y ninguno de los dos pudo haber evitado los actuales conflictos. Todo lo contrario. En descargo de ellos, todos sabemos hacía mucho que venían cocinándose.

Los políticos en Washington deben preocuparse más por los problemas de sus votantes. Y también por los problemas de los que no votan, porque se cansaron de votar por quienes no se ocupan de sus problemas. Que no son solamente el matrimonio igualitario, el cambio climático o la legalización de la marihuana. Esos temas están bien, pero no son los principales. Los problemas mucho más graves que se quedan fuera de la agenda de los políticos, o que incumplen en solucionar, a pesar de lo que prometieron durante la campaña electoral, no solo hacen que la gente se sienta desamparada: también generan rabia. Y odio.

Nada resolverá el retiro de las estatuas confederadas. Es un gesto tan inútil como intentar patear a una sombra. La historia no se puede cambiar. Y comoquiera que haya sido, es el mejor de los referentes. Está probado que los pueblos, si pierden la memoria, o si se la distorsionan con mentiras y paparruchas, como nos sucedió a los cubanos, pierden el rumbo, y luego les es muy difícil retomarlo.

Ojalá este gran país logre superar este mal momento, toda esta confusión, y salir de los falsos profetas, de los que predican el odio y la intolerancia, de los capuchones blancos y los pasamontañas, de las esvásticas y las banderas rojas. Sé que lo conseguirá, pero hace mucha falta que sea pronto, antes de que el mal empeore y se torne irreversible.

¡Que siga siendo linda la gente y este país! ¡Que sea grande, pero de verdad! ¡God bless America!

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(Luis Cino, periodista residente en Cuba, se encuentra de visita en Estados Unidos)